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Star Trek: Hasta el infinito y más allá

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Hilario J. Rodríguez - publicado el 19/08/16
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“Es todo un desafío tener los pies en el suelo en un espacio en el que hasta la gravedad es artificial”

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Antes de dirigir Satiricón (Fellini-Satyricon, 1969), Federico Fellini solía referirse a su proyecto como si se tratase de un viaje a la Luna. Para él, los casi dos mil años que le separaban de las aventuras escritas por Petronio equivalían a los 384.000 kilómetros que le separaban del satélite lunar. Supongo que los viajes en el tiempo y en el espacio debían de parecerle la misma cosa.

Desde muy pequeño, el realizador italiano había leído las historietas gráficas de Flash Gordon y los clásicos grecolatinos, y aseguraba que su viaje a la antigüedad iba a ser como hacer “una película de ciencia ficción”. Seguramente pensó que vestir a la gente de romanos y escenificar bacanales era algo parecido a vestirla con trajes de astronauta y colocarla en cohetes que recorren la galaxia. Seguramente pensó que cuando uno viaja en el tiempo, da igual si es hacia delante o hacia atrás.

La ciencia ficción, en bastante ocasiones, se escenifica en tiempos pretéritos (o que nos lo parecen) o en planetas distantes. O bien toma elementos de ambos y los fusiona, como han hecho los responsables de Star Trek desde hace 50 años, cuando se emitió el primer episodio de la serie, jugando con cierto grado de nostalgia y al mismo tiempo proponiendo mensajes positivos a partir de las aventuras de la nave Enterprise en su viaje por las galaxias.

En Star Trek: Más Allá el carácter filosófico de la propuesta está condensado al principio, cuando en voice over el Capitán Kirk (Chris Pine), mientras observa a los miembros de su tripulación moviéndose a cámara lenta, se pregunta hasta qué punto la misión de todos ellos no está fuera de su alcance si verdaderamente el universo es infinito. Por supuesto, la pregunta es retórica porque de otro modo la película ni siquiera existiría. Como él mismo añade: “es todo un desafío tener los pies en el suelo en un espacio en el que hasta la gravedad es artificial”.

O sea que la aventura continúa porque podríamos encontrarla hasta en nuestros actos más nimios. Todos esos paseos filosóficos de Kirk no se deben a otra cosa que a ser ya un año más viejo que su padre al morir y a que algo así le produce una extraña inquietud, no muy alejada de Sigmund Freud al describir lo siniestro como “aquella suerte de sensación de inquietud que se adhiere a las cosas conocidas y familiares”. Quizás sea eso lo que le hace pensar en convertirse en vicealmirante y abandonar la exploración espacial, algo que no le permitirían los fans por muy descontentos que quedasen con la anterior película de la serie, dirigida por J. J. Abrams.

El origen televisivo de lo que ahora conocemos a través del cine fue bastante adelantado para su época, La idea de partida se le ocurrió a Gene Roddenberry, un ex piloto militar que luego trabajó en aerolíneas comerciales y como policía antes de dedicar su tiempo a la escritura de guiones. A los personajes principales los diseñó a partir de figuras mitológicas, pero lo más interesante fue el carácter multiétnico de la tripulación del Entreprise y el hecho de utilizar la tecnología para misiones de paz y no de guerra.

Una afroamericana, un japonés, un escocés y un extraterrestre (Mr Spock) fueron los primeros personajes secundarios, a los que luego se irían sumando todas las nacionalidades, incluso un ruso en plena Guerra Fría. Todos ellos eran científicos y soldados, gente que también se enamoraba entre sí, produciendo extrañas corrientes eléctricas, como el primer beso entre un blanco y una negra de la historia de la televisión y por extensión del cine.

Después de todo, el lema de la serie era “llevarnos con audacia allá donde nadie se había atrevido a llegar hasta ese momento”. En este caso ese lugar adonde sólo Kirk y su tripulación llegará es un planeta en el que hacen un aterrizaje de emergencia, después de que su nave haya sido atacada por una lluvia de objetos metálicos (parecido a un enjambre de abejas) y los haya obligado a separarse, en parejas de lo más variopinto que permiten explorar una vez más la identidad de los personajes.

El futuro no es un acontecimiento con un significado concreto, que se pueda observar únicamente desde un punto de vista. Un cómico lo asociará con el humor, un bailarín, con la danza; un escritor de novelas de misterio lo relacionará con los thrillers… Son muchas las posibilidades.

