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Ellas, las latinoamericanas reinas del atletismo

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Esteban Pittaro - publicado el 17/08/16
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Detrás de las medallas y los aplausos hay historias de humildad y sacrificio

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Miró de reojo y advirtió que si no se apuraba iba a tener que esperar a que terminara de sonar el himno de Jamaica para premiar al podio femenino de los 100 metros. El suyo, el de Colombia, nunca había sonado en una pista de atletismo en un juego olímpico. Por años trabajó y se esforzó, y marcó un camino que la llevaba a ella y al país entero a ilusionarse con abrir una nueva etapa en la historia del atletismo colombiano.

Caterine Ibargüen pidió el respaldo del estadio olímpico con aplausos, y rápido, en una micromilésima de segundo, transformó su genéticamente alegre rostro en uno adusto, con la mirada fija en su carril y con el horizonte de la marca de 15 metros en la arena.

Corrió, saltó tres veces para hacer de su salto un vuelo, superó los 15, y advirtió que iba a ser muy difícil bajarla del podio.

Inmediatamente sonrió, bailó, y se dirigió a las tribunas, esas que esa misma noche dorada y hecha a la medida de la leyenda viva del atletismo el rey Usain Bolt y sus 100 metros convirtió a la igualmente carismástica y divertida Ibarguën en la reina del atletismo.

15.03 para la ilusión, y luego 15.17 para confirmar que el material de la medalla olímpica de Río, a diferencia de Londres en 2012 cuando obtuvo la plata, sería el más preciado.

No quiere que repasemos sus humildes orígenes en Apartadó, donde el conflicto armado obligó al desplazamiento de miles de colombianos, como su padre, que debió exiliase en el exterior.

Con mamá trabajando en el aseo, pasaba sus días en la casa de su abuela paterna. Son los aros dorados que le regaló su madre los que se prometió lucir en Río para hacer juego con la medalla. Y cumplió.

Ibargüen dedicó los primeros años de su vida deportiva a focalizarse en salto en alto. Hasta que Ubaldo Duany, entrenador oriundo de Cuba, donde por años el atletismo latinoamericano tuvo su gran cuna, le advirtió que le convenía cambiar de categoría y pasar al salto triple.

Establecido en la Universidad de San Juan de Puerto Rico, le ofreció una beca de estudio en Enfermería pero le pidió que se focalizara en el salto en triple. La acertada decisión llevó a años de éxitos, coronados con este oro.

Duany estuvo en la tribuna del estadio Olímpico y en el medio de su alegría por el inminente oro, llamó a la prudencia y a la concentración a Ibargüen, quien acató la indicación, como siempre, y volvió a focalizar sus esfuerzos.

Quien más cerca estuvo de arrancarle el sueño fue la venezolana Yulimar Rojas, primera mujer en alcanzar una medalla plateada en un Juego Olímpico.

Rojas, como Ibargüen, se crió en una zona humilde, Puerto La Cruz. Rojas, como Ibargüen con Duany, tuvo en un entrenador cubano la supervisión que elevó un nivel que ya en Venezuela había alcanzado ilusionantes marcas. En su caso, el recordado campeón olímpico Iván Pedroso, actualmente en España, a quien contactó por Facebook.

El Estadio Olímpico de Río fue construido para albergar la coronación definitiva de Bolt como rey indiscutible del atletismo contemporáneo. Era la gran certeza para las veladas de atletismo de estos inolvidables juegos olímpicos.

Pero con carisma, alegría, armonía, belleza, fortaleza, y mucho trabajo sacrificio, y algo de acento cubano, dos atletas latinoamericanas mostraron al mundo que el trono también les pertenece.

Caterina Ibargüen y Yulimar Rojas son también reinas del atletismo, medallistas olímpicas.

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