A pesar de sus ingenuidades new age, es una película con un planteamiento interesante sobre el choque de civilizaciones
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Cuando escuché que una película colombiana rodada en la selva y cuyo protagonista era un indígena estaba tendiendo éxito, nunca me imaginé algo como El abrazo de la serpiente. Sobre el director Ciro Guerra es bueno destacar su valentía, pues meterse en temas de identidad nacional e individual en épocas de corrección política es peligroso. Y además lo hace con una soltura digna de un sociólogo o antropólogo atreviéndose a pensar lo ya mascado por miles de una manera original.
La primera de las dificultades al tratar temas como los mencionados es que sin duda saldrá el coro de detractores quienes haciendo gala de sus conocimiento etnológicos llamarán nuestra atención y la dirigirán hacia aquellos elementos de filme que no son fieles a la verdad. Lo que estas personas no entienden es que El abrazo de la serpiente trasciende esas discusiones y se ocupa más bien de temas que van desde nuestro lugar en el universo, pasando por asuntos relativos al ambiente, nuestra relación con lo trascendente y terminando en la posibilidad de tener una epifanía que nos acerque a la verdad del universo.
El filme se plantea estos temas en una clave maniquea de dos mundos opuestos que se enfrentan: el de la modernidad encarnada en los hombres de ciencia (Theo, un etnólogo alemán llamado y Evan un biólogo norteamericano) y la pre-modernidad encarnada sobre todo en el chamán Karamakate (Nilbio Torres y Antonio Bolívar).
Ambos lados del espectro se plantean a sí mismos como superiores y opuestos e irreconciliables con las posturas del otro, pero no debemos confundir y pensar que el film no toma posición, pues es más que evidente que la cinta privilegia la explicación y aproximación mágica propugnada por Karamakate hasta el punto de identificar al blanco con la muerte y a lo indígena con la vida.
La película comienza con Manduca quien busca la ayuda de Karamakate para salvar a Theo que se encuentra sufriendo de alguna enfermedad tropical. Este acepta ayudarlo a conseguir la única planta que lo puede curar llamada la yakruna si él lo lleva a la comunidad donde consiguió un collar que lleva puesto y que Karamakate reconoce como de su tribu la cual creía extinta.
Así comienza un viaje físico y espiritual que dejará exhaustos a ambos, guía y guiado, cuyo destino no es muy claro sino hasta el final. Durante el filme hay momentos que parecen apuntar hacia la unión y entendimiento de lo blanco y lo indígena tal como propone Manduca, otro indígena quien se viste y comporta como Occidental y es el asistente de Theo; pero predominan los momentos en que se propone a lo pre-moderno (identificado con lo indígena y la naturaleza) como una solución o por lo menos como una ruta consonante con la naturaleza.
Tal vez sea el final el que con más claridad apunta a una solución mágica y que privilegia lo pre-moderno cuando vemos que el viaje empezado por Theo solo terminará muchos años después cuando un biólogo norteamericano intenta que Karamakate lo lleve a donde se encuentra la yakruna. Así lo que a ojos occientales ocurre en otro momento (el viaje con Theo) para el ojo del indígena ocurre en el mismo tiempo. Este viaje místico termina con Evan entrando en un peculiar trance, y sin empachos y hasta con ingenuidad, Guerra llena la pantalla de imágenes de la naturaleza y motivos indígenas como imágenes que acompañan la visión de la yakruna.
Es verdad que a veces Guerra peca de ingenuidad y cae en el atractivo new age de identificar lo indígena con un conocimiento superior al occidental inclusive en temas como el de la salud, pero aun así es importante reconocerle que ha hecho una cinta distinta que se cuestiona nuestro lugar en el mundo. Sin duda Colombia tomó la decisión correcta al elegir El abrazo de la serpiente como su candidata a los Premios Oscar, una película atrevida y profunda que representará dignamente a América Latina en esa palestra.