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Quiero un amor insatisfecho

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 11/10/16
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Es amargo percibir tan fuertemente los límites de nuestra capacidad de amarQuiero necesitar la misericordia de Dios como un don, y no exigirla cada vez que caigo, como un derecho.

No sé si mis palabras tocarán los corazones de los que están lejos. Me gustaría. No sé si tengo respuestas para los que buscan la verdad en lugares perdidos. No lo sé, pero lo intento.

Quiero anunciar a ese Dios desconocido que llena la vida. Que calma la sed. Que apacigua el llanto. Quiero hablar de ese Dios infinito y misericordioso que sacia mis deseos infinitos.

Aunque sé que mi corazón siempre guardará una nostalgia de cielo insatisfecha. Mi amor nunca es suficiente. No logro llenar todo mi vacío. No logro amar con toda mi alma.

Como decía el padre José Kentenich: “¿Cómo debe ser mi amor? Debe ser un amor insatisfecho. Observemos a la gente que ama a Dios con total sencillez. Notaremos que tienen la sensación de que aman muy poco a Dios; comprobaremos que son hombres insatisfechos. La causa reside en el objeto mismo del amor. Cuanto más nos acercamos a Dios, tanto más advertimos la distancia y la limitación de nuestro amor. Es amargo percibir tan fuertemente los límites de nuestra capacidad de amar, de nuestro amor. Cuando experimente esta limitación, lo más importante será volverse hacia el Espíritu Santo; sólo Él es quien puede ampliar nuestra capacidad de amar. Cuanto mayor sea nuestro crecimiento en la sencillez, tanto más fuerte será nuestro anhelo del Espíritu Santo. El amor insatisfecho se esfuerza por un mayor conocimiento, por ampliar el amor”[1].

Mi amor insatisfecho me lleva a querer crecer cada día. Pero sé a quién he elegido como Padre, como lugar de descanso.

Quiero un corazón insatisfecho que pida cada día que aumente mi amor. Quiero que Dios me lo ensanche. Estoy insatisfecho. Busco más. Anhelo más. Ojalá nunca me acostumbre a lo que tengo. Ojalá nunca me dé por vencido y piense que ya es suficiente, que no puedo hacer más.

Ojalá no deje nunca de buscar, de indagar, de leer, de rezar. Ojalá no me siente en mi sofá mientras pasan los días ante mis ojos, satisfecho, triste.

Le pido a Dios un corazón inquieto e insatisfecho. Aborrezco vivir satisfecho. El deseo siempre pide más. Me saca de mi conformismo. Me lleva fuera de mí. Me hace anhelar lo que no poseo, desear lo que aún no veo. Me hace escalar más allá de mi carne. A un cielo que sólo intuyo. Nunca es bastante. Nunca es suficiente.

Busco a ese Dios que me da siempre más. Siempre algo nuevo. Siempre me abre nuevos horizontes aún por explorar. No quiero acostumbrarme a lo que ya he conquistado. No quiero conformarme con una vida mediocre. Siempre puedo dar más.

Siempre puedo abandonarme más en las manos de Dios. Pido el milagro. Pido la paz para seguir buscando.

[1] J. Kentenich, Niños ante Dios

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