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¿Qué necesitas de Dios?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 19/10/16
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Pequeña oración para aprender a pedirEs tan importante confiar y esperar… Pero muchas veces me falta fe. Jesús se pregunta: “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. No sé bien qué responder. Si Dios viniera ahora, ¿encontrará tanta fe en mí? Me impresiona. No lo sé, creo que no.

A veces pido y quiero que se me dé exactamente lo que le pido, tal como se lo pido y en el plazo en el que lo quiero. Como un niño caprichoso. Y si no me lo da, me enfado, me alejo.

Uso a Dios sólo como expendedor de respuestas en la misma medida en la que expreso mi necesidad. Me falta confiar más en Él. En sus plazos, en sus procesos. Me cuesta respetar sus tiempos.

Se me olvida que Él siempre supera mis expectativas y me desborda. Al final me da más de lo que le pido. Pero tal vez de otra forma. En otro momento. ¡Qué difícil es verlo!

Le pido que me traiga la montaña, que la rebaje porque no puedo subirla. Pero Dios no lo hace así. Y me da, quizás, fuerzas para remontarla. Me regala un compañero de camino y la alegría de llegar arriba tras el esfuerzo. Y con todo eso me hace agradecido.

Lo he vivido tantas veces… Una renuncia se convierte en fuente de esperanza. Un desamor que me parecía imposible de superar, más adelante me hace agrandar mi corazón. Una cruz me lleva más alto. Así aprendo a recibir y descubro cómo consolar a otros.

No sé cómo, pero Dios convierte todo lo que hago, lo que siento, en un camino para acercarse a mí. Toca mi vida y la hace milagrosa. Y me llena y me habla al corazón.

Nunca me va a dejar en medio de mi cruz. Se sube a mi madero. Camina en medio de mi noche. No me suelta la mano en mi dolor. Me escucha, me calma. Pronuncia mi nombre, lo repite cada día en su corazón.

Yo le pido que me solucione un problema. Le pido paz y felicidad. Y Él se abaja hasta mí, me sostiene, se hace camino para que pueda pisarlo.

A veces me detengo en medio de mi vida, miro el camino, y lo veo junto a mí. Lo veo agachado, abrazándome, consolándome. Y antes no supe verlo. Cuando iba en medio del bosque los árboles tan cercanos y numerosos no me dejaban ver su rostro. Desde la montaña veo más clara su presencia.

Es verdad que yo le pedía otra cosa más pequeña en ese momento. Porque me gusta pedirle cosas concretas. Me apasiona hablarle de lo que necesito, de mi sed, de mis miedos, de mis sueños, de las personas que amo.

Y sé que a Él le gusta escucharme, quiere que le pida, que le suplique ayuda. Sabe todo lo que necesito. Pero quiere escucharme.

Se compadece de mí como hacía Jesús por los caminos. Me escucha, me guarda junto a Él, viene a mí, y siempre me da más. Recoge en sus manos mis súplicas. Las acaricia. Las sostiene. Y yo espero, aguardo. Y se conmueve. Y me abraza.

Ojalá supiera verlo. Ojalá supiera golpear el corazón de Dios con confianza de niño. ¿Qué le pido yo a Dios? ¿Cuáles son mis peticiones más profundas?

Hoy se lo quiero entregar todo. Quiero confiar en Él como un niño. Y repito las palabras de una persona que rezaba así:

“Creo en ti, Señor, creo que vas conmigo y que todo lo que a mí me pasa a ti te importa. Creo que conoces mi vida y caminas por ella junto a mí, que nada de lo mío te es ajeno. Que me das más de lo que pido, que no me pides nada. Que no estas lejano en el cielo impartiendo justicia, sino que vas a mi lado, sufriendo y alegrándote conmigo. Ábreme el corazón. Para aprender a pedir y a dar”.

Esta es mi petición, pase lo que pase en mi vida. Le pido que se quede conmigo y no se vaya. Le pido que me ayude a ser todo para los demás. A pedir con humildad. A dar con generosidad. En eso consiste la vida de los niños.

Por eso no sé bien si habrá fe en el mundo. No sé si hay fe hoy en mi corazón. Tanta fe como yo quisiera. Porque la fe es un don que le pido cada mañana. Para creer más en su amor, en su presencia a mi lado. Quiero tener más fe.

Decía el padre José Kentenich: “Nosotros creemos con firmeza porque es el Padre quien lo ha dicho; y lo que Él dice es siempre verdadero, aun cuando yo no pueda entenderlo. A juicio de Jesús, la fe sencilla en Dios Padre es un don precioso”[1].

Me gustaría tener esa fe de los niños para creer. Se la pido. Necesito vivir anclado en sus brazos. Con todos mis sueños y deseos. Con todas mis peticiones sencillas y concretas. Confiando siempre.

[1] J. Kentenich, Niños ante Dios

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