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¿Por qué Vladimir Putin besó los iconos?

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Valentin Fontan-Moret - publicado el 17/06/17
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Durante su reciente visita a París, pudimos ver al presidente ruso besando iconos de la nueva catedral ortodoxa de la Santa Trinidad. El mundo católico ha redescubierto hace poco los iconos y no es raro verlos decorar las iglesias latinas. Pero, ¿qué significan en realidad y a qué se debe esta práctica?

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El gesto ha podido sorprender a los responsables políticos franceses que se esfuerzan por preservar la laicidad de nuestra República absteniéndose de todo signo ostentoso de religión en el ejercicio de su mandato o su función. Durante su visita a París el pasado 29 de mayo, el presidente ruso incluyó un pequeño desvío para pasar por la espléndida catedral ortodoxa de la Santa Trinidad de París, en compañía de la alcaldesa del distrito VII de París, Rachida Dati, y de la alcaldesa de la capital, Anne Hidalgo.

Tras adentrarse bajo la cúpula blanca, Vladimir Putin avanzó directamente hacia el analogion, un atril delante del iconostasio, en la nave central, destinado a dar espacio al icono de la fiesta del día o del santo al que la iglesia esté consagrada. Sin rastro de vacilación, Putin se inclinó para besar el icono y luego lo apoyó sobre su frente en signo de recogimiento y humildad. Reprodujo el mismo gesto de piedad unos minutos más tarde con un icono de la Santa Trinidad que le presentó el obispo de Quersoneso.

Más que un ornamento, el icono se ha convertido en la tradición oriental en un auténtico objeto de veneración. Y es que, a través de algo que materialmente no es más que una pintura sobre una tabla, se manifiestan como en un espejo realidades celestes, la presencia espiritual e invisible del santo, del ángel o de Dios hecho hombre, según la representación.

El icono recuerda así que la vida de la Iglesia no es solo la de los hombres vivos, sino también la comunión con todos los santos y los ángeles que participan sin cesar en la alabanza a Dios, especialmente durante celebraciones como el anuncio del Apocalipsis de san Juan.

Además, sobre esta teología particular de la imagen, que ha sido objeto de vivas controversias en la historia, se funda la especificidad del icono: la ausencia de una fuente de luz visible significa que Dios será nuestro sol (Apocalipsis 22,5), y los rostros son serenos, humildes y consolados por Él. La realización de un icono es también y ante todo una obra espiritual que implica haber experimentado la divinización del mundo creado para poder transmitirlo con mayor profundidad.

No confundir la veneración con la adoración

La veneración de los iconos, que por tradición se besan en el mundo oriental, es por lo tanto un signo de reverencia no hacia la imagen en sí, sino hacia la realidad espiritual manifestada por su mediación. Es una forma que tienen los fieles de expresar que, lejos de ser indiferentes, reconocen la eminencia de las figuras representadas. Así encontramos en las iglesias ortodoxas, entre otros, un icono del santo patrón de la parroquia, llamado icono “patronal”.

En Occidente se conoce sobre todo la veneración de las reliquias, que son una realidad material a través de la cual actúa la gracia de Dios. Sin embargo, el icono es una representación y en ningún caso se confunde con lo que representa. En este aspecto, la veneración de un icono recuerda más a la devoción hacia las estatuas, forma de representación preferida en Occidente.

Así que no hay que confundir la veneración con la adoración. Porque, como solo Dios es digno de ser adorado, la adoración de un icono constituiría un acto de idolatría. Esta confusión entre los dos términos ha dado lugar en la historia a acusaciones desafortunadas entre cristianos griegos y latinos: el término griego para ‘veneración’ fue traducido en las actas del Segundo Concilio de Nicea, en 787, por el término latino de adoratio. A raíz de esta desafortunada traducción, los latinos y, sobre todo, aunque más tarde, santo Tomás de Aquino (que retomaría el término), serían acusados de idolatría en polémicos escritos.

Pero el redescubrimiento contemporáneo de los iconos en el mundo occidental supone el fin de las riñas y de la incomprensión muta, así como la restauración de un patrimonio común.

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