Popularmente se asumió que había sido escrita por san Ignacio de Loyola dado que aparece en su famoso libro de Ejercicios EspiritualesComo católicos, tenemos la bendición de compartir una herencia de oración rica y vibrante, acumulada literalmente a través de miles de años. Con el tiempo, muchas de estas oraciones que en algún momento constituyeron pilares de nuestra fe han sido tristemente descuidadas o simplemente no enseñadas – y por ende no pronunciadas- tan frecuentemente como antes
Una de ellas tiene sus orígenes en el siglo XIV: Alma de Cristo. Esta oración hace remembranza de la Pasión de Jesús y es frecuentemente pronunciada por las personas luego de recibir la Sagrada Comunión.
En algún momento fue tan conocida que autores como san Ignacio de Loyola ni siquiera se preocuparon en reproducirla: suponían que todos la sabían de memoria.
Origen de la oración
El autor de “Alma de Cristo” es desconocido, pero muchos han especulado que fue el papa Juan XXII. Popularmente se asumió que había sido escrita por san Ignacio de Loyola dado que aparece en su famoso libro Ejercicios Espirituales.
De cualquier forma, las primeras versiones impresas de la oración pueden ser encontradas en libros publicados más de 100 años antes de su nacimiento.
Una redacción similar puede ser encontrada en una inscripción en las puertas del Alcázar de Sevilla, un palacio real en Sevilla España, que data de fechas incluso previas entre 1350-1369.
El Alma de Cristo
Es fácil entender porque san Ignacio amaba “Alma de Cristo”. Tiene imágenes vívidas que permite a quien la reza, meditar en la Pasión de Cristo y su relación con El Señor, mientras que referirse al Cuerpo y la Sangre de Cristo, la convierte en una reflexión ideal después de recibir la comunión.
El nombre Anima Christi, como se le conoce en muchas partes, es en latín la primera frase de la oración “Alma de Cristo…”
Esta es la traducción al español que se conoce tradicionalmente:
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos.
Amén.
Fragmento de un artículo publicado por pildorasdefe.net