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The Do-Over: Más allá de la crisis de los cuarenta

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Tonio L. Alarcón - publicado el 30/05/16
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En su segunda colaboración con Netflix, Adam Sandler ha construido una comedia de acción con aroma a hardboiled

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A diferencia de la primera producción exclusiva de Sandler para Netflix, The Ridiculous Six, que era un viejo proyecto escrito a cuatro manos junto a su amigo Tim Herlihy que no se había atrevido a financiar ninguna major de Hollywood –y que era, por lo tanto, un largometraje profundamente personal, con todas sus torpezas y sus irregularidades–, The Do-Over concilia la imaginería propia de la Happy Madison, y su humor de carácter más blanco, menos agresivo, con el universo creativo de sus guionistas, Kevin Barnett y Chris Pappas, discípulos aventajados de los Hermanos Farrelly que participaron junto a ellos en la escritura de algunos de sus últimos filmes, como Matrimonio compulsivo y Carta blanca, así como en la serie Unhitched.

De ahí que la trama del largometraje arranque a partir de uno de los temas recurrentes del Sandler más reciente, la nostalgia (y el bloqueo emocional) de la adolescencia, para abordar desde esos mimbres iniciales, a través de una trama repleta de giros argumentales e influida estructuralmente por la literatura noir clásica, la crisis de los cuarenta de sus dos protagonistas, Max Kessler (Adam Sandler) y Charlie McMillian (David Spade).

Debido a circunstancias personales radicalmente distintas, ambos se ven obligados a (re)plantearse su posicionamiento vital, y a salir reforzados, fortalecidos, del proceso, desde la imposibilidad de recuperar unos esquemas relacionales que murieron en la época del instituto –y que tan bien representan tanto la mujer de Charlie, Nikki (Natasha Leggero), como su exmarido, Ted-O (Sean Astin)–.

Y es que, tras sus chistes escatológicos y sus referencias sexuales de raíz claramente farrellyana –hay un gag sobre pechos caídos que recuerda a otro similar que aparecía en Algo pasa con Mary–, The Do-Over se atreve a cuestionar una y otra vez su propio relato, obligando al espectador a revisar continuamente su posicionamiento moral respecto a unos personajes que mutan sin parar, y a través de lo cual sus responsables ponen sobre la mesa hasta qué punto lo adocenado de los esquemas genéricos sobre los que se construye el cine contemporáneo responde a la hipocresía de una sociedad que, como aquélla en la que vivimos, se sostiene sobre las apariencias.

La cuestión es que Barnett y Pappas han partido de las estructuras de la novela hardboiled, y de muchas de sus situaciones recurrentes –incluido ese protagonista desgraciado y empujado por las acciones de los demás, la figura de la femme fatale que mueve los hilos desde las sombras, y sobre todo, esa trama criminal conspirativa que sirve de mero McGuffin para hacer avanzar la acción–, para construir una comedia de acción menos chusca de lo que pueda aparentar, y a la que, además, su director, Steven Brill, dota de un ritmo mucho más ágil de lo habitual en las comedias de la Happy Madison… Si bien es cierto que a las (escasas) set pieces que ha incluido a lo largo del metraje les falta nervio y les sobra algo de aparatosidad –los responsables de la segunda unidad, Tyler Spindel y Scott Rogers, son colaboradores habituales de la productora, que no se caracteriza precisamente por la brillantez de sus secuencias de acción–.

Pero lo importante de The Do-Over, más allá de su capacidad para sacarle partido a la química entre Sandler y Spade, es que demuestra que al primero se le nota mucho más libre cuando no tiene que atarse a las obligaciones de la comedia familiar –supongo que no hace falta que recuerde los horrores de la reciente Juntos y revueltos–, y puede exhibir su lado más ordinario y más gamberro. Se diría, de hecho, que el cansancio que se apreciaba en sus últimos trabajos respondían más a las limitaciones impuestas por las majors que a la capacidad del propio actor para evolucionar, para buscar nuevos campos cómicos que explorar.

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