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Cómo hacer felices a las personas que amas

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 25/04/16
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Sí, Dios te da la capacidad de amar de verdadHay un modo de amar nuevo. Jesús nos pide algo nuevo, nos pide amar de forma diferente.

Comenta san Agustín: “¿Es que no existía ya este mandato en la ley antigua: Amarás a tu prójimo como a ti mismo? ¿Por qué, pues, llama nuevo el Señor a lo que nos consta que es tan antiguo? ¿Quizá la novedad de este mandato consista en el hecho de que nos despoja del hombre viejo y nos reviste del nuevo? Porque renueva al que lo cumple, teniendo en cuenta que no se trata de un amor cualquiera, sino de aquel amor acerca del cual el Señor, para distinguirlo del amor carnal, añade: Como Yo os he amado”.

¿De qué amor se trata entonces? ¿Cuál es la novedad? Un amor que desciende. En griego se expresa con la palabra ágape y en latín caritas. Este amor es un impulso interior que busca el bien del otro. Quiere que el otro llegue a ser lo que está llamado a ser.

Decía el padre José Kentenich hablando de este amor ágape: Yo postergo mis intereses, estoy aquí para hacer feliz el otro. A través de mi amor el otro debe alcanzar como persona la felicidad[1]. Un amor que renuncia para que el otro tenga una vida plena.

¡Cuánto nos cuesta renunciar a lo propio por amor al otro! ¡Cuánto nos pesa dejar lo que nosotros queremos por buscar lo que el otro quiere! La renuncia duele en el alma.

La novedad de la cruz es el amor al que Cristo nos llama. La novedad de una vida entregada hasta el extremo. Es nuevo porque nos saca de nuestro egoísmo, de nuestra forma vulgar de amar a los hombres.

Puedo hacer algo por alguien, algo bueno, algo valioso. Puedo amar de verdad, hasta el extremo. Pero puede suceder que no sepa amar en realidad. Hoy se habla de amor con mucha ligereza. Cualquier cosa nos parece amor. Pero tal vez no lo sea.

El amor verdadero hace todas las cosas nuevas. El amor verdadero permanece, no es algo pasajero. Es ese amor al prójimo, al que está más próximo a mi vida. La medida de ese amor es amar sin medida.

Eso es lo que Jesús nos muestra. Con su medida. En su molde. Amar como Él nos ha amado. Su modo, su estilo, su extremo. ¿Cómo es ese estilo? Amar a cualquiera, amar acercándose a cada hombre, amar al pecador y vivir a su lado compartiendo el camino, amar con ternura, amar siempre. Amar con alegría.

Ese amor de Jesús es personal, se hace vida tocando, nombrando, mirando. Es el amor que lava los pies en el cenáculo, que se agacha, se parte y se derrama en un trozo de pan y algo de vino. Se deja prender sin oponer resistencia. Se deja condenar y guarda silencio. Perdona siempre. Cree en el hombre. Abre los brazos en la cruz. Se deja atravesar.

Ese es el amor nuevo. Un amor incondicional. Que no recrimina nunca, que espera siempre, que confía siempre. Un amor que promete el paraíso al ladrón al final de su vida sólo por una palabra. El amor crucificado. El amor poderoso que se hizo impotente. El amor que da oportunidades cada día. Que sale a buscarme, sea cual sea el camino en el que esté.

¿En qué cosa concreta de mi vida tengo que amar de forma nueva? ¿En qué se ha vuelto vieja mi forma de amar?

El P. Giovanni Marini comenta: “Para todo lo que es importante estudias, te esfuerzas, inviertes muchas energías. Y, ¿para el amor?”. No nos preparamos para amar bien. No nos formamos para llegar a vivir un amor maduro, para poder hacer feliz a la persona amada.

Tal vez me busco demasiado en el amor. Le pido a Jesús que me dé más fe para creer en todo lo que puede hacer Él con mi amor. Puedo amar con madurez. Puedo amar en profundidad.

Una persona rezaba: Tengo poca fe. Me gustaría creer y no dejar nunca de creer. Pensar que Tú obras a través de mis manos, de mis palabras, de mi vida. Pero dudo. Y pienso que tu poder no es tan grande. Y no creo en un amor imposible. Dame fe Jesús en ese amor tuyo en mí que obra milagros. Déjame creer en el poder de tu amor.

Quiero hacer todas las cosas nuevas. Su amor, que parece impotente, es capaz de cambiar mi vida y hacerla nueva. Es el milagro que pido cada día.

[1] J. Kentenich, Lunes por la tarde

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