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CINE CLÁSICO “Pedro y el dragón Elliot” (1977): Cuando el mejor amigo de un niño es…

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Antonio Rentero - publicado el 21/08/16
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Una reflexión sobre la necesidad en determinados momentos de la infancia de los amigos imaginarios

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Hace ahora casi 40 años se estrenaba la primera versión cinematográfica de una película de la que acaba de estrenarse un remake, y más allá de las evidentes diferencias derivadas de cuatro décadas de avance tecnológico que cambian un dragón de dibujos animados (y con alitas rosas) en medio de actores de carne y hueso y escenarios reales por uno generado por ordenador, la historia continúa siendo la misma en esencia, aunque hoy puede sorprendernos la dureza del planteamiento inicial de la película de los setenta.

En ella, ambientada en los inicios del S. XX, el niño protagonista, huérfano, había sido vendido como esclavo a una familia de ganjeros de la que huye para refugiarse en un pueblecito de complicado nombre, Passamaquody, que se corresponde con una tribu india que originariamente vivía al norte del estado de Maine y cuyo nombre significa “lleno de peces”, por lo que no es mala idea bautizar así un poblado pescador.

Allí será acogido por el farero y su hija y su vida pasará a ser un remanso de paz y felicidad (especialmente en contraste con su situación de inicio).

Se da además la circunstancia de que el borrachín farero ha llegado a avistar a Elliot fugazmente y aunque trata de alertar a los parroquianos en la taberna nadie le concede crédito. Lógico por otra parte… ¿han probado a entrar en un bar y anunciar que acaban de ver un dragón (dotado además de alitas rosas)?

Todo marcha relativamente bien hasta que un charlatán ambulante, el malvado doctor Términus (ya solo el nombre resulta un hallazgo) se entere de la existencia de un dragón, el mejor amigo de Pedro, y se decida a darle caza para proceder a una labor tan propia de las películas dirigidas a un público infantil como es descuartizar al pobre bicho y obtener de su despiece la materia prima para diversas pócimas medicinales.

Llevamos poco más de media película y ya tenemos un niño esclavo y unos malvados con ganas de descuartizar a un simpático dragón.

Y por si no tuviésemos suficiente complicación ya aparecen en Passamaquody los anteriores dueños de Pedro que pretenden recobrar lo que es suyo, porque Pedro es una posesión, como esclavo que era antes de huir.

Aquí conviene recordar que nada más llegar al poblado pescador el travieso y torpe, aunque en el fondo bienintencinado dragón Elliot, provocó una serie de altercados y accidentes que trastocan la tranquilidad de los vecinos que achacan la responsabilidad de los incidentes a Pedro (merced a la capacidad de Elliot de hacerse invisible) y no son precisamente amistosos para con el chico, por lo que este se encontrará solo y nada más que podrá contar con la ayuda del farero y su hija.

El malvado doctor Términus se aliará con la familia de granjeros para que cada uno pueda obtener lo que ansía (uno el dragón, los otros a Pedro) y tras una serie de peripecias el propio dragón resultará ganarse el favor popular al rescatar al alcalde,el sheriff y otros vecinos pero especialmente cuando, en medio de una terrible tormenta que destroza la lámpara del faro, será Elliot quien con su aliento ígneo logre alumbrar para que el faro cumpla su función y evite posibles naufragios.

Todo concluye con un final feliz que sin embargo queda por un lado empañado pero por otro justificado cuando Elliot le dice a Pedro que debe partir.

La resolución ha permitido que Pedro se quede a vivir con la hija del farero y Paul, el prometido de ella que había desaparecido tras un naufragio pero que aparece al final de la historia.

Y ahora que Pedro ya no necesita la protección de Elliot este debe partir para ayudar a otro niño en apuros.

Sería profundizar demasiado en la significación de la presencia del dragón, e incluso el recurso técnico de los dibujos animados en lugar de haber recurrido, por ejemplo, a figuras animatrónicas, permitiría aventurar una reflexión sobre la necesidad en determinados momentos de la infancia de los amigos imaginarios, que deben quedar atrás cuando se avanza en la madurez o se solventan situaciones complicadas que superan la frágil mente de un niño…

Pero en la película los efectos de la existencia real del dragón están más que presentes por lo que no queda más que rendirse a la evidencia de que Elliot es real (aunque sea de dibujos animados entre personas de carne y hueso y escenarios reales) por lo que sólo nos queda alegrarnos porque en medio de tanta calamidad el pobre Pedro hubiese encontrado tan grande y sincera amistad.

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