Sencillez y profecía: Una “columna de perlas”: diez textos inéditos de los años ‘80-‘90 recogidos en un volumen con un prefacio de Benedicto XVI
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En la casa de Pentling (Baviera), una villa blanca de dos pisos con jardín, pasó sus momentos de descanso, rodeado del afecto familiar, tanto en los años en que era profesor de dogmática en Ratisbona, como cuando estaba en Roma como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe.
Pentling siempre fue el lugar ideal para los retiros y las vacaciones de Joseph Ratzinger -luego Benedicto XVI-, el lugar donde pensaba pasar el resto de su vida cuando se jubilara.
Un pequeño volumen (Ediziones LEV) recoge Las homilías de Pentling, diez textos inéditos, grabaciones de algunas predicaciones pronunciadas en los años ‘80-‘90 del entonces cardenal en la iglesia del lugar, dedicada a San Juan.
Textos que el papa emérito –como él mismo escribe en el prefacio del volumen– releyó inicialmente “con cierta curiosidad y también con algo de escepticismo”.
Sin embargo, “muy pronto leer esos textos se volvió para mí no sólo un encuentro con la Palabra de Dios (…), sino también un viaje del corazón a los días pasados. Revivía frente a mí la pequeña iglesia de mi ciudad y, con ella, la fe, la oración y el canto de todas esas personas con las que me sentía en casa”.
Y de esta manera dio el placet: “He pensado que sería bonito también para los demás, y no sólo para los habitantes de Pentling, ir a misa el domingo junto a mí y escuchar al Señor”.
Los textos, aparte de pequeñas correcciones, mantienen el estilo familiar con que nació, aquel modo profundo y sencillo de un tiempo que es el rasgo característico de ese gran teólogo y pontífice. “Una auténtica columna de perlas”, escribe el editor.
Cada texto “es como una miniatura de los grandes temas que forman la reflexión teológica y pastoral” de Joseph Ratzinger – Benedicto XVI: el misterio del Amor de Dios, el génesis y la naturaleza de la Iglesia, el significado y la importancia de la adecuada adoración de Dios; la relación entre libertad y verdad, entre fe y razón, entre fe y política.
Son textos que no pierden nunca, incluso al enfrentar los grandes temas de la vida y el mundo, la dimensión íntima de la relación entre cada hombre y Dios, el único en que el hombre puede descubrir su estatura y dignidad, en que se juega su libertad y su salvación.
Las palabras de Ratzinger a menudo suenan proféticas. Como las del ‘87 en que subraya “hoy la Iglesia corre el riesgo de extinguirse” si la fe es transmitida como tradición en vez de como vida.
Unos años más tarde habló de “iglesias vacías” y “discípulos que se van”, de la indiferencia que es “el modo más radical de rechazar a Dios”.
Ya en el ‘86 Ratzinger habló del cansancio de Europa: “¿No existe en nosotros quizá una seguridad en nosotros mismos que es al mismo tiempo indiferencia y descontento? ¿No existe quizá un descontento, una animosidad en la fe, una acritud en la Iglesia que no tiene nada que ver con la cercanía de Jesús?”.
En el ’96, en la Vigilia de Pentecostés, habló de la libertad como vínculo con Dios. En la homilía del ’99, frente al drama del Kosovo, Ratzinger habló de la violencia que irrumpe en el mundo cuando el hombre se aleja de Dios: “Donde Dios no es temido los hombres se vuelven tremendos, terribles los unos con los otros (…) porque no logran ver a Dios en el otro; porque no temen herir la sagrada presencia de Dios en el otro”.
El primer texto es de hace 30 años, del ’86. Habla de la historia, de Dios y del hombre: “Cuando empezamos a decirle a Dios si debía permitir Auschwitz o no, si fue justo en esto o aquello, escogemos un punto de vista que no conocemos (…). La tarea que se nos ha encomendado es otra: no elucubrar, ¡sino vivir!”.
Dijo tres años más tarde, completando los mismos pasajes: “A mí, a cada uno de nosotros Él nos dice: ‘No se salvarán estos o aquellos, más bien busca con todas tus fuerzas entrar por la puerta estrecha’”.
En el ’87, domingo antes de Pentecostés, habló de cómo surgió la Iglesia: “En el comienzo de la Iglesia existe siempre un acto de fe. (…) Es importante que no sea sólo nuestra Iglesia, sino su Iglesia”.
Casi diez años después dijo: “No podemos “hacer” la Iglesia con nuestras decisiones, nuestras consultas y nuestros debates. (…) La Iglesia puede nacer sólo si somos tocados por Dios”.
En el ’91 el tema es la Eucaristía: “Se ha convertido en un Dios al alcance de la mano, un Dios, que se pone en nuestras manos”. Y propone una especie de reformulación del Padrenuestro: “‘Danos nuestro pan esencial’. El pan que necesita nuestro ser”.
En el ’98 una reflexión que hoy resuena más actual que nunca: “(…) La violencia se ha vuelto tan fuerte que ha llegado al culmen de nuestras preocupaciones y miedos; tan fuerte que la luchar contra ella nos parece una prioridad absoluta”, pero “por muchas que sean las cárceles que construya el Estado y por muchas que sean las fuerzas del orden que este pueda asalariar, no bastarán, porque el bien ha sido confinado en la discrecionalidad”.
En la última homilía citada se habla de las “llaves del Reino de los cielos”, tema muy apropiado para este Jubileo de la Misericordia. Las “llaves” de la Iglesia son la potestad del magisterio, de decir la palabra definitiva e infalible.
Lo que cuenta es “lo que sólo el Padre del cielo nos da, lo que no proviene ni de la carne ni de la sangre. (…) Si la Iglesia no tiene eso, entonces no nos hace falta (…)”.
E “incluso el Papa no puede hacer lo que quiere. No es un monarca absoluto (…) él es el garante de la obediencia (…) del hecho que profesamos la fe de siempre de la Iglesia que él, opportune importune, defiende contra las opiniones del momento”.
Existe otra llave, concluye el cardenal Ratzinger: “es la potestad de remisión, de perdón de los pecados (…). Al final la auténtica llave del Reino de los cielos (…) es el perdón”.