A veces expresar las cosas ayuda a darte cuenta de ellas
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Los hombres de mi vida son los mejores hombres que conozco. Incluyendo al patriarca histérico con el que tenía que lidiar, la mayoría de los hombres que he conocido son muy buenas personas y doy gracias por compartir mi vida con ellos.
Mi marido es la mejor persona que conozco. Se parte el lomo trabajando por nosotros; siempre se sacrifica en favor de sus amigos, siempre se esfuerza al máximo, siempre dispuesto a ofrecer su chaqueta si alguien tiene frío, incluso la camiseta si hace falta.
Actúa así porque tiene una gran disciplina y un amor propio que le hace querer dejar huella con su trabajo y ser competente allá donde le toque estar. También actúa de esta forma porque Cristo es la motivación de su trabajo, de su moral y de sus instintos.
Cuando los niños aún eran pequeños y decidimos juntos que yo me quedaría en casa para criarles, que merecería la pena todo el ahorro necesario y los malabares en la economía familiar, él cogió dos empleos.
Sí, yo cortaba el césped, cierto, preparaba las comidas de la familia, recordaba todos los cumpleaños y hacía la mayor parte de las compras navideñas, llevaba un pequeño proyecto empresarial –infructuoso– y me reunía con los profesores e iba a los entrenamientos de fútbol y fútbol americano.
Era mi privilegio, y si él hubiera podido venir conmigo, lo habría hecho en un santiamén. Pero no podía.
La vida es difícil. Hay que trabajar duro. Con una sonrisa en el rostro.
La mayoría de las noches llegaba a casa a tiempo para bañar al mayor y hacer cosquillas al pequeño en la barriguita, y cuando tenía que quedarse en el trabajo y se perdía esos momentos, le dolía.
Con el tiempo, dejó el segundo trabajo, iba a la universidad los fines de semana, estudiaba hasta entrada la noche, se sacó un Máster en Dirección de Empresas y luego –porque los chicos ya eran bastante mayores– aceptó la responsabilidad añadida de ser jefe de tropa de los scout, para poder compartir todas esas experiencias de acampadas, exploración y liderazgo con los chicos. Y todavía trabajaba con horarios infernales.
Nuestros dos hijos son scouts de rango águila, el más alto, y los dos insisten en que jamás lo habrían conseguido sin su padre.
Cuando necesito un descanso –un retiro, una noche con los amigos–, cualquier cosa, mi marido en seguida responde que “por supuesto, yo me encargo de lo demás”. Y a veces vuelvo del retiro y me encuentro el salón pintado como sorpresa, por ejemplo.
Cuando su hermano menor estaba agonizando, este hombre que es mi marido nunca usó ese estrés adicional que padecía como excusa para quejarse, perder los nervios, regañar o menospreciar a nadie de su entorno.
En todas las cosas que he querido probar y planificar, cualquier aventura, él me ha animado. Para él, nunca es suficiente cuando me ayuda. Igual que si tuviera que ayudarte a ti.
Con mi artritis ganando terreno constantemente, él simplemente me releva en cualquier actividad que me empieza a resultar difícil, porque da por sentado que yo haría lo mismo por él.
Y creo que… probablemente sí, lo haría. Claro que lo haría. Pero seguramente no conseguiría hacer el resto de las tareas tan bien –o con tanta alegría– como él.
Me ha salvado la vida. Y no es una fantasía, sino un hecho. Me hizo madurar, me obligó –por virtud de su ejemplo– a ser menos asilvestrada y más humana.
Me mostró cómo vivir en realidad y cómo vivir acorde con una fe sustentada en un amor incondicional.
Hay veces que yo lo enredo todo —puedo llegar a ser un auténtico dolor de muelas—, pero él nunca se rinde conmigo.
De hecho, no usamos Corintios 13 en nuestra boda, pero él lo personifica:
El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso.
No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor.
El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad.
Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
No es perfecto, por supuesto, y claro que discutimos. Pero cuando se equivoca, no tarda en disculparse. Y cuando está en lo cierto, no me lo restriega. No disfruta con mi derrota.
Comparto todo esto no porque quiera alardear de la bendición que es tener a este hombre por esposo, sino para animaros a buscar el momento de escribir todas las cosas buenas sobre vuestro esposo o esposa, para que podáis valorar vuestras propias bendiciones.
Porque a veces, sólo te das cuenta realmente de algunas cosas cuando las escribes. Amén.