Después de esa experiencia acoge en su casa a niños con problemas
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María Bonilla explica en el diario español ABC su labor para ayudar a otras mujeres y a sus hijos. Una historia pertrechada en un testimonio personal. Se quedó embarazada de su tercer hijo y los médicos le anunciaron la triste noticia de que el pequeño venía muy enfermo.
Como suele ocurrir en estos casos la recomendaron abortar y aunque se sintió “muy amenazada por ello”, decidió “seguir adelante”.
Sufrió la “la soledad social” y “el rechazo por parte de los sanitarios”. Fue así como entró en contacto con madres de la Fundación Madrina y allí percibió cómo madres embarazadas “se sienten obligadas a no dar a luz por la falta de medios económicos, pero sobre todo por la carencia de apoyo familiar y social. Me impactó mucho”.
El hijo de María Bonilla nació y sólo vivió media hora. Pero media hora muy intensa. “Fue una experiencia muy dura. Intensa. Pero bonita porque fue la naturaleza la que decidió que no viviera más tiempo, no fui yo la que tomó la decisión de acabar con su vida”.
Tras esa experiencia y según cuenta ABC decidió ayudar a las madres en dificultades. Muchas jóvenes han sido ayudadas, como el caso de una adolescente que por déficit de cariño en su infancia buscaba el amor estando con chicos y siempre en relacciones destructivas. Tuvo a su hija Paula y su pareja les abandonó.
“En esa búsqueda de amor a toda costa, quedó de nuevo en estado”, explica María, “Tras una brutal paliza por parte de su pareja perdió al bebé. Acogimos en casa durante cinco meses a Paula, que tenía tres años, para dar tiempo a que su madre se recuperara”.
Una situación que no fue fácil para su familia. Tenía que explicarle a sus hijos la situación: “Fueron ellos los que me sorprendieron. Son mucho más generosos y abiertos que los adultos. Con cada bebé se han mostrado ilusionados y le han cuidado con mucho cariño porque, al ser más pequeños que ellos, se sentían un poco como unos “papás” y les daban el biberón, ayudaban con su baño…, y, de vez en cuando, también se enfadaban porque les rompían los juguetes –todo hay que decirlo–. Lo fundamental es que han recibido una lección de solidaridad muy importante que les servirá para toda la vida”.
Tampoco fue fácil para su marido, pero “ahora está encantado. Todos los niños le llaman “papá” porque no han conocido la figura paterna”.
Para ella la excusa de no tener tiempo no es válida: “A los niños les matriculo en el colegio de mis hijos y al salir del trabajo me encargo de ellos, igual que de mis hijos. Es una oportunidad enorme de ofrecerles la posibilidad de saber que se puede vivir en una familia normalizada donde reina el amor y el respeto”.