La Iglesia dice que la presencia de Cristo en la Eucaristía permanece “siempre y cuando” subsistan las especies eucarísticas”.
“La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas” (Catecismo, 1377). Esto significa que Jesús estará presente en las especies eucarísticas, siempre que éstas conserven sus propiedades accidentales de pan y de vino.
En consecuencia si una hostia consagrada, por ejemplo, se mete entre el agua o se ha deglutido, se disuelve y al ser disuelta ya deja de ser la Eucaristía.
Lo mismo pasa cuando se derrama agua para disolver la poca sangre de Cristo que queda dentro del cáliz para “purificarlo” después de la comunión; el vino consagrado deja ya de ser la Eucaristía.
Y lo mismo pasa con esas partículas microscópicas o invisibles que caen desde la hostia consagrada, son partículas tan pequeñas como para ser reconocibles como “pan”. Dichas partículas dejan de ser la Eucaristía, ya que claramente no conservan la apariencia del pan.
Visto lo anterior, cuando alguien vomita después de haber comulgado, no vomita el pan eucarístico, no vomita al Señor; vomita lo que debe vomitar. En un vómito ni siquiera existen las especies eucarísticas. En este caso no se hace nada en especial; simple y tranquilamente se hace la limpieza que cada quien hará como sepa o pueda.