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¿Es lo mismo juzgar que corregir al otro?

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Aleteia Team - publicado el 23/01/16

Nunca debemos condenar a los demás o considerarnos moralmente superiores, pero es constructivo corregir a los demás... y dejar que los demás nos corrijan

1. La corrección fraterna es un acto de caridad, y una de las muchas formas de mostrar preocupación por la salud espiritual de los demás. A pesar de ser una práctica que se remonta a los tiempos de Cristo, ha sido “bastante olvidada” en nuestros días.

Cuando pensamos en actos de caridad, a menudo nos centramos en las “obras corporales de caridad” que se dirigen a las necesidades físicas de nuestros allegados, como dar de comer al hambriento, dar vestidos o emplear voluntariamente nuestro tiempo para atender a los enfermos.

Tal y como Benedicto XVI afirmó en su Mensaje de Cuaresma de 2012, tendemos a ser “muy sensibles a la idea de la caridad y de cuidar del bienestar físico y material de los demás”, pero guardamos “silencio total sobre nuestra responsabilidad espiritual hacia nuestros hermanos y hermanas”.

“No era así en la Iglesia de los primeros siglos o en las comunidades que son maduras en la fe”, afirma, “las cuales se preocupan no sólo por la salud física de sus hermanos o hermanas, sino también por su salud espiritual y su destino último”.

El hoy papa emérito sugiere por tanto un camino “bastante olvidado” de buscar el bienestar espiritual de los demás: “la corrección fraterna de cara a la salvación eterna”.

La corrección fraterna, tal y como la define la Catholic Encyclopedia, es la “advertencia al prójimo por parte de otro con el propósito de que enmiende su conducta pecaminosa o, si es posible, prevenirla“.

El Catecismo de la Iglesia Católica incluye que es una “exigencia” de la caridad (num. 1829).

Tanto la Escritura como la Tradición claramente exhortan a los cristianos a ejercer la corrección fraterna.

En Mateo 18,15-18, Jesús dice: “Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano“.

Referencias:
Mensaje de Benedicto XVI para Cuaresma 2012

Señalar las faltas, por amor

Señalar las faltas de nuestro prójimo puede ser un “gran servicio”, pero sólo si es por amor y por deseo de ayudarles a “caminar más rectamente por los caminos del Señor”. Además, antes de señalar las faltas de los demás, asegúrate de que estás preparado para dejar que los demás te corrijan.

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La reprensión cristiana “nunca está motivada por un espíritu de acusación o recriminación”, aclara Benedicto XVI.

“Siempre está movida por el amor y la misericordia, y brota de una auténtica preocupación por el bien del otro”.

El papa emérito aclara que la corrección fraternal debería ser una calle de doble dirección. Recuerda que “la Escritura nos dice que incluso ‘el justo cae siete veces’ (Proverbios 24, 16),’ y que ‘todos somos débiles e imperfectos’ (cf. 1 Juan 1, 8)”.

El fraile capuchino Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, escribió en un comentario sobre Mateo 18, 15-20, que “no sólo existe la corrección activa, sino también la pasiva; no sólo existe el deber de corregir, sino también el deber de dejarse corregir. Y aquí es donde se ve si uno es suficientemente maduro para corregir a los demás”.

Quien quiere corregir a alguien tiene que estar dispuesto a ser corregido. Cuando ves que una persona recibe una observación y escuchas que responde con sencillez: ‘Tienes razón, ¡gracias por habérmelo dicho!’, te encuentras ante una persona valiente”.

No es juzgar

En una cultura relativista, la “corrección fraterna” puede parecer un juicio. Pero, de hecho, estamos llamados a hacer juicios sobre las acciones, aunque sólo Dios puede juzgar a las personas. Debemos darnos cuenta de que no todas las elecciones son buenas, y la corrección fraterna debería ser una consecuencia de ello.

En la cultura relativista actual, en la que muchos niegan la existencia de la verdad y el error, puede parecer inconcebible que una persona corrija a otra por actuar de forma equivocada.

La corrección fraterna, con todo, se sostiene sobre ciertos fundamentos, incluyendo: primero, la conciencia de que la verdad existe y de que los actos son a veces objetivamente erróneos; y segundo, la comprensión de que los seres humanos estamos afectados por el pecado, habiendo sido creados para la salvación eterna.

Estos principios a menudo no son reconocidos. Hoy -observó el cardenal Joseph Ratzinger en su famosa homilía en la Misa de apertura del cónclave en el que sería elegido Papa– reina una “dictadura del relativismo”.

Los seguidores de esta dictadura son descritos por William Gairdner en The Book of Absolutes: A Critique of Relativism and a Defense of Universals.

El autor observa que las personas “educadas” hoy “prefieren distinguirse orgullosamente por la ausencia de opiniones y valores morales ‘rígidos’, por ser alguien ‘tolerante’ y ‘abierto’.

Esta persona generalmente profesará alguna variante del relativismo, o de ‘tu a lo tuyo y yo a lo mío’, como una filosofía personal.

Muchos en esta línea de pensamiento se consideran ejemplares de una iluminada actitud a la que la civilización le ha costado llegar, y si se les intima a ello, admitirán sentirse ligeramente superiores a todas esas pobres almas de las generaciones precedentes forzadas a plegarse bajo obligaciones morales y religiosas”.

