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¿Los milagros de Jesús fueron reales o ficticios?

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Henry Vargas Holguín - publicado el 12/04/16
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Fueron hechos objetivos, nunca especulaciones subjetivas, aquí 8 pruebas para constatar su atenticidad

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El Evangelio narra numerosos milagros realizados por Jesús: curaciones, dominio extraordinario de la naturaleza,… ¿Fueron acontecimientos reales o es una manera simbólica de referirse a realidades espirituales?

“Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas lo han sido para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 30-31).

“Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se contaran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran” (Jn 21, 25).

El mismo san Juan y los demás apóstoles son testigos de los milagros de Jesús, por esto dice que lo que han visto y oído lo anunciaron, lo comunicaron para que, a través de ellos, haya comunión con el Padre y con su hijo Jesucristo (1 Jn 1, 3-4).

Señales constatables

Jesucristo, “con su presencia y manifestación personal, con sus palabras y obras, con señales y milagros,… completa la revelación y la confirma con el testimonio divino” (Constitución Dei Verbum, 4).

Jesús pues hizo muchas señales, y si son señales son hechos constatables:

“Jesús recorría toda la Galilea, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo” (Mt 4, 23);

las curaciones son reales con un fin específico, no son fruto de la fantasía de todo un pueblo, ni son curaciones teóricas.

Jesucristo “apoyó y confirmó su predicación con milagros para excitar y robustecer la fe de los oyentes” (Declaración Dignitatis Humanae, n. 11).

Los milagros de Jesús son señales que sus contemporáneos verificaron con sus propios ojos; fueron milagros que ni Herodes ni sus peores enemigos, los fariseos y miembros del sanedrín, pusieron en duda.

“Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: ‘¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación’” (Jn 11, 47-48).

Poder divino

Si los milagros de Jesús no fueron reales, ¿cómo se justificaría el miedo o la preocupación de las autoridades judías?

En el Evangelio no encontramos, de los milagros, simples indicios, sino pruebas reales, pruebas fehacientes del poder de Jesús y de su divinidad.

Todos los milagros que Jesús hizo probaban que verdaderamente Él era quien dijo ser: el Hijo de Dios.

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Bianchetti/Leemage

En Jesús conviven dos naturalezas distintas, la humana y la divina. Y si para Dios no hay nada imposible, también es perfectamente lógico que para Jesús de Nazaret tampoco haya cosas imposibles.

Siendo Jesús verdadero Dios, realizó auténticos prodigios. Sus milagros al ser reales suscitaban maravilla, sorpresa, asombro, etc. Lo vemos, por ejemplo, cuando Jesús calmó la tormenta (Mt 8, 23-27).

“Y aquellos hombres maravillados, decían: ‘¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?’” (v. 27).


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Hechos eficaces

Ahora bien, si los milagros de Jesús no hubieran sido reales, las personas seguirían sufriendo por sus enfermedades, lo cual contradiría, por ejemplo, la gratitud de una persona curada de la lepra (Mc 1, 45).

Y si Jesucristo no hubiera alimentado realmente a toda una multitud con cinco panes y dos peces, esas personas hubieran seguido hambrientas, hecho que contradeciría las palabras de Jesús:

“En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado” (Jn 6, 26).

Si los innumerables milagros de Jesús hubieran resultado falsos, en su totalidad o en parte, toda su actividad hubiera sido un total fracaso, aun antes de su muerte.

Además no se hubiera escrito nada de Él y con toda probabilidad su nombre ni siquiera hubiera llegado a nuestros días.

Sus seguidores, fieles hasta la muerte

Si los milagros de Jesús no hubieran sido reales y/o hubieran sido falacias, o si Jesucristo hubiera resultado ser un impostor que -perpetrando engaños- hubiera hecho creer que era el hijo de Dios, sus discípulos, que eran incultos pero no tontos y que estuvieron con Él por un periodo superior a los tres años, más temprano que tarde se hubieran dado cuenta y lo hubieran abandonado.

