Si te frena la diferencia religiosa, aquí te ofrezco estas reflexiones. Quizás te ayuden a disipar tus temores
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La tragedia continúa. Miles de personas a las puertas de Europa, claman asilo, protección. Huyen de su tierra, inmersa en la guerra, el hambre y el terror. No tienen elección. Llamarán a la puerta, saltarán verjas, se instalarán en cualquier espacio a esperar un horizonte. De día o de noche. El Papa Francisco clama por ellos: “el Evangelio nos llama a estar próximos a los más pequeños y a aquellos que han sido abandonados para darles una esperanza tangible”. “Que toda parroquia, que toda comunidad religiosa, que todo monasterio, que todo santuario de Europa acoja a una familia”.
Ayudarlos es un imperativo moral. La esperanza cristiana no es resignada. Es combativa. Con la convicción de quien cree en lo que hace. Francisco ya ha comenzado por su propia casa. Ha abierto sus puertas y no ha pronunciado, ni una sola vez, la palabra “musulmán” para referirse a ellos. Porque eso no es lo importante ¿Y tú? ¿De qué tienes miedo? Si puedes hacerlo, si estás pensando en acoger y tienes ciertos temores por tratarse, en su gran mayoría, de musulmanes, aquí te ofrezco estas reflexiones. Quizás te ayuden a disiparlos.
Pero recuerda ante todo una cosa: cuando en el Evangelio Jesús propone la figura del Buen Samaritano, lo hace con un propósito muy concreto, y es mostrar cómo Dios llama a sus hijos a la caridad por encima de la diferencia religiosa: Pues los samaritanos, en su tiempo, eran considerados idólatras e impíos, una religión blasfema para los judíos, y el contacto con ellos estaba prohibido. ¿Te imaginas cuán revolucionario fue en su época el mensaje de tu Maestro? Un samaritano ayudando a un judío…
- Libérate de prejuicios. En primer lugar, hay que tratar de pensar en los musulmanes como una realidad que también padece el terror infligido por el Estado Islámico. Son ante todo seres humanos que huyen de la guerra, la injusticia y el hambre, instalados en los países que los vieron nacer. Que buscan una salida, una esperanza.
- Se consecuente y no temas. Si en tus manos está acoger y eres creyente, no temas. El Papa nos ha dado ejemplo de ello. Con esta circunstancia en tu vida, se te da la oportunidad de dar razón de tu fe. De ser consecuente y ser el rostro de Cristo ante quienes sufren. Esa es la radicalidad del Evangelio que todos estamos llamados a vivir.
- Ponte en su lugar. Una vez que sientes la llamada de la acogida, míralos a los ojos, abre tus brazos. Porque podrías ser tú. Lo único que te diferencia de ellos es que tú tienes la suerte de haber nacido donde lo hiciste. Piensa que ellos nacieron en un entorno cultural distinto al tuyo. Tú eres fiel a la fe que has recibido. Ellos, también.
- Ser musulmán es ser creyente, no violento. Los refugiados huyen del terror implantado por el extremismo islámico. Más que nadie conocen sus mecanismos y sus consecuencias. Practicar la fe musulmana no lleva implícita una actitud violenta.
- No temas la diferencia. Efectivamente, los musulmanes tienen su propia cultura y estilo de vida. Desde la alimentación a la educación de los hijos. Diferencias que, en principio pueden causarnos inquietud. Sin embargo, la diferencia puede y debe ser enriquecedora. Convivir, en el diálogo de la vida, es la clave del diálogo interreligioso. Nos acerca a realidades que es necesario que conozcamos sin mediar prejuicios. Convivir con el otro sin caer en el relativismo sino desde el respeto, esa es la clave.
- Compartir el pan. Acoger es abrir las puertas de tu casa, de tu vida a quienes lo necesitan. Piensa que ofreces lo que eres, no sólo lo que tienes. Y lo haces con personas concretas, con una historia, con un dolor. No son estereotipos, creyentes de tal o cual credo. Ellos verán en ti el rostro de Cristo vivo hoy. No pierdas de vista lo esencial del gesto. El motivo por el que lo haces.
- Convivir es querer entenderse. Compartir un espacio no es tarea fácil. Requiere consensos siempre. La acogida comporta una alta dosis de entendimiento mutuo. Y para ello es necesaria una apertura al otro de manera sincera, tranquila. Cuanto más te acercas y conoces una realidad, menor es tu temor.
- Sentido común. Cuando nos asalten las dudas sobre cómo vivirán, cómo tratan a sus hijos, cómo comerán, etc., debemos pensar que en lo esencial, todos los seres humanos tenemos las mismas necesidades. Cada familia es un mundo y la hospitalidad debe ser correspondida con una actitud de respeto. No sólo del que abre la puerta. Sino también del que entra por ella. No debemos temer manifestar nuestras dudas y preguntas. Plantear unos cauces de modo que la vida en un espacio compartido no nos supongan un problema.
- No es inconsciencia, es acogida. Los medios insisten en el peligro de que los terroristas están aprovechando este movimiento de refugiados para entrar impunemente a Europa. Estas noticias producen inquietud y nos paralizan. Se trata de un temor lógico. Por tanto, si acoges a una familia en tu casa, probablemente lo hagas a través de redes de solidaridad que tengan cierto control de quien estás acogiendo.
- La acogida nace de la libertad. En estas circunstancias excepcionales, acoger a refugiados debe ser una decisión consciente y libre. No todos están en disposición de poder hacerlo. Bien por no disponer de los medios o por no sentirse preparados para afrontar ese reto. Para que llegue a buen puerto, ha de meditarse y valorarse. Si estás en tierra firme, dispuesto y seguro, podrás dar la mano a quien solicita tu ayuda.
Estos puntos, no pretenden ser ni mucho menos un decálogo exhaustivo. Quieren ser reflexiones sencillas ante la propuesta de la acogida. Las dolorosas circunstancias que venimos presenciando, el drama que viven miles de personas no puede, no debe dejarnos impasibles. Como nos recuerdan las palabras del papa, el Evangelio ofrece actitudes, respuestas ante el sufrimiento. Depende de nosotros hacerlas vida. Y sólo podremos hacerlo si somos capaces de mirar más allá del miedo.