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El difícil camino a la salvación: una reseña de “Silence” (Martin Scorsese, 2016)

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Arturo Serrano - publicado el 27/12/16
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En la vida real Dios guarda un inquietante silencio

El catolicismo siempre estará en cada película que haga – Martin Scorsese

El más importante legado de mi catolicismo en mis películas es la culpa. Una gran porción de culpa, como si fuese ajo en la comida – Martin Scorsese

Quienes le siguen la pista a Scorsese, saben que durante décadas ha expresado su deseo de realizar una adaptación cinematográfica de la novela Silencio del japonés Shūsaku Endō. ¿Pero qué vio el director italoestadounidense en esta obra que lo hizo perseverar tercamente hasta lograr que le dieran luz verde al proyecto?

La respuesta está en el viaje emocional que los personajes principales viven y que los lleva desde la certeza de la fe del misionero que arriesga su vida y anhela el martirio, hasta la duda de quien ahora conoce lo terrible del sufrimiento físico y espiritual y parece ver todo desde una luz distinta.

La historia gira en torno a los padres Rodrigues y Garpe (interpretados por Andrew Garfield y Adam Driver respectivamente), dos sacerdotes jesuitas que al recibir noticias de que su  mentor, el Padre Ferreira (Liam Neeson), ha apostatado producto de los tormentos del martirio, deciden ir a Japón en busca de noticias suyas y con la intención de continuar la evangelización de ese país.

Lo que ellos no saben es que las historias acerca del martirio no tienen mucho que ver con la realidad de la violencia física y el agotamiento mental que este implica.

A diferencia de las hagiografías, donde Dios suele mitigar el dolor del  martirio (san Lorenzo parece no sentir las llamas, santa Agnes es salvada por Dios de ser violada, san Dionisio recoge su cabeza y camina por las calles después de ser decapitado, al verdugo de san Albano se le salieron los ojos de la cabeza, etcétera), en la vida real Dios guarda un inquietante silencio, silencio este que da nombre al filme.

Debido a que muchos asocian el cine de Scorsese con la violencia y la mafia, pudiera sorprender la afirmación de que personajes como el Padre Rodrigues, que cuestionan constantemente su vida y se preguntan cuál es el moralmente mejor curso de acción, son bastante comunes.

Esta cotidianidad inquieta y angustiada de quien constantemente pone en duda su propio ser y que busca la manera de hacer el bien, es una constate en las películas de Scorsese.

J.R. (Who’s That Knocking at My Door, 1969), Charlie (Mean Streets, 1973), Travis (Taxi Driver, 1975), Christ (The Last Temptation of Christ, 1988), Henry (GoodFellas, 1990), Sam Bowden (Cape Fear, 1991), Sam Rothstein (Casino, 1995), Frank (Bringing Out the Dead, 1999), Amsterdam (Gangs of New York, 2002) o Teddy (Shutter Island, 2010) son algunos ejemplos de estos personajes en una búsqueda moral y espiritual.

Después de un tiempo, Rodrigues y Garrpe se separan y desde ese momento seguiremos a Rodrigues en una búsqueda más interior que exterior. Poco a poco, producto del agotamiento y de lo extremo de las situaciones que le toca vivir, Rodrigues empieza a cuestionar sus creencias.

Si bien nunca deja de tener fe, la certeza que sustentaba a esta va desapareciendo poco a poco creando así un estado de ansiedad que lo sume en la confusión y el delirio. ¿Qué sentido tiene su sufrimiento?, ¿por qué esos sencillos pescadores y granjeros prefieren la muerte y el dolor antes de pisar una imagen de Jesús?, ¿sería él tan fuerte como ellos?

En una reveladora escena, Rodrigues toma agua de un manantial y al hacerlo ve que su cara se refleja en el agua, pero al mirar bien se da cuenta de que no es su cara, sino la de Jesús. Él es Jesús, debe imitarlo y en su delirio se convierte en Él. “Yo soy Jesús” pareciera decir Rodrigues en ese estupor moral en el que se encuentra en la segunda parte de la película.

Una frase de Tadabonu, el traductor asignado a Rodrigues en el proceso de inquisición, resume lo que siento que es la preocupación central no solo de Silence, sino de muchas de las películas del director: “Nuestro Buda es un ser en el que los hombres podemos convertirnos”, a diferencia de Jesús que es una figura imposible de alcanzar.

Y es que desde pequeño Scorsese entendió que una vida buena tal como la predican los evangelios pareciera ser adecuada solo para seres especiales (santos y mártires) y no para el hombre común de la calle.

Otro tema que se toca en este filme es el de la violencia como instrumento de la salvación. La visión del propio Scorsese ha cambiado, pues pudiéramos decir que en su filmografía se han ofrecido dos respuestas claramente diferenciadas acerca de este asunto.

Empezando con el cortometraje The Big Shave (1967), vemos una primera etapa en la que la violencia posee poderes redentores y es así que J. R., Charlie, Travis, Cristo, Sam Bowden, Sam Rothstein pasan por impactantes momentos de violencia que en gran medida sirven para hacerlos cambiar.

La sangre en estas películas es la sangre del sacrificio que limpia los pecados y permite el paso a una nueva vida.

Tal como afirma Michael Bliss en su libro The Word Made Flesh. Catholicism and Conflict in the Films of Martin Scorsese, “este patrón de violencia seguida de un momento de epifanía se repite una y otra vez, lo cual es terrible pues convierte a la violencia en pre requisito para el autoconocimiento”.

Raging Bull marca un quiebre en esta visión, pues Jake La Motta se somete una y otra vez a la violencia extrema para expiar sus faltas, pero aún así la epifanía nunca llega.

Parece que Scorsese cambia su visión y nos muestra que no es la violencia en sí la que te redime, sino que esta es más bien una posible herramienta que siempre debe venir acompañada de un cambio interior. De lo contrario, la violencia nos llevará a un círculo vicioso en el que esta nos puede destruir.

A partir de este film, la visión de Scorsese deja de poner un acento tan marcado en la violencia y pasa a concentrarse en el cambio interior que debe ocurrir.

Tal como dice Rodrigues, el martirio puede acercarte a Dios o alejarte de él hasta perderlo. “¿Será el martirio instrumento que glorifique a Dios o mi vergüenza?” se pregunta Rodrigues mientras piensa en el sufrimiento aceptado estoicamente por los campesinos y pescadores japoneses.

El film asoma una respuesta a este complicado asunto en la tercera parte de Silence, pero por respeto a los lectores que aún no la han visto haremos un análisis de esa respuesta más adelante en otro escrito. Solo valga decir que Rodrigues pasará de una visión romántica de la experiencia religiosa a una más real y que finalmente pudiera ser el instrumento de la paz y no de la constante angustia de quien desea probar que su fe es verdadera.

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