Según diversos estudios, sólo vivimos en presente y con quien tenemos delante de nosotros, la mitad de nuestro tiempo
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El otro día me comentaban que, según estudios americanos, sólo vivimos en presente y con quien tenemos delante de nosotros, la mitad de nuestro tiempo. La otra mitad del día la pasamos fuera de lugar en el que nos encontramos, lejos de las personas con las que estamos. Ajenos a las conversaciones que escuchamos. Pensando en el pasado que queda atrás. Preocupados por el futuro que nos inquieta.
Sólo la mitad del tiempo. Es poquísimo. ¡Y la vida pasa tan rápido! Los segundos corren. Apenas pienso en el comienzo de un año y ya celebro su ocaso. Parece que fue ayer cuando comenzaba el camino de mi vida, y ya me siento mayor.
Se me escapan mis pasos delante de mi alma sin poder casi decidir cómo camino. Las cosas suceden precipitadamente a borbotones, como si yo no pudiera elegir lo que me ocurre.
¡Cuántas veces vivo fuera de donde estoy, con personas ausentes, en lugares que no piso! ¡Cuántas veces mi pensamiento vuela a otros lugares, estoy ya en el futuro o sigo escarbando en el pasado! ¡Con cuánta frecuencia me distraigo de lo que hago volcado en un mundo que vuela!
Me gustaría vivir en presente. Aquí y ahora. Ahora quiero estar de pie en la puerta del Adviento. Vislumbrando parte del camino. Después arrodillado en una cueva. Adorando sorprendido. No quiero adelantarme a lo que viene. No quiero quedarme atrás del umbral que traspaso.
El Adviento me habla de espera en camino. De movimiento pausado. De mirada callada. De silencio lleno de gritos de alabanza. Pero quiero vivir hoy cada paso aquí y ahora. Sin agobiarme. Sin pensar más en mañana que en hoy.
El otro día leía: “Los deberes de hoy los cumpliré hoy. Hoy acariciaré a mis hijos mientras son niños aún; mañana se habrán ido, y yo también. Hoy abrazaré a mi mujer y la besaré dulcemente; mañana ya no estará ni yo tampoco; hoy le prestaré ayuda al amigo necesitado; mañana ya no clamará pidiendo ayuda, ni tampoco yo podré oír su clamor. Hoy me sacrificaré y me consagraré al trabajo; mañana no tendré nada que dar, y no habrá nada que recibir. Viviré este día como si fuese el último de mi existencia”[1].
Eso haré. Viviré el hoy, el momento, el presente. Viviré con la persona con la que estoy. Desconectado, me conecto. Echo el cable a tierra y permanezco anclado a la vida que pasa ante mis ojos. Sin pensar que pierdo el tiempo por no estar en más partes al mismo tiempo, con más personas, haciendo más cosas. No me dejaré aturdir por mis miedos y aceptaré la realidad como un tesoro.
Tal vez muchas veces no puedo elegir lo que me toca vivir. No puedo cambiar el curso de los acontecimientos. Detener el sol, parar las aguas del río. El presente se me impone sin que yo decida. Una enfermedad, una crisis, una situación que no controlo.
Yo no decido lo que ocurre, pero sí puedo elegir lo que la vida me impone. Puedo elegir mi cruz y mi vida como es hoy sin pretender cambiarla. Puedo decir que sí porque soy libre. No soy esclavo. Puedo elegir vivir el hoy en presente, no fuera de mí, no fuera de mi vida. No buscando salvación en otras vidas, en otras decisiones.
Dios se encarna hoy en mi presente. Y me pide que lo siga, que le dé mi sí. Me gusta cuando la Madre Teresa nos dice: “No es lo importante lo que uno hace, sino cómo lo hace, cuánto amor, sinceridad y fe ponemos en lo que realizamos. Cada trabajo es importante, y lo que yo hago, no lo puedes hacer tú, de la misma manera que yo no puedo hacer lo que tú haces. Pero cada uno de nosotros hace lo que Dios le encomendó”.
Es el misterio de vivir en presente. En el que importa más el cómo que el qué. El cómo que el dónde y con quién. El misterio de besar mi vida como es, no como me gustaría que fuera. Eso es vivir aquí y ahora. Eligiendo lo que me sucede. Eso nadie me lo puede quitar.
Nadie me puede robar mi libertad nunca. Podrán atar mis manos, clavarlas a la cruz como a Jesús, pero no podrán impedir que siga abrazando con mis manos atadas y caminando con mis pies clavados.
Vivir así, en tensión, esperando y en camino. Sentado y con los pies ya en marcha. En vela, atento. Callado y pronunciando sin voz mil palabras. Construyendo desde lo que soy, desde los cimientos. Aceptando mi vida y mi pasado.
El Papa Francisco comenta: “El desafío de asumir lo pasado, aunque ya no flote y de utilizar las herramientas que ofrece el presente de cara al futuro”[2]. Aceptar lo que no puedo cambiar con alegría. Acoger mi historia con sus rupturas sin querer escribirla de nuevo.
Besar el presente aunque me duela el alma. Mirar al futuro sin perder nunca la esperanza. Es lo que hoy escuchamos: “Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación”.
En medio de mi presente y mis miedos se acerca mi liberación. ¿No se alegra mi corazón? En medio del dolor de la guerra y del terrorismo surge la esperanza en una cueva escondida. En medio de tantas muertes y tanto horror surge la vida.
En medio de la oscuridad, va a nacer la luz que ilumina mi jardín interior. Puedo elegir cómo vivir mi vida. Puedo elegir cómo aceptar las cosas que no puedo cambiar.
[1] Og Mandino, El vendedor más grande del mundo
[2] J. Bergoglio, El Jesuita, S. Rubin y F. Ambrogetti