Quería ser drag queen pero yo por dentro pensaba: “¿por qué estoy aquí? No sé quién soy”. Entonces recé…
Crecí con mi madre; mi padre sólo estuvo conmigo hasta que cumplí año y medio. Luego tuve un padrastro, que era alcohólico y violento. No me sentía seguro con él. Yo tenía miedo de los hombres, no confiaba en ellos, desde niño. Me sentía más seguro con las mujeres, todos mis amigos eran chicas.
Crecí con mucha confusión de género. Quería ser chica y no me gustaba ser un varón. No tenía a nadie que me ayudara a ser un hombre. Era bastante femenino, en la escuela se burlaban de mí, me rechazaban.
También sufrí abusos por parte de miembros de mi familia, desde los seis años. Yo no sabía qué hacer, creía que eso era normal, creía además que todo eso era culpa mía, no decía nada porque no quería problemas. Sentía vergüenza. Me sentía sucio y usado.
Creía que yo era gay, pero tenía miedo de tener problemas. Fui a terapia, pero los terapeutas me afirmaban en mi confusión de género, me animaban a aceptar mis inclinaciones homosexuales. Poco después, decidí vivir mi vida abiertamente gay. Pero estaba asustado, con miedo.
Con dieciocho años, empecé a vestirme de mujer, me gustaba todo ese mundo de las drag queen. Pensaba: Esto es lo mío, y empecé a vivir mi fantasía de querer ser una chica. Competía en concursos, y hasta me eligieron Miss Texas Gay.
Pero yo por dentro pensaba: ¿Por qué estoy aquí? No sé quién soy. Llegué a intentar quitarme la vida, intenté suicidarme. Y entonces recé: Señor, si no estoy haciendo lo que debo estar haciendo, necesito que Tú me muestres qué es lo que debo hacer.
Una vecina en aquellos días vino a mí y me dijo: El Señor ha puesto en mi corazón el deseo de invitarte a mi iglesia. Yo la acompañé, pero cuando entré todo el mundo se apartó, porque yo llegué con mis zapatos de plataforma, mi poncho y una camiseta que dejaba a ver mi ombligo.
Escuché hablar de Jesús, del amor de Dios, de cómo es Jesús… Rezaron por mí en ese momento. Siempre había querido que los hombres me aceptaran y me quisieran, y en ese momento varios hombres rezaron por mí y lloraron por mí. Estaba feliz, significó mucho para mí.
Me di cuenta de que Dios era mi única esperanza, había tocado fondo. Ahí empecé a clamar al Señor. Yo no sabía que Él me quería.
Le dije al Señor: Si Tú no quieres que yo sea homosexual, necesito que me lo muestres, necesito que me lo digas. En la iglesia me mostraron su amor, me invitaban a su casa a cenar. No me juzgaban por mi estilo de vida.
Sí que se mantenían firmes cuando se trataba de la Palabra de Dios, o cuando hablábamos sobre el pecado, pero comencé a ver que otras personas me amaban como era, y que tenían una relación verdadera con el Señor, y me di cuenta de que Dios era de verdad.
Me aferré a Jesús como mi única esperanza, comprendí que era digno de amor. Vi mi vida como un intento de tapar todo mi sufrimiento de niño. Pensé que podía empezar a vivir para Él. Me rendí a Él. Fui a los pies de la Cruz y le di mi vida.
¿Pero no sabes lo que he hecho? ¿No sabes dónde he estado? ¿Cómo puedes amarme?, le decía. Y Él me dijo: Yo te hice para que hicieras todo eso. Daniel, eres muy hermoso para Mí. Te quiero tal y como eres. Yo puedo liberarte. Te quiero.
Nadie me ordenó cambiar de vida, sólo vi Su amor. Dios se convirtió en el Padre que yo nunca tuve. Y mi vida cambió.
Fuente: masteringlife.org
Por Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Artículo publicado el 9 de septiembre de 2015 por Alfa y Omega