Lo más interesante es comprobar cómo después de siglo y medio, lo que plantea Flaubert ha recobrado actualidad
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Las mujeres de destino trágico en la literatura del XIX y principios del XX siempre han encontrado su reflejo en el cine, unas vez más fiel, otras menos. Anna Karenina, Tess de los Urberville, Mrs. Dalloway… y cómo no, Madame Bovary, de Flaubert, de la que se estrena ahora una nueva adaptación, después de una decena de versiones audiovisuales, entre películas y series televisivas.
Probablemente la última gran adaptación fue la que dirigió Chabrol en 1991 protagonizada por Isabelle Huppert. La versión que ahora nos llega no es francesa sino británica, la dirige una mujer, la francesa Sophie Barthes (Cold souls, 2009), y la protagoniza la actriz de moda Mia Wasikowska.
La primera constatación es que el guion introduce importantes cambios respecto a la novela, eliminando por ejemplo la maternidad de la protagonista, o los infortunios del doctor Bovary tras el fallecimiento de su esposa. A pesar de todo se conserva el drama central del relato: una mujer radicalmente insatisfecha que busca compulsivamente la felicidad donde no se encuentra.
Recordemos el argumento. Emma (Mia Wasikowska) es una joven llena de deseos que se casa con el Doctor Charles Bovary (Henry Lloyd-Hughes) soñando una vida llena de intensidad y felicidad. Pero el día a día como esposa de un médico rural dista mucho de lo que ella había proyectado. Su esposo es bueno, pero vive dedicado a su trabajo, y la vida en el pueblo es aburrida e insulsa. Ansiosa por tener una vida emocionante, Emma se entrega a amores pasajeros y a gastos desorbitados que aumentan su felicidad, y anuncian fatalmente su ruina y la de su esposo.
Lo más interesante es comprobar cómo después de siglo y medio, lo que plantea Flaubert ha recobrado actualidad. Nuestra protagonista es presa de un nihilismo profundo, aunque esté disfrazado de romanticismo, y es incapaz de descubrir el significado de una vida llena de una belleza que ella no es capaz de reconocer. Madame Bovary se entrega a pasiones que no pueden colmar su deseo infinito y la consecuencia es que la nada va invadiendo su alma. Una enfermedad que es la más extendida en nuestros tiempos.
Conviene añadir una última observación: la imagen que el film ofrece de la Iglesia es lamentable, sobre todo en el personaje del abate Bournisien, un sacerdote incapaz de acompañar, de aconsejar y de consolar. Sin ser una película inolvidable, no es una mala adaptación, y cuenta con un excelente diseño de producción.