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Borgen: mejorar el mundo desde la política y el entretenimiento

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Jorge Martínez Lucena - publicado el 22/07/16
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El nombramiento de la primera ministra danesa provoca trágicas consecuencias en su familia

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Uno de los gremios que han salido peor parados de la crisis económica ha sido el de los políticos. Cuando la máquina de fabricar dinero dejó de regar a las clases medias, empezaron a desaparecer los tupidos velos porque los medios de comunicación empezaron a hacernos transparente el sistema.

Había que averiguar dónde habían ido a parar todas aquellas toneladas de billetes que en su tiempo alimentaban hasta el último de los capilares del consumo.

Entonces empezaron a aparecer los chivos expiatorios de la crisis. Por un lado, los banqueros, los empresarios deslocalizados de altos vuelos, los financieros o mejor, los especuladores, que ganan y pierden millones a golpes de clic de ratón. Estos aparecen retratados en Billions (2016-) o Mr. Robot (2015-).

Por el otro, los políticos, sus corruptelas y contubernios, cosa que también se puede apreciar en numerosísimas series televisivas como House of Cards (2013-) o Madam Secretary (2014-).

El súmmum lo encontramos en algunas que se atreven con fotografías panorámicas del problema, hechas incluso antes de la bancarrota de Lehman Brothers, como The Wire (2002-2008).

Uno de los géneros en el supermercado de la ficción televisiva es el del drama político, en el que, tensando el hilo, entrarían productos con intriga palaciega, como Juego de Tronos (2011-) o Vikings (2013-).

Se da el caso de que una de las teleseries sobre política que más éxito están cosechando, tanto por su encomiable producción como por el continuo intercambio de ideas que está protagonizando con respecto a problemas reales de nuestro escenario político y mediático contemporáneo, es Borgen (2010-), de la que ya tenemos 3 temporadas.

Una de las características más envidiables de las producciones de la televisión pública danesa, entre las que se cuenta esta teleserie, es que todos sus creadores firman un contrato según el cual, sin dejar de lado el preciado entretenimiento, se comprometen a abordar en sus dramas los problemas reales más acuciantes de su sociedad e incluso a intentar ensayar en la trama posibles soluciones.

Quizás es esto tan sencillo lo que hace tan apetecibles los capítulos de Borgen y tan cercano el mundo que aparece en ellos retratado: esa tensión crítica que como espectadores nos permite reconocernos en situaciones extremadamente familiares y de difícil solución.

Una de las problemáticas a las que nuestras pantallas se suelen resistir es la conciliación familiar. Contra lo que sucede en muchas teleseries claramente reivindicativas en su feminismo, en Borgen sí que aparece expresamente tematizada.

La protagonista, la primera ministra danesa, ve cómo, tras ser nombrada y hacerse cargo de las riendas de su país, se reduce dramáticamente el tiempo que les puede dedicar tanto a su marido como a sus hijos.

Pese a su férrea voluntad de hacer las cosas bien, la inmersión de Birgitte Nyborg en el atrayente mundo del poder y de la alta política, va a provocar el desencadenamiento de consecuencias trágicas que se cebarán especialmente en sus vínculos familiares, con todo el dolor que eso le conllevará.

Pese a que Borgen no da con ningún bálsamo de fierabrás para esa maldición que pesa sobre los hombros de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, se agradece que en la televisión danesa no hayan renunciado al cerebro y a los corazones de los espectadores.

Es algo de lo que valdría la pena aprender en otros países como en España, donde se podrían hacer, por ejemplo, más teleseries como Crematorio (2011). Porque también desde el entretenimiento se puede mejorar el mundo.

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