La visita puede suponer un cambio en la “esquizofrénica” división entre vida pública y moral privada
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Política, sumamente política, será la visita del papa Francisco a México; aunque también pastoral y espiritual, al mismo tiempo y en la misma medida. Es lo más natural del mundo. Aunque a muchos les haga cortocircuito. En México cuesta trabajo asimilar que las dos ideas coincidan en la misma persona: se es ciudadano dos pasos fuera del templo y católico sólo en la Casa de Dios.
No es una actitud reciente, los mexicanos la han heredado por su historia y por sus costumbres, por su educación cívica y por sus tradiciones religiosas. Benedicto XVI lo dijo sin eufemismos mientras se dirigía a México en el 2012: “Se ve una cierta esquizofrenia entre la moral individual y pública”.
No sorprende, por tanto que haya tal esfuerzo por parte de las autoridades civiles para indicar que recibe a un jefe de Estado; y así explica la obligación que tiene de proveer todos los recursos logísticos, operativos y de seguridad para el viaje cuyos costos son absorbidos por las propias instituciones públicas. Pero también, las autoridades eclesiásticas dicen la verdad cuando reclaman que es la Iglesia quien recibe a su pastor; y de allí se entiende la necesidad de solicitar y orientar recursos económicos emanados de las comunidades, Iglesias particulares y bienhechores católicos.
No hay contradicción en ambas premisas anteriores por una sola razón: sólo hay un Francisco, sólo hay un pontífice y un titular de la Santa Sede representados por la misma persona, Jorge Mario Bergoglio. Y su misión es apostólica y política; trascendental y temporal; espiritual y administrativa. Pero México le teme a esta condición esperando que la ciudadanía sea perfecta cuando pueda obrar dándole la espalda a sus valores religiosos y a sus expresiones de fe; y cuando los creyentes hayan abandonado toda aventura en las lides políticas.
Por supuesto, lo anterior es imposible –es esquizofrénico- y, aunque hay atisbos de madurez en cierta ciudadanía y cierta feligresía, la salida más sencilla para el mexicano o para sus instituciones es la simulación.
He aquí la principal tentación y pecado en la manera en cómo se atenderá esta visita. Francisco acude a México motivado en primer lugar por los sentimientos que, como sucesor de Pedro, tiene para acompañar a la Iglesia, para animar la vocación comprometida de los católicos; pero también acude con una profunda actitud de respeto a la condición histórica de la nación y la situación coyuntural del país. Lo importante es que la Iglesia no simule parte de esta condición y contexto deslumbrada por las capacidades del poder político; y que las autoridades no simulen un gobierno moderno y respetuoso a la fe sólo por congraciarse con el máximo líder religioso. @monroyfelipe