Un documental narra la pasión del gran actor de ojos azules por las carreras de Fórmula 1
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Delante y detrás de las pantallas la pasión de Steve McQueen era el motor. Le relacionamos con las motos, de hecho es inolvidable su imagen, vestido con con un jersey azul a juego con sus propios ojos, saltando sobre alambradas en “La gran evasión” (“The great escape”, John Sturgess, 1963).
Pero sin lugar a dudas es el coche, la máquina por excelencia del S. XX (el móvil será el rey del S. XXI), la que se enlaza de manera casi indisoluble a la figura de este actor estadounidense, tristemente desaparecido en 1980 cuando contaba con apenas 50 años.
En tan fugaz vida le dio tiempo, no obstante, no solo a legarnos una envidiable carrera cinematográfica e incluso un icono de elegancia, acción y masculinidad combinadas con acierto sino que el hombre detrás del actor pudo llevar a buen término una de sus pasiones, reflejada en la gran pantalla al encargarse él mismo de las secuencias de persecuciones a bordo de los automóviles deportivos que le gustaba conducir.
Como también haría otro gran actor de penetrantes ojos azules y amante de la velocidad, Paul Newman, hubo un momento en la vida de Steve McQueen en que se decantó por orientar sus energías una vez acabados los rodajes en participar en diversas competiciones automovilísticas. Y su pasión en concreto con las competiciones de resistencia más tarde o más temprano tenía que gravitar hacia la prueba por excelencia: las 24 horas de Le Mans.
Un lustro antes, en 1966, John Frankenheimer con “Grand Prix” había revolucionado por completo la forma y la técnica, el montaje, la estética y hasta la ubicación de la mirada del espectador (con espectaculares planos de cámaras montadas en los más inverosímiles lugares de los bólidos, incluso algunas de ellas móviles, manejadas por control remoto) antecediendo en décadas a la moderna realización de los grandes premios de Fórmula 1.
Frankenheimer se había centrado en narrar los avatares de toda una temporada de la competición reina en Europa y aunque McQueen estaba familiarizado con las singulares carreras de velocidad y resistencia estadounidenses en las que participaba (aburridas a ojos europeos, que sólo vemos coches dar vueltas a un circuito elipsoidal) no podía sustraerse al halo mítico de la prueba que cada mes de junio reúne a lo más granado del automovilismo mundial en torno al reto de mantener un equipo humano en torno a un vehículo que no cesa de correr durante 24 horas, con mínimas pausas que apenas permiten repostar combustible e intercambiar el piloto.
McQueen, obsesionado con las 24 Horas de Le Mans no se contentó con participar sino que quiso transmitir su pasión a los espectadores con una película homónima, “Le Mans”, que si bien figura dirigida por Lee H. Katzin, al estar protagonizada, guionizada y producida por Steve McQueen e intervenir de forma muy activa en el rodaje hasta casi poder decirse que en realidad fue él el director. De hecho puede decirse que Steve McQueen es “Le Mans” como “Le Mans” es Steve McQueen, juego de palabras que se aprovecha acertadamente en el título de este documental.
No era un reto sencillo poner en pie tan complejo proyecto cinematográfico puesto que MacQueen pretendía dotar a la película del mayor verismo y ello incluía participar en la propia carrera, reconstruyendo dramáticas circunstancias que tuvieron lugar en dicha carrera que incluyen el fallecimiento de uno de los participantes en un accidente y cómo posteriormente uno de los implicados regresa al lugar de los hechos tratando de sobreponerse al dolor y el miedo corriendo de nuevo.
El reto era económico (convencer al estudio), técnico (colocar las cámaras en los coches que iban a participar en la competición real), deportivo (los coches no podían limitarse a pasearse en medio de la competición) y humano (gran parte del rodaje estaba centrado en esas 24 horas que han hecho ganarse un lugar en los anales deportivos a la ciudad gala de Le Mans).
Es por todo ello que resulta especialmente interesante este documental “McQueen: the Man & Le Mans” al permitirnos adentrarnos en el proceso apasionante y complejo del rodaje de una película tan personal como atractiva y valiosa desde el punto de vista técnico e histórico del cine deportivo.
Acumulando con acierto material sonoro y metraje original, procedente de distintas fuentes, se reconstruye a modo de making off la historia interna de una película que si bien tiene un indudable valor testimonial lo cierto es que supuso un estrepitoso fracaso en la carrera artística de McQueen dado que como también sucedía con la citada “Grand Prix” de Frankenheimer el talento parece agotarse en la traslación a imágenes y a ojos del espectador del derroche de adrenalina y combustible que tiene lugar sobre el asfalto mientras que quedan desdibujadas las tramas y los personajes. Puede hablarse de una narrativa eclipsada por el deporte hasta el punto de que el espectador pierde interés por la historia humana y prefiere vibrar con el dinamismo de la máquina.
Tal derroche de pasión por el motor sólo puede resumirse con una frase del propio Steve McQueen: “cuando estás corriendo, eso es vivir. Todo lo que sucede antes o después es simple espera”.