A veces tendremos que luchar con el peor enemigo que nos desmotiva y nos tira abajo, nosotros mismos
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Después de los brindis de fin de año y los buenos deseos muchas veces nos quedamos con la sensación de vacío. Recordamos que también otros años nos hicimos propósitos para cambiar algo que queríamos o comenzar algo nuevo y nos damos cuenta que poco de lo planeado pudimos realizar.
No bastan solo las intenciones. Si verdaderamente queremos producir algún cambio debemos proyectarlo más detenidamente y con expectativas realistas para que se pueda llevar a cabo y cuando lo hagamos nos sentiremos más felices.
Muchas veces estamos frustrados por no poder cumplir lo que nos habíamos prometido. En realidad, el margen de previsión sobre lo que nos sucede no está del todo en nuestras manos. Los acontecimientos no esperados se nos presentan sin preguntarnos. Aceptamos con amor y alegría aquello que nos deleita y nos da bienestar y rechazamos con ira lo que perturba nuestros planes.
Ahí es donde nos equivocamos. El proyecto debe estar adelante de nosotros, más allá de las vicisitudes. Solo nos guía la fe. “Voy a ser el dueño de mis decisiones y si cometo errores estoy dispuesto a pagar ese precio, pero, por lo menos, al final, me sentiré satisfecho de mí mismo”.
La importancia de proyectar
Pensemos en una empresa importante, con una considerable infraestructura, un número significativo de personas en su plantel y excelentes ventas. No imaginamos que sus directivos den por sentado que las cosas seguirán así y se echen a dormir esperando que no haya problemas y que, si se presentan, las soluciones vendrán por sí mismas. Sería una ingenuidad que pagarían muy caro.
En esa empresa se requiere proponer los objetivos que quieran alcanzar a corto, mediano y largo plazo, estudiar de qué manera alcanzarlos, planificar los medios necesarios y establecer quiénes supervisaran los resultados. Desde ya se tendrá en cuenta la posibilidad de que surjan factores externos que dificulten sus previsiones y entonces considerarán planes alternativos para superarlos. Si la compañía quiere seguir, mejorar y obtener más ganancias, el meollo principal será tener proyectos y sostenerlos.
Somos conscientes de que entre las buenas intenciones y las acciones hay camino por recorrer. La primera dificultad con que nos encontramos es no reconocer que las intenciones pertenecen al mundo de las ideas, de las emociones, es decir, a un mundo simbólico interno y, en cambio, las acciones se dan en el mundo real de los hechos. Pasar del pensamiento a la acción es un tránsito que pone a prueba nuestras capacidades. La fascinación inicial en sí misma no basta. Se necesita fe en las propias fuerzas, empeño y perseverancia que nos incitan a no rendirnos con facilidad.
Pero ¿por qué necesitamos hacer proyectos? Es que sin proyectos, viviendo al día y haciendo que las cosas sucedan por sí mismas y cuando quieran, sentimos que la vida nos es extraña, algo sobre lo que no tenemos intervención. Dios nos dio la vida para que al final le presentemos las obras que pudimos realizar con nuestros talentos y también con las dificultades que se nos presentaron. “¿Qué hiciste con los talentos que te fueron dados? ¿los hiciste fructificar?”, dice la parábola del Evangelio, o tal vez fuimos como el servidor que enterró lo que había recibido porque no tuvo el valor de arriesgarse, de ganar, de vivir.
Hacer planes e intentar cumplirlos no tiene nada que ver ni con la edad, ni con la condición social ni con los propios impedimentos físicos. La cuestión es querer y tener la voluntad para realizarlos.
¿De qué tipo de proyectos hablamos?
Cada uno sabrá que necesita cambiar, mejorar, continuar, en este año que se inicia.
Tal vez tengamos que modificar hábitos para mejorar nuestra salud física. Nos diagnosticaron algunos problemas de salud y ahora tenemos que poner manos a la obra para que los próximos controles médicos sean mejores. La medicina hará su parte pero la más importante nos toca a nosotros.
Si revisamos nuestra dieta, el sedentarismo, la falta de actividad física, las actitudes, veremos que en nuestras manos se encuentran las principales soluciones. Lo sabemos. Ahora planeemos cómo renovar nuestras conductas. Los hábitos arraigados son de las cosas más difíciles de alterar, pero es posible hacerlo aunque cueste y la salud esté de por medio.
Podemos hacer planes para cambiar un empleo que nos estresa y agota nuestras fuerzas. Tal vez necesitamos mudarnos de ciudad o de barrio ya sea por cuestiones laborales o por mejorar la calidad de vida; buscar otra escuela para los hijos, arreglar la casa, hacernos tiempo para estar más con la familia.
En fin, ¡tantas cosas podemos planear! La cuestión será ejecutarlas. Tal vez no todas se puedan realizar este año pero conviene tener en mente lo que queremos conseguir como una guía de camino.
No siempre lo que se quiere se puede, pero también sabemos que se puede mucho más de lo que queremos. A veces tendremos que luchar con el peor enemigo que nos desmotiva y nos tira abajo, nosotros mismos. Algunas de las barreras que levantamos son: las actitudes anquilosadas, la autocensura, sentirnos atrapados por la rutina, la comodidad que nos da lo conocido, tener miedo a lo nuevo. Nos decimos: “No es fácil”. A lo que habría que responder: “Como todo en la vida”. Entonces dejar de imaginar razones para que algo pueda no funcionar y empezar a pensar en las formas que sí puede hacerlo.
Todos tenemos miedo a los desafíos. El cobarde tiene miedos y se paraliza. El temerario, actúa impulsivamente y no mide las consecuencias, el valiente, en cambio, tiene miedo pero lo traspasa. En muchas circunstancias nos sabemos cobardes y en otras, más valientes de lo que hasta nosotros mismos creíamos. Los cambios siempre empiezan por uno mismo. En el arriesgar también está la sal de la vida.
Por Cecilia Barone. El artículo completo fue originalmente publicado y puede leerse en Familia Cristiana