La oración va dirigida a Dios pero es tradición en la Iglesia acudir a la Virgen y a los santos como intercesores secundariosLos santos no los hace un papel firmado por el Papa, sino Dios mediante la gracia concedida por su vida de fe, su obediencia y dedicación cristianas. Lo que hace la Iglesia y el Papa es certificar que ellos están en la presencia de Dios.
La prueba de la santidad de un fiel cristiano está en dos milagros realizados por su intercesión, gracia que obtienen de Dios; cuando hablamos de los santos nos estamos refiriendo a las personas que están cerca de Dios.
La Iglesia católica no obliga a nadie a invocar o a tener devoción por los santos, sino que los propone como un ejemplo a imitar.
Algunas personas niegan la intercesión de los santos pero en la Sagrada Escritura hay abundancia de pasajes bíblicos que hablan de la intercesión.
“Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos.
En la intercesión, el que ora busca “no su propio interés sino […] el de los demás” (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (cf. San Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34)” (Catecismo 2635).
Cuando Jesús dijo “Pedid y se os dará” (Mt 7, 7), Él está haciendo ver la importancia de la oración de petición y no pone condiciones ni límites.
A lo largo de la Escritura podemos encontrar múltiples ejemplos de intercesión ante Dios, uno de ellos es Moisés.
Cuando Dios ha decido castigar a Israel, Moisés intercede y logra aplacar la ira de Dios por el pecado de su pueblo (Ex 32, 9-14). Y después del pecado cometido por el pueblo de Israel que lo apartó de Dios para adorar al becerro de oro, Dios escucha la intercesión de Moisés i acepta seguir en medio de su pueblo (Ex 33, 12-17).
Y si bien es cierto que la oración va dirigida a Dios también es cierto que es tradición en la Iglesia acudir a la Virgen y a los santos como intercesores secundarios.
A este propósito hay otra cita a menudo mal interpretada. Jesús dice: “Hasta ahora no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, así conocerán el gozo completo” (Jn 16,24). Los que niegan la intercesión de los santos se valen de esta cita para decir que hay que pedirle solamente a Jesús; siendo que Jesucristo nunca dijo eso.
Cuando Jesús dice “pidan en mi nombre” no está excluyendo a sus santos. Nuestra oración le puede llegar a Jesús a través de los santos, son como mensajeros.
Es evidente que nuestras peticiones deben dirigirse a Dios. Pero no hay problema en que se busquen intercesores; es como cuando buscamos personas allegadas a los grandes personajes cuando deseamos algo de ellos. ¿Acaso los primeros cristianos no acudieron a los apóstoles para que intercedieran por ellos ante Dios? Si leemos la Biblia podemos encontrar claros testimonios de ello.
Jesús no manda a sus apóstoles a que digan a la gente que recurran directamente a Él para que los sane, sino que Jesús los envía directamente a sanar, resucitar muertos y expulsar demonios.
En el Evangelio se nos cuenta que unos que se querían acercar a Jesús buscaron la intercesión de los Apóstoles.
Y vemos que Pedro y Juan oraron (intercedieron) por un tullido de nacimiento ante Jesucristo y se sanó. Pedro le dijo a un tullido que le pedía ayuda: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: EN EL NOMBRE de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar» (Hch 3,6). Vemos claramente que Pedro no mandó al tullido a pedirle a Jesús.
Otro pasaje importante: “Dios obraba por medio de Pablo milagros no comunes, de forma que bastaba aplicar a los enfermos los pañuelos o delantales que había usado y se alejaban de ellos las enfermedades y salían los espíritus malos” (Hch 19,11-12).
Recordemos el versículo 11: “Dios obraba por medio…” ¿Esto no es un milagro que Dios obra por medio de San Pablo? Claro que sí. ¿Acaso las mismas Escrituras no están diciendo que Pablo era un instrumento en las manos de Dios? Desde luego, san Pablo intercede.
También se cuenta que san Pablo le devolvió la vida a un joven que vencido por el sueño se cayó del piso tercero abajo (Hch 20,9-12). Como vemos san Pablo fue intercesor y no mandó a la gente a que orara a Jesús.
En ninguno de los ejemplos citados, los apóstoles mandan a que la gente le pida a Jesús, sino que ellos mismos se constituyen en intercesores. Lo mismo es para los santos.
Los santos “no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra. Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad” (Catecismo 956).
La intercesión de los santos es “su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero” (Catecismo 2683).
Es más, la Sagrada Escritura habla de que todos podemos ser intercesores. En el Nuevo Testamento vemos cómo la oración de intercesión se sigue dando como una muestra de preocupación de unos miembros por otros (1 Cor 12, 26, Stg 5, 14).
Según el Apóstol san Pablo todos debemos ser intercesores tal como él lo menciona en la Biblia: “Vivan orando y suplicando. Oren en todo tiempo según les inspire el Espíritu. Velen en común y perseveren en sus oraciones sin desanimarse nunca, intercediendo en favor de todos los santos, sus hermanos” (Ef. 6,18).
Cuando aquí san Pablo habla de santos no se refiere a los que están en el cielo sino a los bautizados. Santos somos todos y cada uno de los bautizados al unirnos a Jesucristo por el Bautismo (1 Cor 12,13). En las Sagradas Escrituras se utiliza la palabra “santo” para designar a los profetas y algunos hombres de Dios: “Como había prometido desde tiempos antiguos, por boca de sus santos profetas” (Lc 1,70). “A todos los amados de Dios que estáis en Roma, santos por vocación, a vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rom 1,7). “Pues Dios no es un Dios de confusión, sino de paz.