Para corregir fraternalmente al hermano, debemos reconocer la existencia de la verdad, y la rectitud o equivocación de un acto. No obstante, no es una invitación a hacer juicios, o a intentar juzgar al otro como sólo Dios puede hacerlo.

Monseñor Charles Pope, de la archidiócesis de Washington, y autor de un blog en la página diocesana, explica:

Hay ciertos juicios que nos están prohibidos. Por ejemplo, no podemos valorar si somos mejores o peores que los demás antes que Dios. Tampoco podemos comprender siempre (y juzgar) la culpabilidad última o las intenciones culpables de otra persona como si fuéramos Dios“.

Con todo, prosigue, “no todo juicio está prohibido, algunos juicios son obligados. La corrección al pecador es tan caritativa como virtuosa“.

“No podemos permanecer en silencio ante el mal”, afirma  Benedicto XVI. “Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien“.

Referencia:
Fraternal Correction: the Forgotten Virtue (12-11-2009), por monseñor Charles Pope, de la archidiócesis de Washington

Mandato de Cristo

Cuando Cristo pide practicar la corrección fraterna, ofrece un procedimiento particular a seguir.

El pasaje de Mateo 18, 15-17 no sólo exhorta a la corrección fraterna, sino que incluso indica el procedimiento a seguir para corregir al hermano.

Cristo dice:

Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Pero si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano”.

El teólogo y escritor padre Robert Barron, fundador de Word on Fire y miembro de Catholicism, analiza estas indicaciones en una homilía en su web.

Dice que la corrección fraterna tal y como la manda Cristo es “una aplicación espiritual del principio de subsidiariedad“, una piedra angular de la doctrina social católica.

El principio de la subsidiariedad, explica el padre Barron, dice:

Todos los asuntos deberían solucionarse primero al nivel más local posible, y sólo cuando no se pueda solucionar a nivel local es cuando debería llevarse al siguiente nivel de autoridad. En otras palabras, el principio de subsidiariedad es un prejuicio a favor de lo local. […] [Respecto a la recomendación de Cristo sobre la corrección fraterna, vemos su aplicación moral y espiritual“.

La exhortación de Nuestro Señor proscribe la murmuración o la queja de los demás sobre algo mal hecho. Al contrario, dice Jesús, lleva el problema al hermano que está cometiendo el pecado. Está mandando que el problema se resuelva primero a un nivel local”.

El padre Barron admite que seguir el principio de la subsidiariedad de este modo es más difícil; va contra nuestro primer instinto cuando nos sentimos heridos, que es “quejarnos a alguien. […] Decirlo a un tercero, y luego a un cuarto, y luego a un quinto […] a todos los que están alrededor, excepto a la persona a la que estás criticando“.

Es más fácil murmurar, desahogarse con alguien, admite el padre Barron, pero “esto no encauza ni resuelve el problema, y mancha la reputación de esa persona“.

Y añade: “Me gusta cuando santo Tomás de Aquino dice que manchar la reputación de alguien es una violación del séptimo mandamiento, no robarás: no podemos robar el buen nombre de alguien“.

¿Es lo mismo juzgar que corregir al otro?
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Pero si, como Jesús supone, ese hermano ignora la corrección dada individualmente, entonces deben encontrarse dos o más hermanos.

Sigue estando presente el principio de subsidiariedad: tomar a uno o dos hermanos que ven lo mismo; ir al siguiente nivel de autoridad.

El padre Barron explica lo que implica este siguiente paso, diciendo que surgen dos consecuencias positivas: el testimonio de uno o dos testigos “da mayor peso a la situación”, dado que al menos dos personas están de acuerdo.

Esto motiva más al pecador a corregir su camino.

Pero además, observa el padre Barron, tener que buscar a otros dos o tres “constituye un examen de la propia percepción del que corrige”.

Obliga al que corrige a preguntarse: ese pecado que veo en mi hermano ¿es sólo un problema mío, de mi propia personalidad  y una forma equivocada de ver las cosas? ¿O los demás están de acuerdo conmigo?

Si el hermano ignora también a esos dos o tres, el próximo paso es llevarlo a la Iglesia –también en aplicación del principio de subsidiariedad, pues de nuevo, Jesús prohíbe murmurar en general.

La comunidad de la Iglesia está actuando con amor, y seguramente con el testimonio de tantos, el pecador se verá impelido a corregir sus caminos, sugiere el padre Barron.

Tendrá muy difícil persistir en su negativa. […] No estamos hablando de una humillación pública sino de un intento de traer con amor a esa persona de vuelta“.

Con todo, finalmente, si persiste y debe ser tratado como un gentil o un publicano, observa el padre Barron, “entonces podemos preguntarnos: ¿Cómo trata Jesús a los gentiles y a los publicanos?”.

Es verdad que los pecadores necesitan ser separados de la comunidad como “corrección amorosa”, ” pero Jesús da ejemplo de salir activamente en su busca, como el Buen Pastor, para que puedan ser devueltos a la comunidad.

“Jesús no rechaza definitivamente al gentil o al publicano”, concluye el padre Barron. “Al contrario, se convierte en el Buen Pastor que va en su busca”.

Referencia:
Sermon 400: 23º Domingo del Tiempo Ordinario: Corrección fraterna (7-9-2008), del padre Robert Barron en Word on Fire.

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