La traducción forma parte del megaproyecto del Quijote políglota
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El 22 de abril de 1616, Miguel de Cervantes Saavedra, exhalaba su último suspiro. Al lado del insigne “Manco de Lepanto”, su esposa doña Catalina de Salazar veía el cristiano fin de su marido, a quien iba a enterrar el día siguiente –en el convento de las Madres Trinitarias en la calle de Humilladero (Madrid)—vistiendo, como pobre que era, el hábito de su profesión: Terciario de la Orden de San Francisco.
Cuatro días antes de morir, escribió estas palabras –que pasan por ser las últimas, a excepción de las plasmadas en su testamento— al conde de Lemos en la dedicatoria de su obra póstuma Los trabajos de Persiles y Segismunda: “Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta, el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies de vuesa excelencia…”.
Nadie imaginaba que su obra mayor, El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, dedicado al duque de Béjar, lo iba a elevar a la altura a la que ha llegado cuatro siglos más tarde: ser el escritor (y la novela) de referencia en todas las lenguas cultas del mundo.
De hecho, tras la muerte de Cervantes, el Quijote –no obstante su éxito en la ya decadente España del siglo XVII, bajo el reinado de Felipe III y muy cerca del desastroso reinado de Felipe IV—no fue reeditado sino dos décadas más tarde, hacia 1637.
Pero desde ese día ha ido conquistando todos los públicos, todos los lectores, suscitando miles de traducciones, ediciones, películas, series radiofónicas…, generando un nuevo diccionario en el que el quijotismo tiene carné de identidad, siendo, en fin, un surtidor inmenso de placeres en la lectura y de posibilidades de aplicación en la vida cotidiana, en la filosofía, en la psicología, en la comunicación y, por supuesto, en la plástica, la literatura, la música y la infatigable publicidad.
Si bien, como diría Borges, “hay tantos quijotes como lectores del Quijote existen”; también podríamos afirmar que hay tantos quijotes como lenguas en Occidente existen.
Dos ejemplos en lenguas indígenas mexicanas se han mostrado en este aniversario 400 de la muerte de Cervantes: el otomí y el zapoteco.
Por lo que respecta al otomí, hablado en el centro de México, correspondió la traducción del capítulo 72 del Quijote al académico de la facultad de Estudios Superiores de Acatlán, Raymundo Isidro Álvarez.
Para el zapoteco del Istmo de Tehuantepec, en el Estado de Oaxaca, el honor correspondió al escritor Víctor Cata.
Ambos forman parte del megaproyecto del Quijote políglota, una idea impulsada en España para traducir a 150 lenguas del mundo, la obra de Cervantes.
El proyecto, impulsado entre otras entidades por el Museo Cervantino de El Toboso y la Universidad Complutense de Madrid, incorpora al otomí y al zapoteco como las dos únicas lenguas originarias de México en este esfuerzo.
Y coincide con la concesión, este sábado 23 de abril, del Premio Cervantes –el llamado “Nobel en español”-, al escritor mexicano Fernando del Paso (es el sexto mexicano que recibe el galardón).
Del Paso es autor, entre otras obras, de Viaje alrededor del Quijote, en el que hace una lectura iconoclasta de la obra de Cervantes y descubre lo que han descubierto muchos otros: que es imposible que el Quijote se agote porque es inagotable.
Del Paso recuerda en su ensayo lo que el lector atento del Quijote podría enfrentar: “la rara emoción de descubrir bellezas, honduras y enigmas insospechados” hasta ahora. Hasta el momento de su lectura, sea en otomí, sea en zapoteco.