Angelus del Papa sobre el secreto fundamental de la oración
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La importancia de la oración como “herramienta de trabajo” y como salvación de vida fue el concepto fundamental que desarrolló el Papa Francisco en su reflexión antes de rezar el Ángelus del cuarto domingo de julio en la Plaza de San Pedro.
“Señor, enséñame a rezar”, es la frase que Francisco destacó del Evangelio del día (Lc 11, 1-13) recordando que la palabra “Padre” es el secreto fundamental de la oración. “Es la llave que Él mismo nos da para que podamos entrar también nosotros en la relación de diálogo confidencial con el Padre”, afirmó.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 11,1-13) se abre con la escena de Jesús rezando, solo, apartado; cuando termina los discípulos le piden: «Señor, enséñanos a orar» (v. 1); y Él responde: «Cuando oren, digan: Padre…» (v. 2). Esta palabra es el “secreto” de la oración de Jesús, es la llave que Él mismo nos da, para que podamos entrar también nosotros en esa relación de diálogo confidencial con el Padre, que ha acompañado y sostenido toda su vida.
Con el apelativo “Padre”, Jesús asocia dos peticiones: «Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino» (v. 2). La oración de Jesús, y por lo tanto la oración cristiana, es ante todo hacer lugar a Dios, dejándole que manifieste su santidad en nosotros y haciendo avanzar su reino, a partir de la posibilidad de ejercer su señorío de amor en nuestras vidas.
Otras tres peticiones completan el “Padre Nuestro” en la versión de Lucas. Son tres preguntas que expresan nuestras necesidades fundamentales: el pan, el perdón y la ayuda en las tentaciones (cf. vv 3-4.). El pan que Jesús nos hace pedir es aquel necesario, no el superfluo; es el pan de los peregrinos, un pan que no se acumula y no se desperdicia, que no sobrecarga nuestra marcha. El perdón es, ante todo, aquel que nosotros mismos recibimos de Dios: solamente la conciencia de ser pecadores perdonados por la infinita misericordia divina puede hacernos capaces de cumplir gestos concretos de reconciliación fraterna. La última petición, «no nos dejes caer en la tentación», expresa la conciencia de nuestra condición, siempre expuesta a las insidias del mal y de la corrupción.
La enseñanza de Jesús sobre la oración continúa con dos parábolas con las que Él toma como modelo la actitud de un amigo con otro amigo, y la de un padre con su hijo (cf. vv. 5-12). Ambas nos quieren enseñar a tener plena confianza en Dios, que es Padre. Él conoce mejor que nosotros mismos nuestras necesidades, pero quiere que se las presentemos con audacia e insistencia, porque esa es la forma en que participamos en su obra de salvación.
¡La oración es la primera y principal “herramienta de trabajo” en nuestras manos! Insistir con Dios no sirve para convencerlo, sino para fortalecer nuestra fe y nuestra paciencia, es decir, nuestra capacidad de luchar junto a Dios por las cosas que son realmente importantes y necesarias.
Entre ellas, hay una que es la más importante de todas, pero que casi nunca le pedimos, y es el Espíritu Santo. Jesús dice: «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan». (V. 13). Pero, ¿para qué sirve el Espíritu Santo? Sirve para vivir bien, para vivir con sabiduría y amor, haciendo la voluntad de Dios. La Virgen nos lo demuestra con su existencia, completamente animada por el Espíritu de Dios. Que ella nos ayude a orar al Padre unidos a Jesús, para vivir no en manera mundana, sino según el Evangelio, guiados por el Espíritu Santo.