Y posiblemente todos lo hubieran entregado a las autoridades; cosa que como sabemos no sucedió.

Es fácil pues constatar que ninguno de los discípulos de Jesús abandonó el grupo para luego ponerse a desmentir los milagros de Jesús calificándolos de falsos.

Ni siquiera Judas Iscariote lo hizo para justificar su traición movido por su afán de lucro.

Si los milagros de Jesús hubieran sido falsos Judas podría haber desacreditado al Señor proporcionando tal información a las autoridades judías. No solo poder abandonar tranquilamente el grupo sino también para, de paso, quedar bien.

Pero, como es obvio, no lo hizo porque no tenía elementos para hacerlo.

Es más, con un corazón adolorido, devolvió las 30 monedas de plata confesando: “Pequé entregando sangre inocente” (Mt 27, 4a).

No creo que sea esta la actitud, de sumo dolor y de arrepentimiento, de alguien al borde del suicidio ante quien se sabe es un charlatán o un farsante.


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¿Cómo constatar la autenticidad de los milagros?

1. Los milagros de Jesús no fueron negados ni por sus adversarios

Los fariseos, aunque no creyeron en el poder divino de Jesús, reconocieron que Él en verdad expulsaba demonios; aunque, racionalizando, sugirieron que dichos exorcismos eran hechos por el poder del príncipe de los demonios (Mt 12, 24).

Indiferentemente de la causa que los fariseos y los escépticos atribuyeran a esas señales inexplicables, su admisión de esa realidad es una confesión involuntaria de que existía en ellas algo más allá de lo meramente natural (preternatural).

2. Todos los milagros de Jesús se caracterizan por ser hechos de bondad y de amor

Sus milagros nunca fueron realizados para satisfacer alguna necesidad del Señor o la curiosidad de la gente, sino para venir al encuentro del ser humano necesitado, sufriente, necesitado de salvación; ésta fue una manera de concretar su misión.

Muchos milagros los realizó aun sabiendo que se ganaba el rechazo de sus adversarios; esto también muestra su autenticidad.

3. No existe evidencia alguna de que Cristo fallara en la realización de algún milagro

Sus opositores nunca lo acusaron de fracasar.

4. Los milagros de Jesús es que son comunes en los evangelios, y más entre los sinópticos

Hay algunos que son exclusivos del evangelista san Juan.

5. Había muchos testigos

Los milagros de Cristo fueron realizados abiertamente en presencia de muchísimos testigos, de todo tipo de testigos, y en lugares públicos (calles, sinagogas) o semipúblicos (casas de familia); no fueron hechos privadamente, o a solas o a escondidas.

6. Los milagros fueron hechos sobrenaturales fruto, única y exclusivamente, del poder de Dios

Son hechos que no tienen ninguna relación con causas secundarias o que tengan alguna explicación natural; es decir sus milagros no están “manchados”, por ejemplo, de alguna sugestión mental o de tratamiento médico alguno.

Nada de esto es suficiente para explicar, por ejemplo, cómo un hombre ciego de nacimiento hubiera recobrado la vista (Jn 9) o cómo Lázaro, que llevaba muerto cuatro días, pudo haber resucitado (Juan 11).

7. Los milagros fueron hechos objetivos, nunca especulaciones subjetivas

No fueron aparentes o puras ilusiones, pues fueron hechos sensibles, constatables por los sentidos.

Por ejemplo, el agua, utilizada para el milagro en las bodas de Caná, pudo ser vista antes del milagro y probada luego como vino (Jn 2, 9-10). La oreja del siervo del sumo sacerdote cortada por Pedro podía ser vista y luego recolocada en su sitio (Lc 22, 51).

8.Los signos milagrosos de Cristo tuvieron resultados instantáneos y completos

Cuando la suegra de Pedro fue sanada, “ella, levantándose al punto, se puso a servirles” (Lc 4, 39). Y Lázaro resucitó no solamente a vida, sino a una vida normal y sana (Jn 11).

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