A veces la censura se interpone entre el futuro y su expresión cinematográfica, lo convierte en una gran aventura liderada por los rusos, viéndose invariablemente reflejada de la misma forma, como sucedió en la Unión Soviética hasta el deshielo iniciado a raíz del vigésimo congreso del Partido Comunista Soviético. Entonces las películas comenzaron a introducir elementos dramáticos y humanistas, que produjeron melodramas de ciencia ficción, como Solaris (Solyaris, 1972) o Stalker (1979), ambas de Andrei Tarkovski.

Cada cultura, sin embargo, tiene su manera de entender el futuro y cada momento preciso puede hacer cambiar esa manera de entenderlo. Quienes más inviertan en el futuro, más posibilidades tendrán de ver sus aspectos multiformes. De ahí que haya cinematografías donde las películas de ciencia ficción no han avanzado demasiado en los últimos cincuenta años. El centralismo del cine norteamericano y la política de los géneros han hecho que se tenga una visión muy sui géneris de la ciencia ficción.

Las películas sobre el futuro, tal y como las suelen entender los especialistas en el género, tienen unas invariantes fijas. Siempre se ofrecen batallas o combates; suele haber un protagonismo repartido entre los miembros de un grupo; se narra una misión concreta, rodeada por otros acontecimientos que contribuyen al paisaje general de la historia; hay una o varias muertes que sirven para provocar un impacto emocional en los espectadores, ayudándoles a comprender que el futuro es cualquier cosa menos un paseo…

Sin embargo, ese modo de ver el género es excesivamente restrictivo. Aun aceptando que casi ninguna película de ciencia ficción glorifica el futuro, no se puede pretender que el género se muestra contrario al porvenir, a veces sólo intenta prevenirnos sobre el posible destino que nos aguarda si vamos en una dirección y no en la contraria, como suelen hacer las películas de la serie Star Trek y como sigue haciendo esta última, en la que el mensaje va en contra de Krall (Idris Elba), el enemigo de Kirk y sus hombres, un ser para quien “la unión no hace la fuerza, sólo nos debilita” y “el conflicto siempre es necesario”.

El futuro ha sido tratado dentro de muchos géneros cinematográficos, para retratarlo en cada uno de una forma bastante particular, cambiando así a veces su significado o escondiéndolo para que de ese modo la censura no desautorizase una historia que podía encontrar la oposición o el desacuerdo de los poderes fácticos.

Lo bueno que tienen los distintos géneros y el uso que éstos han hecho del futuro es que permiten entender mejor, y de manera bastante más aislada, los distintos elementos que caracterizan a nuestro posible día de mañana, en el que seguramente ya no podremos seguir pensando de forma individual y todos tengamos que aunar fuerzas, nos guste o no, porque al fin y al cabo todos viviremos en el mismo planeta y compartiremos los problemas que ahora mismo estamos engendrando por culpa de la tecnología, el capitalismo y nuestros cada vez más incompetentes gestores.

Una de las cosas que suelen asombrarme en las películas de ciencia ficción es que sus personajes casi siempre son expertos en tecnología pero apenas muestran interés hacia disciplinas relacionadas con el arte. Operan con ordenadores de última generación y tripulan naves sofisticadísimas, raramente se les ve leyendo una novela, recitando un poema o contemplando un lienzo de Caspar David Friedrich.

Con lo anterior, no quiero sugerir que sin libros, sinfonías o pinacotecas estemos yendo rumbo a la tormenta, sólo quiero decir que corremos el riesgo de acabar perdiendo rasgos muy importantes. Necesitamos, además de conocimientos precisos y avanzados, capacidad de abstracción porque nos proporciona flexibilidad, que -en definitiva- es lo que nos hace avanzar.

La exactitud de los números no está mal para llegar a fin de mes, aunque vale de muy poco para mostrar una actitud cauta cuando la situación lo requiere, cuando tenemos que decidir entre construir una planta de celulosa y contaminar el estuario de un río, o no; cuando la emisión de gases tóxicos destruye la capa de ozono que nos protege de los perniciosos efectos del sol, o cuando -como en Star Trek: Más allá– tomamos la decisión de ayudar a otros aunque nos equivoquemos porque sólo así se descubre quiénes somos verdaderamente…

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