La respuesta se encuentra en otra pregunta
¿Qué cosa más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo? (Marco Tulio Cicerón)
En tiempos tan acelerados, de momentos más “urgentes” que importantes, enajenados por las nuevas tecnologías, por los celulares, por las computadoras, por los problemas que se transforman en preocupaciones individualistas, cada vez el momento de hablar se escapa de las relaciones e interacciones humanas; al mismo tiempo se abre paso a una situación en la que ya nadie tampoco escucha.
La soledad social se ha expandido como una mancha de tinta, que sin dejar a dudas, ha enmudecido los sentidos del hombre, el poder hablar con los otros se ha ido perdiendo por la velocidad de las acciones, y el escuchar no le interesa al otro; quizás esta sea una hipótesis por la cual muchos especialistas – entre ellos psicólogos y psiquiatras- han tenido un aumento de pacientes con características depresivas.
La vida y las nuevas formas que se proponen para vivirla son tan egoístas, que ni siquiera permiten al ser humano poder hablar consigo mismo. Muchos se están aislando porque pareciera que a nadie le interesa saber qué piensa el otro, hacia dónde va y qué proyectos tiene, porque están tan preocupados de sí mismos, que les falta tiempo para sonreírle al otro.
Los diálogos se han acortado, las manifestaciones de expresión y comunicación entre la familia y los amigos muchas veces se han resumido en páginas de diarios, en pensamientos que se escapan de ser compartidos, y uno de los factores de que esto suceda es la falta de disponibilidad que los hombres ejercen para poder escuchar y dejar de “utilizar” al compañero, al hermano o al amigo sólo en los momentos en que a ellos les preocupan.
¿Cómo romper el hielo y poder hablar con el otro de los sentimientos, de los pensamientos y las emociones? La respuesta se encuentra en otra pregunta, ¿nosotros podemos escuchar a los demás, les abrimos un tiempo y un espacio para saber que sienten? Si se es capaz de brindar un momento destinado a las necesidades del otro, entonces la barrera de hielo silencioso comenzará a caer, y se volverá a hablar.
Aunado a esto, si se dejan por un momento los medios de comunicación que atrapan y envuelven en sus fantasías, habrá un tiempo para coincidir con el otro y darse la oportunidad de dialogar.
Esa soledad social, aislante y duradera que se está construyendo trae consigo la timidez, las frustraciones, los problemas de entendimiento, la tristeza del alma, las melancolías de los sentimientos; se pierden oportunidades de enriquecerse a través de lo que el otro puede expresarnos y solamente así podemos compartir la vida, las sensaciones que producen el estar al lado del otro.
Artículo originalmente publicado por Familia Cristiana