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Las inocentes o hasta cuándo dura el miedo

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Luis Reguero - publicado el 06/01/17
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Una dura y a la vez delicada película sobre la violación de unas monjas polacas durante la segunda guerra mundial

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Nieva despacio, sin demasiada prisa, como si fuera la última vez. Nieva como si no fuera a acabar nunca, de noche y de día, incansablemente, sobre el bosque de árboles finos como lápices y sobre el musgo helado de la piedra desdentada y antigua, descascarillada por la guerra. Nieva otra vez en Polonia y parece que hay en verdad otro cine, un cine aparte, un cine con idioma propio que extiende una red invisible de belleza por los ojos del que mira, un telón de seda blanca por la pupila que se agranda y se contrae a cada imagen como si fuera un girasol o la misma luna.

Se podría hacer ahora mismo un catálogo hermoso con ese cine donde nieva, con el cine de los últimos años o con toda la historia del cine. Una lista de películas a las que asomarse cuando apriete ahí fuera la mediocridad y el disgusto, el desconcierto y la mentira. Un ensamblaje perfecto de imágenes blancas, como nacidas en el exilio, un puñado de imágenes con las que sobrevivir y seguir adelante. Me refiero a esas películas donde mientras nieva asistimos a la cadencia de una historia. Me refiero a Winter Sleep de Nuri Bilge Ceylan o a Ida de Pawel Pawlikowski. Me refiero a Las inocentes, de Anne Fontaine, que acaba de estrenarse.

Estamos en Polonia. Es diciembre de 1945. La guerra ha partido el mundo en dos. Lo ha embrutecido. Lo ha hecho pequeño, microscópico, minúsculo como un signo de puntuación o una hormiga obrera. La guerra, esa enfermedad de la razón, de la palabra, de la libertad, ha hecho otra vez añicos el mundo. Lo ha inflado bien de odio, de barbarie, de injusticia. En Las inocentes la guerra ya ha terminado. Pero y el dolor, ¿cuándo termina en verdad el dolor? ¿cuándo acaba el horror de la guerra?

Allí, en mitad de la nieve, en un convento de monjas polacas, la violencia del hombre, del soldado imparable, ciego y sin sentido, ha sembrado el horror. Ha sembrado otra tragedia. Los soldados, como una jauría de lobos eufóricos, enajenados, insaciables, vencedores de la nada, han violado a las monjas, han violado a estas mujeres, han violado en verdad a todas la mujeres del mundo, y las han dejado embarazadas. Sí, la guerra afuera ya ha terminado, pero en el silencio del rezo, en la inocencia del cántico espiritual, en el aire que se derrama entre las paredes del convento, la guerra sigue, la guerra continúa en el interior de sus cabezas.

Será Mathilde, una enfermera francesa de la Cruz Roja, la que ayudará a estas inocentes, a estas mujeres atravesadas por el fanatismo, a estas mujeres que deben seguir en secreto con la canción de sus vidas mientras nieva, mientras nieva en un mundo devastado y en ruinas, que tras ser arrodillado de nuevo, debe aprender otra vez a levantarse.

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