La Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (28-X-65) fija premisas nuevas y el sentido del acercamiento a otros creyentes. En ella se invita a colaborar, dando testimonio de la propia fe. Frente al secular hermetismo, el Concilio Vaticano II hizo una llamada evangelizadora, que partía del reconocimiento de los elementos de fe implícitos en otras tradiciones religiosas.
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