“Quiero ayudar”
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Tulia Jiménez-Vergara se encontraba en un orfanato abrazando a un niño que fue encontrado en la basura cuando vio por primera vez al pequeño huérfano Miguel. Tenía apenas dos años y estaba lleno de alegría y energía, mientras gritaba “mírame” y andaba por toda la habitación sin problemas a pesar de no tener piernas.
Tulia era una estudiante soltera que había vuelto a Colombia para visitar a su padre moribundo. Su tío le había pedido ayudar a llevar la comida a las hermanas del Hogar Luz y Vida, un orfanato católico gestionado por sor Valeriana García que acogía sólo a los niños más difíciles de recolocar.
Tulia quería adoptar a un niño, y ahí estaba un pequeño que había nacido sin piernas que rechazaba ser apartado o frenado.
Al volver a Estados Unidos, comenzó a trabajar como profesora de español en la Universidad de New Jersey y se las ingenió para llevar consigo a Miguel. Se necesitó más de un año, y la transición del niño a la vida en Estados Unidos con una nueva familia no siempre fue fácil.
Hoy, a los 15 años, Miguel piensa que tuvo dificultad en adaptarse a su nueva casa porque estaba muy unido a las religiosas y extrañaba el orfanato, la única casa que recordaba.
También se le diagnosticó trastorno de déficit de atención/hiperactividad, que para él es fuente de discapacidad, como la falta de las piernas. La escuela era difícil, y los profesores no eran de ayuda. No lograba concentrarse y encontrarse bien con las personas.
Todo esto volvió un desafío los primeros años de Miguel y Tulia juntos. Cuando él tenía seis años, sin embargo, encontró a los miembros del North Jersey Navigators, que gestiona programas para ayudar a los niños discapacitados a hacer deporte.
A Miguel, el deporte le resolvió dos problemas: la hiperactividad y la manera en que el mundo lo percibía.
Hacia los Paralímpicos
“Miguel Phelps comenzó a nadar porque su mamá quería que se calmara un poco”, observó Miguel durante una entrevista.
“El deporte saca toda la energía y, por lo tanto, ayuda a la concentración. Al inicio no quería entrenar. Mi madre quería que hiciera atletismo. Cuando entrenaba, lograba concentrarme mucho más en las tareas. No era un gran tipo. Ignoraba a las personas. Era una especie de solitario. Comprometerme en el deporte cambió todo”.
El entrenamiento lo ayudó no sólo a concentrarse, sino también a entender que era bueno. El atletismo era su deporte, pero gradualmente extendió su radio de acción a nuevos campos.
Hoy hace 100, 200, 400, 800 y 1.500 metros, 5K, lanzamiento de peso, jabalina y disco, natación, tiro al arco y triatlón.
Entrena cinco días a la semana, dos de los cuales a casi dos horas de distancia de casa, tanto con los Navigators como con el equipo de atletismo de la Notre Dame High School de Lawrenceville, en New Jersey.
“Miguel ha madurado de tal manera que toma su entrenamiento mucho más en serio, y lo considera una necesidad para alcanzar sus objetivos”, afirmó John McKenna, director de desempeño de los atletas de la escuela Notre Dame.
“No recibe un mejor trato, y es impulsado y desafiado cada día a abandonar su ‘zona de confort’. (…) Si Miguel continúa entrenándose fuera de ella, no habrá límites que no pueda alcanzar. Lo veré un día en las Olimpiadas”.
No son sólo palabras de una entrenador orgulloso. Miguel no se limita a entrenar o a competir. Gana.
Ha establecido varios récords y ha llevado a casa 15 medallas de oro y 4 de plata de los Campeonatos Nacionales Juveniles para Discapacitados.
El verano pasado viajó a Holanda para competir en los Juegos Internacionales sobre silla de ruedas y en los Juegos Deportivos Mundiales Juveniles para amputados, ganando una medalla de oro, tres de plata y tres de bronce. Ahora es uno de los atletas juveniles más premiados de los Estados Unidos.
“La clave para entrenar a Miguel es no verlo como un discapacitado. Lo consideramos un atleta que quiere trabajar para realizar su sueño”, afirmó McKenna.
El don del deporte
También en familia, Miguel siempre ha sido tratado normalmente. “Nunca lo hemos considerado un ‘objeto’ frágil”, recuerda Tulia. ”
“La verdadera dificultad no fue tanto la discapacidad, sino una serie de obstáculos menos tangibles. No tenía una figura paterna. Tuvo que desarrollar buenos hábitos, tuvo que trabajar en sus habilidades sociales”.
El deporte, afirma la madre, “le dio la disciplina y la estructura que necesitaba”. El ejercicio le permitió desahogar energía en exceso, los compañeros de equipo lo han ayudado a aprender a relacionarse y los entrenadores le han dado una imagen paterna.
“Me gustaba ver lo que podía hacer”, afirma Miguel. “Se piensa que las personas discapacitadas no pueden hacer mucho, y se tiene compasión por ellas. La gente buscaba ayudarme cuando no lo necesitaba, y quería demostrarles a todos lo que podía hacer sin necesidad de que me ayudaran”.
La Iglesia ayudó a Miguel, dándole su primera casa, ayudándolo a encontrar una nueva familia, pero también ofreciéndole una educación católica, primero en la Incarnation St. James Elementary School de Ewing, New Jersey, y luego en la Notre Dame High School, ahí donde las escuelas públicas habían fracasado.
“Cuando estábamos en crisis”, recordó Tulia, “la Iglesia y la escuela fueron las únicas que lo aceptaron al principio. Cuando fui por primera vez a la Incarnation St. James, la religiosa dijo: ‘Para ustedes la puerta siempre está abierta’. Lo ayudaron de todas las maneras, incluso recaudando dinero para ayudarlo a pagar los viajes para participar en las competiciones”.
Miguel quiere restituir a los demás el don del deporte que ha recibido, y por eso piensa en sí mismo como una especie de evangelizador del poder del deporte para ayudar a los discapacitados a encontrar un nuevo significado y un nuevo objetivo para su vida.
En este sentido, es el segundo año que dirigirá un grupo de trabajo en su escuela para presentar a los discapacitados el potencial de las actividades físicas y del deporte.
“Mi objetivo en la vida es aumentar la conciencia de la importancia del deporte”, declaró.
“La mayor parte de las personas, si han nacido discapacitadas o se han vuelto tras un accidente, sufren por esta condición. Deben seguir adelante e intentar algo nuevo, y el deporte puede ayudar, cuando ven lo que logran hacer. Y esto vale también para las personas sin discapacidad. Quiero ser un entrenador para otros niños que piensan que no serán capaces de hacer algo. Quiero ayudar”.
Por Thomas L. McDonald, @ThomasLMcDonald, escritor e historiador de la Iglesia.