En primer lugar es necesario buscar los recursos de la medicina, y después…En primer lugar es necesario buscar los recursos de la medicina. Hay muchas causas que pueden generar la infertilidad. Para el hombre puede ser, por ejemplo, un problema hormonal: bajo nivel de testosterona o prolactina; esto puede detectarse a través de exámenes en una consulta con un endocrinólogo.
También la varicocele puede causar infertilidad en el hombre; así como el bajo número de espermatozoides (hipospermia); un examen pedido por el urólogo puede detectar el recuento, calidad y motricidad de los mismos.
En relación a la mujer, debe consultar a un ginecólogo y endocrinólogo; pues cualquier glándula con una función desequilibrada en la mujer puede llevarla a la infertilidad. Así, los ovarios, la suprarrenales, tiroides, hipófisis, etc., necesitan ser examinadas.
Además de eso, puede haber problemas uterinos como miomas, pólipos, endometriosis, que pueden resolverse en muchos casos con cirugía. También las malformaciones congénitas que pueden impedir la fertilidad.
Algunos médicos también apuntan al factor psicológico de la mujer, a veces la ansiedad de querer quedar embarazada puede dificultar el embarazo; no son pocos los casos de mujeres que logran embarazarse tras la adopción de un niño… Para este tipo de problema se recomienda un acompañamiento psicológico.
El método Billings puede ayudar a la mujer a quedar embarazada; si aprende bien cómo detectar los días de fertilidad, cuando aparece un moco uterino, tendrá más posibilidades de quedar embarazada si tiene relaciones sexuales en esos días. Hay libros sencillos que enseñan el método.
La Iglesia católica entiende que la generación de un hijo debe suceder solamente por la acción de los padres; por eso no acepta la fecundación “in vitro” (bebé probeta).
El Catecismo de la Iglesia explica que: “Las técnicas que provocan una disociación del parentesco, por la intervención de una persona ajena a la pareja (donador de esperma o de óvulo, vientre de alquiler), son gravemente deshonestas. Estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales heterólogas) menoscaban el derecho del niño de nacer de un padre y de una madre conocidos por él y vinculados entre sí por el matrimonio. Éstas traicionan el derecho exclusivo de volverse padre y madre solamente uno a través del otro” (Congregación para la Doctrina de la Fe, instrucción Donum Vitae, 2,1).
Practicadas entre la pareja, esas técnicas (inseminación y fecundación artificiales homólogas) son tal vez menos claras a un juicio inmediato, pero siguen suscitando problemas morales. Disocian el acto sexual del acto procreador.
El acto fundamental de la existencia de los hijos ya no es un acto por el cual dos personas se donan una a la otra, sino un acto que “remite la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el origen y destino de la persona humana. Una relación de dominio tal es de por sí contraria a la dignidad y a la igualdad que deben ser comunes a los padres y a los hijos” (CDF, instr. DV, II,741,5).
“La procreación está moralmente privada de su perfección cuando no es querida como fruto del acto conyugal, es decir, del gesto específico de unión de los esposos… Solamente el respeto al vínculo que existe entre los significados del acto conyugal y el respeto a la unidad del ser humano permite una procreación de acuerdo a la dignidad de la persona” (CDF, instr. DV, II,4) (§2376-2377).
Pero la Iglesia acepta los tratamientos médicos para que el hombre o la mujer puedan llegar a la fertilidad.
“Las investigaciones que tienden a disminuir la esterilidad humana deben ser estimuladas, bajo la condición de ser colocadas al servicio de la persona humana, de sus derechos inalienables, de su bien verdadero e integral, de acuerdo con el proyecto y voluntad de Dios” (CDF, instr. DV, intr. 2), (Cat. §2375).
Pero el hecho de que la pareja no pueda tener hijos no quiere decir que el matrimonio de ellos haya perdido sentido.
La Iglesia dice que: “lLs esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente. Su matrimonio puede irradiar una fecundidad de caridad, de acogida y de sacrificio” (§1654).
Y la pareja puede vivir su vida sexual normalmente, pues si no existe en la pareja el aspecto procreador, existe al menos el unitivo.
La Iglesia sabe que “grande es el sufrimiento de los esposos que se descubren estériles” (§2374).
Para esas parejas, la Iglesia recomienda la adopción y dice que “el Evangelio enseña que la esterilidad física no es un mal absoluto. Los esposos que, tras haber agotado los recursos legítimos de la medicina, sufren por la esterilidad, deben asociarse a la Cruz del Señor, fuente de toda fecundidad espiritual. Pueden manifestar su generosidad adoptando niños abandonados o realizando servicios abnegados en beneficio del prójimo” (§2379).
Sobre todo, la pareja cristiana debe enfrentar la infertilidad en la fe; “sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8,28) y “En todo dad gracias” (1 Ts 5, 18).
La pareja no debe cuestionar a Dios “el porqué” de no tener hijos, sino entregarse en sus manos divinas a la fe, aunque esto sea difícil.
La Biblia nos da ejemplos de mujeres estériles que oraron a Dios y lograron quedar embarazadas; así fue con la madre de Samuel y de Sansón.
Jesús mandó: “Pedir y recibiréis, buscad y encontraréis, tocad y se os abrirá”. Por lo tanto, en la fe, la pareja cristiana debe pedir el hijo tan deseado a Dios, y hacer como las santas mujeres de la Biblia: ofrecer ese niño a Dios, incluso antes de ser concebido.
Las oraciones pueden ser variadas: frente al Santísimo, el Rosario a la Virgen, en la comunión eucarística, en las novenas y letanías, en fin, con todos los medios que se pueda y sepa rezar.
Si incluso con todo ello, el hijo no viniera, “sea hecha la voluntad de Dios”, ciertamente Él tiene algún designio que no conocemos, pero que la fe nos sea garante para el bien de la pareja.
Es la hora de la fe, pero también es la hora del consuelo, sólo esta fe puede dar, de hecho, a la pareja paz y felicidad.