“Si la tecnología es una droga, ¿cuáles serían sus efectos secundarios?”
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“El espejo negro (traducción del título de la serie, “Black Mirror”) puedes encontrarlo hoy en cada pared, en cada escritorio, en la palma de cada mano. La fría y resplandeciente pantalla de un televisor, un monitor de ordenador, un tablet, un smartphone…”
(Charlie Brooker, creador y guionista de “Black Mirror”)
A modo de guía sobre el espíritu de esta serie en cada entrega en la que hemos abordado por separado sus distintos capítulos, algo que era de justicia por tratarse cada uno casi de una película independiente sobre un tema bien diferenciado que merecía su atención individualizada, hemos incluido como entrada y cierre del comentario, tal y como puede comprobarse en este mismo texto, sendas citas del creador, sempiterno guionista y habitual director de la serie, Charlie Brooker, que sin duda ayudan a recordar en qué territorio nos encontramos.
Pero en esta ocasión, y dada la temática que nos ocupa y la situación política en algunos lugares, podríamos añadir otras dos citas, la del expresidente de gobierno de España (2004-2011) José Luís Rodríguez Zapatero cuando afirmó que “cualquiera puede ser presidente de gobierno” pero tampoco deberíamos olvidar las cáusticas palabras del crítico de cine Carlos Pumares cuando, incapaz de hacer entender a unos oyentes cómo se deletreaba el nombre de un medicamento y ante la respuesta de estos de que “eso son letras extranjeras”, además de un memorable “¡las letras son universales!” musitó un muy oportuno “luego votan lo que votan”, que hemos empleado como titular-apostilla al episodio con el que cerró la segunda temporada de “Black Mirror”.
Y es que la premisa del mismo no puede ser más descacharrante, pero no por ello inimaginable en el mundo real:
Un cómico presta voz y movimientos a un gigante oso de peluche azul (el Waldo del título) que entrevista a políticos en un programa televisivo nocturno cuando a uno de los productores se le ocurre la peregrina idea de presentarlo a las elecciones para que compita en la campaña con un político concreto con el que mantenía cierta controversia.
Cuando en el transcurso de un debate televisivo este candidato se burla del actor que interpreta a Waldo y le tacha de “perdedor” y de burla el actor se sale de su guión establecido para criticarla falsedad que hay detrás de los políticos, argumentando que los votantes han perdido la fe en ellos. Ese discurso resulta ser tremendamente popular y repentinamente el “candidato Waldo” comienza a convertirse en el favorito de los votantes.
La reflexión que propone Brooker en este caso es muy poco sutil aunque no por ello innecesaria. De hecho en un momento en el que se suceden las convocatorias electorales y surgen nuevos candidatos que intentan renovar la política, sacudirse viejos tics y tratar de encontrar una nueva manera de conectar con generaciones de jóvenes y mayores entre los que ha cundido el desinterés y el desánimo por la política mientras que las viejas figuras de renombre tratan, como los viejos rockeros, de seguir concitando la atracción del público, señalar a un nuevo candidato populista como (literalmente) un pelele al que otros marcan la estrategia, le ponen voz (y se la cambian, llegado el caso) y escriben sus movimientos, como decíamos no resulta un discurso nada sutil pero incluso siendo burdo (y para algunos, desinflándose el capítulo en su tramo final) Brooker continúa poniéndonos ante nuestro reflejo en el espejo negro para preguntarnos si no estamos dejando que el poder de los medios de comunicación intervenga en nuestra toma de decisiones hasta el punto no ya de determinar si elegimos unos u otros cereales para desayunar sino de seleccionar uno u otro político en quien confiar la papeleta que seleccionamos el día de las elecciones.
“Si la tecnología es una droga, ¿cuáles serían sus efectos secundarios?”
(Charlie Brooker, creador y guionista de “Black Mirror”)