Merecen reconocimiento las personas que lo hacen, pero también respeto las que deciden no hacerloQue la donación de órganos es un acto de generosidad es una indudable verdad, tanto si se realiza desde una persona viva que cede uno de sus órganos (generalmente duplicados o regenerables), como desde una persona fallecida. Todas aquellas personas que toman esta decisión merecen nuestro reconocimiento y, por lo tanto, también nuestro respeto y admiración.
Del mismo modo, merecen nuestro respeto aquellas que toman la decisión contraria, porque las repercusiones en su vida (en caso de donación de vivo) o la situación de tristeza que rodea el momento de la decisión (en caso de donación de fallecido), así como sus convencimientos personales y morales son importantes.
Si podemos calificar de generosidad la donación de órganos, nunca deberíamos calificar de falta de generosidad lo contrario. Ésta es una frase que debemos tener muy presente para no ejercer una presión que obligue a otros a tomar una decisión que no sea desde la total y absoluta libertad.
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Sin embargo, es necesario respetar algunos límites éticos e incluso de sentido común:
- Respeto a las voluntades de los donantes. Es lícito explicar los beneficios que la donación puede hacer la vida de otra persona, pero es necesario respetar unos límites de presión y nunca recriminar la decisión de no donar.En este sentido, el donante o persona que toma la decisión – y de forma muy especial en caso de órganos procedentes de donante vivo – debe de haber sido debidamente informado y ser consciente de las consecuencias y riesgos de su decisión. En el caso de una persona fallecida, los familiares tienen la obligación de respetar su voluntad previa si había expresado en vida su deseo de donación o lo contrario.
- Respeto a cuerpo del donante. Tanto en caso de donante vivo como fallecido, es necesario que en la extracción se intente respetar el resultado estético de la operación. Es un tema especialmente sensible en el caso de los fallecidos, porque es cuando menos se cuida, y recordar que detrás hay una familia que merece despedir a su familiar con dignidad.
- Valoración objetiva de los beneficios. Nunca se puede asegurar el éxito de un trasplante al 100%, pero sí debe haber una valoración positiva de probabilidades que lo justifiquen.
- Confirmación de muerte. En este sentido deben hacerse varios encefalogramas que lo confirmen. También se recomienda que el médico encargado de la certificación no esté implicado en la cirugía de trasplante ni en el cuidado del receptor.
- Nunca puede hacerse donación en vivo de un menor. Sí en caso de fallecimiento.
- No debe de haber nunca una transacción económica con los órganos. Los médicos deberían negarse a realizar el trasplante si tienen dudas de la procedencia de los órganos.
- En caso de donación de fallecidos, la elección del receptor debe hacerse en base a conceptos de idoneidad y necesidad médica.
- Respeto a las voluntades de anonimato, tanto del donante como del receptor, sobre todo en caso de donación desde una persona fallecida.
- Selección adecuada del receptor: que tenga una patología que pueda ser tratada de forma eficaz con el trasplante, que no presente enfermedades que puedan interferir con el trasplante, que tenga una condición física y mental como para poder tolerar el trasplante, se compatible con el donador, expresar su voluntad por escrito.
- El trasplante de órgano animal a humano es aceptable, pero no lo contrario.
Al tratarse de un tema nuevo (el primer trasplante con éxito tuvo lugar en 1954), que avanza de forma muy rápida y muy delicado porque en él intervienen la vida y la muerte y por lo tanto hay tantas situaciones como personas implicadas, el listado de recomendaciones éticas podría ser interminable.
En estos casos, hay una premisa que siempre nos puede ayudar a discernir: el fin no siempre justifica los medios, pero sí que muchas veces son los medios los que justifican y hacen buenos los fines.