Jesús amaba y practicaba ambos tipos de oración, y enseñó a amar y a practicar ambos
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Cuando piensas en Dios y le cuentas cosas íntimas, sólo con el pensamiento y los sentimientos del corazón, estás haciendo “oración mental”.
Cuando en Misa, rezas con todos los participantes las oraciones litúrgicas (“Yo confieso a Dios todopoderoso…”, “Gloria a Dios en el cielo…”, “Cordero de Dios…”); cuando rezas el rosario; cuando rezas el Padrenuestro y el Avemaría en varios momentos del día, estás haciendo “oración vocal”.
Jesús amaba y practicaba ambos tipos de oración, y enseñó a amar y a practicar ambos.
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¿Oración espontánea o “fórmulas”?
¿Nunca has oído decir a alguien: “No me gusta recitar fórmulas, prefiero rezar con los pensamientos y sentimientos que salen espontáneamente del corazón”?
Hay muchos que dicen eso. Pero, por desgracia, olvidan una cosa. De nuestro corazón sale lo que hay realmente dentro de él (no lo que no hay), y en él no están presentes todas las riquezas de la fe, de la esperanza y del amor. Puede incluso ser un corazón muy “pobre”, vacío y lleno de egoísmo helado. Y entonces, ¿qué va a salir de ahí?
Ahora bien, las oraciones vocales enriquecen, porque “ofrecen”, “colocan” dentro del corazón tesoros de pensamientos, de verdades, de sentimientos y deseos, que el corazón solo no posee ni podría crear. Bien rezadas, enriquecen mucho al alma.
San Agustín, por ejemplo, recibió el último “empujón” para su conversión en el día en que se emocionó hasta derramar lágrimas, al participar en la basílica de Milán –donde era obispo San Ambrosio-, del canto de los Salmos y de himnos litúrgicos compuestos por ese santo obispo, que todo el pueblo sabía de memoria.
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Las “oraciones vocales” llenaron su alma –el alma de un hombre extraordinariamente culto e inteligente– de luces espirituales, despertaron en ella, con la ayuda de Dios, sentimientos, perspectivas, alegrías y esperanzas que él, por sí solo, no habría sido capaz de conseguir.
Dos peligros
¿Como rezar bien las oraciones vocales? Hay dos peligros que las amenazan:
1º) El primero es el “perfeccionismo”, o sea, la idea de que, si no rezamos poniendo mucha conciencia, atención y sentimiento en cada palabra, no vale la pena rezar porque sería como “rezar como un papagayo”.
Los que piensan así olvidan una cosa importante: Jesús afirmó que, si no nos hacemos sencillos como los niños, no entraremos en el Reino de Dios (ver Mt 18,3). Pues, nadie pide a un niño una atención total ni un “doctorado en conversación”. Lo que se le pide es cariño, amor, y este existe aunque el niño se distraiga – no lo hace aposta -, y se olvida de lo que acaba de oír.
2º) El segundo peligro es el contrario: es la frialdad, la mala costumbre de rezar por mera rutina. Esto es lo que hacen los que rezan mecánicamente, por puro hábito frío, sin empeño, sin conciencia de lo que dicen, sin amor a Dios ni deseo de mejorar.
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El valor de la buena voluntad
La buena oración vocal evita tanto el perfeccionismo como la rutina mecánica. Entonces, ¿qué nos pide Dios? Pues lo de siempre:
1) Primero, amor: que sepamos olvidarnos de nuestro egoísmo (“me va, no me va rezar ahora; tengo ganas, no tengo ganas; eso de rezar cuando estoy cansado es un peso, no va conmigo…”).
2) Segundo, buena voluntad (rezar de la mejor forma posible, en el momento previsto, aunque que ese “mejor modo” sea bastante imperfecto). Piensa que Dios no necesita obras perfectas, sino el amor de cada uno, ese amor que sólo los hombres le pueden dar.
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Traducido y extractado del original por Aleteia