Como en todas la Iglesias de los santos” (1 Co 14,33). “Saludaos mutuamente con el beso santo. Todos los santos os saludan” (2 Co 13,12). “Exhorto, pues, ante todo que se hagan rogativas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres (1 Tim 2,1)”.
Es pues claro que debemos interceder u orar por los demás hermanos en la fe. Y si lo podemos hacer nosotros, pues con mayor razón los santos ‘en mayúsculas’ que están en estrecha comunión con Dios lo harán por nosotros. Oramos a los santos que están vivos junto a Jesucristo (Apocalipsis 5, 8 y 8, 1-4).
Y los santos del cielo interceden, pues continúan amando pero ahora en plenitud. No olvidemos nunca lo que la Biblia habla acerca de la intercesión de los santos: “La oración del justo tiene mucho poder” (Stgo. 5,16). La mediación de los santos es real y eficaz ya que ellos viven la gloria de estar con Cristo en los Cielos.
Es claro que hay un pasaje bíblico en que vemos que hay un solo mediador entre Dios y los hombres. Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, (1 Tim 2,4-5).
Pero aquí también hay una falsa interpretación a veces. Que Cristo es el único mediador esto lo pensamos y predicamos nosotros los católicos. San Pablo solamente está hablando de que hay un “mediador” de salvación; que Jesús es mediador de la nueva alianza.
¿Qué quiere decir esto? Que solamente Jesucristo nos da la salvación; cosa muy diferente es la intercesión de los santos.
Nosotros no creemos que los santos nos salven, sino que solamente interceden por nosotros.
Los santos no nos alejan de Dios ni reducen el sacrificio efectuado por Jesús; todo lo contrario pues, entre otras cosas, ellos con sus ejemplos de vida cristiana, nos estimulan a acercarnos a Dios por medio de Jesucristo.
El que Cristo sea el único mediador no significa que elimine el papel de los hombres en la historia de la salvación. Cristo es el mediador para la salvación y los hombres son intercesores para la bendición, para recibir los favores de Dios, que es quien tiene poder.
Cuando la Iglesia católica dice que los santos son intercesores nuestros ante Jesucristo, eso no quiere decir que ellos son los que hacen los milagros. Es Dios Padre quien obra maravillas, sin que ello quite que por la intercesión de los santos se produzca el milagro. Es decir no se pide la acción o la gracia o el milagro al santo sino a Dios.
La oración del cristiano, cuando reza por otro o pide la intercesión de un santo, es en Cristo, como vemos en el milagro de Caná de Galilea que Jesús hizo por la intercesión de su Madre (Jn 2,1-11). María le pide la gracia a su Hijo, el milagro no es de María. Gracias a la intercesión de su madre, Jesús adelantó la hora de manifestar que Él era el Mesías.
No podemos pensar nunca que Cristo no tenga nada que ver en la oración. Nuestra oración no excluye la mediación de Cristo sino que es una mediación participada de su mediación.
¿Los santos cómo saben que pedimos su intercesión?
Muchos creen que los santos ya no pueden interceder; esto es un error. Se equivocan pensando que Dios no permita que el amor de los santos no tenga efecto al rezar o intercederpor nosotros. ¿Y por qué se equivocan? Porque se olvida que nuestro Padre es Dios de vivos, y no de muertos.
La oración y la intercesión del justo y de los santos tienen efectivo poder ante el trono de Dios. No debemos dudar que los santos, que están delante de Dios, van a interceder por nosotros como lo hizo Moisés para aplacar la ira de Dios contra el pueblo de Israel, invocando a Abraham, Isaac y Jacob.
Así que los santos, quienes nos han precedido en la gloria eterna, interceden por nosotros ante Dios de manera activa y continua.
San Pablo dice: “Pero veo que, mientras estoy en este cuerpo, mi trabajo da frutos, de modo que ya no sé qué escoger. Estoy apretado por los dos lados: por una parte siento gran deseo de partir y ESTAR CON CRISTO, lo que sería sin duda mucho mejor. Pero, pensando en ustedes, conviene que yo permanezca en esta vida” (Fil 1, 22-24).
San Pablo estaba convencido de al morir (al partir) él estaría junto a Jesús. Y si Jesús, como Dios, está en todas partes entonces los santos de alguna forma también lo estarán junto a Él. Por eso pueden oír nuestras oraciones.
Es algo así como el sol y sus rayos. Así como el sol llega a todos lados a través de sus rayos –sin que estos sean el sol-, así los santos -sin ser Dios-, como Jesús, pueden llegar hacia nosotros como los rayos del sol. Y entre los santos y Dios hay una estrecha relación dialogante: “… Se les aparecieron Elías y Moisés, los cuales conversaban con Jesús” (Mc 9,1-4).
Podría decirse que Jesucristo escucha lo que los santos le piden por nosotros. Si Jesucristo escuchó la oración del buen ladrón (Lc 23,42) y la respondió, con mayor razón escuchará la oración de su madre (Lc 2,16), que hizo a perfección la voluntad de Dios.
Y escuchará también a sus amigos los santos que tuvieron una vida de fe y obediencia. Le pidieron aquí a Jesús y Él les respondió; le piden allá e igualmente les responderá. Los santos fueron intercesores en vida y lo son en la eternidad.