La presencia de Jesús lo hace posible
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Tiempo de luchas, de guerras, de desunión, de soledad, de violencia, de odio. Un mundo sin Cristo. Un mundo en el que quiero salir llevando a Cristo en mí. Tal vez eso es Navidad, que la alegría esté con aquel con el que me encuentro. Como ese encuentro de María con el Ángel, cuando María se llenó de Dios. ¡Feliz la que ha creído!
¿Es una alegría que el Señor esté conmigo? ¿Cambia en algo mi vida si el Señor está conmigo? La vida de María cambió al escuchar esas palabras del Ángel. Porque de verdad Jesús vino a hacer morada en su pecho. Y María se convirtió en la primera custodia viva.
María llena del Espíritu, llena de Dios. Llena de una presencia que todo lo transforma. Se llenó del Espíritu. Se llenó de una alegría plena. María arrebatada por la fuerza de Dios. Abrazada en un abrazo eterno por su Padre. Colmada de su gracia. Elegida, querida, acogida. María feliz y llena de alegría.
Quiero experimentar como Ella esa presencia de Dios en mí. Tocar su amor incondicional. Su caricia permanente diciéndome que se queda conmigo, que camina conmigo. Alegrarme porque está en mí.
Que mi abrazo llene a otros de alegría. Que yo me llene de alegría en el abrazo de Dios, en el abrazo de los hombres. El Adviento es un camino de sucesivas alegrías.
La alegría de los pastores al escuchar el anuncio. Una buena nueva. Se pusieron el camino a buscar un niño en pañales. La alegría de los Reyes adorando a Jesús. Ese misterio escondido. La alegría oculta en la noche. Me gusta pasar de una alegría a otra y llenarme de esa misma alegría.
Todo porque Dios viene a mí y se hace carne. Renuncia a su poder. Se abaja hasta ponerse a mi altura. Y colma mis deseos. Sacia mi sed. Llena mi alma de alegría.
Es cierto que deseo un mundo mejor, un tiempo mejor, una vida mejor. Por eso necesito llenarme de optimismo, de risas, de paz, de alegría. Necesito vaciarme de amarguras y tristezas. Solo con Dios. Solo en Dios.
Quiero cuidar el camino que recorro. Pararme y contemplar la alegría que voy descubriendo. Acercarme al que sufre y decirle: “Alégrate, el Señor está contigo”. Y ver la cara de sorpresa del que me escucha.
Me falta esa alegría. Sueño con esa alegría. Quiero que salten de gozo mis entrañas. Quiero que salten de gozo las entrañas de aquellos con los que me encuentro. Quiero mirar mi vida con gratitud. Feliz al pensar en todo lo vivido. Quiero llenar de alegría el mundo a mi alrededor.
¿Por qué saltó de alegría Juan en el pecho de Isabel? La presencia de Jesús. La presencia de María llena de Jesús. Es la paz de Dios la que me llena de alegría. Una vida que comienza con el tímido sí del hombre. Con la puerta entreabierta de mi alma.
Yo puedo ser puerta de alegría, puerta de misericordia. Esa alegría para mirar mi vida con el corazón lleno. Alzando la mirada con los ojos muy abiertos. Por eso detengo mis pasos, calmo mis prisas.
Decía el papa Francisco en Amoris Laetitia: “Implica hacer un silencio interior para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente: despojarse de toda prisa, dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer espacio”.
Sé que las prisas no me ayudan. Necesito detenerme. Hacer espacio como María. Por eso dejo de lado lo que me inquieta. Lo que me sobra. Lo que me pesa. Me vacío para llenarme. Eso es Adviento. Caminar vacío. Vaciarme en medio de mi camino. De lo mío, de lo que me agobia. Quiero ser más niño, más pobre, más libre.
Es el Adviento una nueva llamada a la santidad personal y matrimonial. El matrimonio, con sus exigencias y con sus dones sagrados, es un camino de santidad. La vida familiar como escuela de santidad.
La santidad tiene que ver con la alegría. Queremos ser santos felices. Santos llenos de vida. Santos alegres. Queremos vivir una santidad que nos haga personas alegres. Tenemos derecho a la alegría. A ser felices.
Hay sólo dos matrimonios canonizados. Luis Beltrán Quattrocchi y María Corsini, y los padres de santa Teresita de Jesús. Pero hay muchos más matrimonios santos no canonizados. Que han vivido de forma extraordinaria su vida ordinaria. Han sido alegres en la cruz y han vivido un amor pleno.
Es el ideal que hoy nos enciende. Que nuestra familia esté llena de alegría y de Dios. Decía el padre José Kentenich: “La naturaleza humana goza de un derecho inalienable a la alegría. Y el impulso a la alegría debe por lo tanto, de algún modo, ser satisfecho; de lo contrario, la naturaleza se vuelve enferma, con la posibilidad de sufrir una ruptura incurable”[1].
El Adviento y la Navidad me hablan de alegría. Quiero ser causa de alegría en este tiempo para otros. Quiero decirle a todos: “Alégrate, el Señor está contigo”. Muchas veces se me olvida y no lo hago.
Quiero vivir mi vida con sus dificultades con una alegría honda y verdadera. Mi vida familiar con sus exigencias. Mi vida personal con sus luchas. Los desafíos son muchos y a veces me turban. Me llenan de prisas y agobios.
Quiero detener mis pasos. Dejar de correr para caminar despacio. Me detengo. Dejo de andar y contemplo a un Niño nacido entre pañales. Quiero vivir todo lo que me sucede como fuente de alegría. Es el camino que recorro en el Adviento.
Escucho la voz del Ángel. Me conmueve el abrazo entre Isabel y María. Veo a María con José camino a Belén. Me postro como un rey lleno de paz ante un niño arropado en un pesebre. Y salgo como los pastores a anunciar la buena nueva. El pecho henchido de alegría.
[1] J. Kentenich, Vivir con alegría