Si en la playa no has jugado a ser Tiburón, no has tenido infancia
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Ficha técnica:
Tráiler: https://www.youtube.com/watch?v=JvF0ECpkrqw
Año: 1975
País: Estados Unidos
Director: Stephen Spielberg
Guión: Peter Benchley, Carl Gottlieb
Música: John Williams
Fotografía: Bill Butler
Género: Terror-Drama
Duración: 124 minutos.
Reparto: Roy Scheider, Robert Shaw, Richard Dreyfuss, Lorraine Gary, Murray Hamilton, Carl Gottlieb
Clasificación: No recomendada para menores de 13 años
Como mínimo, hay toda una generación con una melodía en la cabeza: la de ese ostinato intrigante de John Williams (Oscar merecidísimo) acompañando la aleta blanca de un tiburón gigante. ¡Peligro: el mal acecha!
Estás en la playa, en un pueblo costero como Amity Island (¡menuda gracia el nombre!), con tus hijos y sus flotadores; les ves bañándose en el océano donde hace poco te aseguraban que había un depredador; sientes un escalofrío en la espalda pero te crees el ser más seguro del mundo (el mal ha sido eliminado), y de repente… la musiquilla, la aleta de tiburón, y ¡zas! un bañista menos.
Cada cierto tiempo el azul del mar cinematográfico se tiñe de rojo. Tiburones, pirañas, ballenas, seres abisales, etc. Existe todo un mundo de entes terribles en esa agua que se mece bajo nuestros pies flotantes.
Este verano, Infierno azul nos devuelve a este terror. En este blockbuster, tenemos bañadores mínimos y surfistas guapos y rubiales en el agua; pero tenemos también todos los clásicos: el mar paradisíaco que se torna infierno, la boya de balizamiento y el avieso escualo. El mal persiste y es sempiterno, el hombre no puede con él.
Desde el Leviatán, las sirenas de Ulises o las bestias del abismo de ultramar, hasta la ballena de Moby Dick o al mismísimo tiburón, el mar ha sido emblema de esa lucha del hombre contra la iniquidad.
Tiburón de Spielberg es un clásico que se acerca más a esta literatura clásica que al mero filme de acción contra un monstruito.
Como será habitual en el rey Midas, la trama contiene lo propio de una lucha metafísica contra el mal, gracias a mucho terror hitchcockiano y a mucha catarsis final.
El bicho, como el demonio, es astuto y ambiguo; ojos sin vida de muñeca que se vuelven blancos al matarte.
Desde esa primera secuencia inicial (fiesta jipi, erotismo, baño y muerte), Spielberg te ancla en la butaca. ¿Nos creíamos a salvo? “Gritas tiburón, y cunde el pánico”. No es cuestión de psicología, se trata de una lucha real.
El golfo, un escualo solitario, busca una y otra vez tragarse a los bañistas aburguesados de la población en una estructura narrativa tan antigua como las narraciones bíblicas o el cuento tradicional.
Un personaje profetiza una desgracia (¿castigo?), nadie le cree (¿falta de fe?), y la desgracia sucede. Pero no estamos solo en el Antiguo Testamento. Aquí no acaba la cosa.
Tendremos también la eterna persecución integrada primero por el ingenuo ser humano (pescadores cazarrecompensas), y después por una mínima comunidad de salvadores, una tríada o suerte de mismísima trinidad con sacrificio incluido.
Aviso spoiler: Hará falta un Moisés reinventado cruzando el mar o una suerte de Cristo subrogado caminando sobre las aguas.
Estará Martin Brody (nombre recuperado en Homeland), un sheriff provinente de Nueva York que odia el agua y que parece ser el único hombre noble de la isla; Hooper, un afectuoso ictiólogo que ama a los bichos acuáticos; y Quint, un cazador de tiburones o héroe de la clase trabajadora. Los tres acabarán literalmente con el agua en el cuello.
En un crescendo climático el trío se irá dando cuenta de que su adversario no es un pececito cualquiera, sino que se trata del mismísimo mal. Este viene a recordarle al hombre que no puede aburguesarse, y a tirar de las orejas a esos políticos canallas, dispuestos a jugarse el pellejo de los turistas por cuatro duros.
Basada en el superventas de Peter Benchley (que regresaría a los monstruos marinos con La bestia, La criatura), la historia tiene la habilidad de no centrarse solo en la caza contra el escualo.
Tiburón profundizará en las entrañas de los protagonistas o de la misma población costera, Amity, un pueblo que como su nombre indica necesitará recuperar su origen: la amistad como hogar para la vida.
Película clásica como pocas, de culto, encumbró a Spielberg y dejó mella en los cánones de nuestro Occidente racionalista. Devolvió al hombre contemporáneo, hipertecnologizado y descreído, a las mitologías y lo ancló a los terrores del mundo natural, a la lucha entre naturaleza y cultura, entre eros y thanatos, entre vida y muerte.
¿Es el hombre el culmen del universo? Sí, pero ojo: el mal existe y te devora. No se puede poblar el mundo (o una playa entera) pensando que el ser humano es el último tribunal de todo.