Una nueva víctima cada 30 segundos, a un niño se le puede revender hasta 50 veces
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Si los padres miran con inquietud cómo sus hijos prestan más atención a sus teléfonos móvil que a ellos, ciertamente hay motivos para preocuparse porque pueden perder a sus hijos en las redes sociales… literalmente.
¿Perderlos cómo? En las trampas que ponen los que trafican con seres humanos, los que los venden como esclavos, en particular para esclavitud sexual.
“Están llegando a nuestros hijos en los medios sociales”, afirmó Lisa Arnold, directora de una nueva película sobre este fenómeno, titulada Caged No More [No más enjaulados].
“Les convencen para que se encuentren… Entonces pueden llevárselos o intimidarlos para que hagan algo, por ejemplo, les engañan para hacer algo vergonzoso y luego amenazan con decírselo a sus familias o con ponerlo en los medios sociales si no están dispuestos a hacer otra cosa más”.
Esta película de ficción, no recomendada para menores de 13 años, está basada en las historias reales de varias víctimas. La protagoniza Kevin Sorbo (Dios no está muerto) y la ganadora del premio Emmy Loretta Devine, entre otros.
Caged No More cuenta la historia de dos jóvenes hermanas que crecieron en un hogar roto; el abuso de drogas ilegales se lleva la vida de su madre y conduce a su padre a venderlas como esclavas.
Sin embargo, una niñera cristiana que se niega a perder la esperanza, incluso ante la ya probable muerte de una de las chicas, es la fuerza impulsora que conduce al agente de operaciones especiales y primo de la familia hasta un rescate dramático en Grecia.
Arnold, coproductora de Dios no está muerto (God’s Not Dead en su título original), coescribió Caged No More junto a Molly Venzke. Arnold habló con Aleteia a raíz del estreno en DVD de la película el 7 de julio en Estados Unidos.
Declaró que la trata de humanos es hoy en día el crimen que más crece en el mundo y que, cada 30 segundos, hay alguien que se convierte en víctima.
“Se puede ganar mucho dinero [con la trata]”, explicó. “Un adolescente rescatado me dijo que es un mercado que supera al de la guerra de drogas porque una droga se puede vender una vez, pero un niño se puede revender hasta 50 veces al día”.
“Buscan a niños que sean vulnerables”, advirtió Arnold. “Buscan a niños que busquen afecto. Hay que enseñar a los niños que cuando se les acerca un extraño han de decir ‘No, gracias’ y marcharse. (…) Pero ellos no entablarán conversación con tu hijo. Buscan a los niños con los que no pueden establecer contacto visual, con aquellos que al decirles un piropo se quedan prendados. Porque les falta algo. Les falta algún tipo de relación o les falta amor en sus vidas”.
La directora y su equipo esperan que las iglesias, las escuelas y grupos comunitarios utilicen la película para iniciar un debate. Ella misma admite que antes era una completa ignorante en el tema.
“Hace un par de años pensaba que era un fenómeno tercermundista”, admitió. “No tenía ni idea de que estaba sucediendo aquí en EE.UU., mucho menos que estuviera sucediendo a mi alrededor. Es algo grave en Nueva Orleans y Baton Rouge, pero incluso una pequeña ciudad a 30 minutos de donde vivo ha recibido fuertes ataques. No hay pauta que explique el lugar donde sucede, es algo generalizado. Y los niños de 10-13 años son los que más peligro corren; junto a las niñas de 11-14 años, son los más afectados. Por eso tenemos que empezar a conversar sobre ello en nuestros hogares, nuestras parroquias y nuestras escuelas”.
Los que atraen a los jóvenes hacia el oscuro mundo que reproduce Arnold en su película han inventado tácticas muy astutas.
“Muchas veces contactan y flirtean con las chicas, entonces ellas sienten como si tuvieran un novio y empiezan a convencerlas de que hagan cosas, como ‘mi camioneta está estropeada, ¿podrías hacerme un pequeño favor?’”, explica la directora.
Ahora, continúa Arnold, los traficantes contratan a jóvenes de 15 años a través de otros de 17 para usarlos como cebo. “Merodean por donde están los jóvenes, así que no es un hombre extraño el que se les acerca”, afirma. “Se les acerca un joven sin aspecto amenazador que es como ellos, que actúa y habla como ellos”.
Durante la elaboración de la película, Arnold conoció a una familia en California a cuya hija se le había acercado otra chica joven.
La chica le había echado un cumplido por sus zapatos y le dijo que era nueva en la zona, que si podían intercambiar números para que le enseñara el barrio.
“Al día siguiente aquella chica llamó a la hija, y la madre la llevó en coche al centro comercial y la dejó allí donde habían quedado”, recuerda Arnold, “y entonces la raptaron. En 23 horas la pobre chica había sido golpeada, violada, habían cambiado su aspecto físico por completo, la habían drogado y luego abandonado en la calle. La encontraron y fue devuelta a casa gracias a que alguien la vio en la calle y pensó ‘Algo no va bien’, por lo que llamó a la policía. (…) Normalmente la habrían llevado a otra zona”.
Arnold confía en que cada vez menos jóvenes terminen así y reza por que su película, además de sus conferencias, ayuden a las familias a evitar este sufrimiento.