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El día en que el Papa Juan Pablo II salvó a un sacerdote

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Felipe Aquino - publicado el 02/09/15
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Juan Pablo II supo de un sacerdote que se volvió mendigo, y lo que hizo después de eso es simplemente impresionanteQuiero contar un hecho de la vida de San Juan Pablo II que me impresionó mucho. Este hecho real fue contado por Scott Hahn en Nueva York, en uno de los programas de la Madre Angélica – EWTN.

Un sacerdote norteamericano de la arquidiócesis de Nueva York fue a rezar a una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo. Después de observarlo por un momento, el sacerdote se dio cuenta que conocía a ese hombre. Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día que él. Ahora mendigaba por las calles.

El sacerdote, después de identificarse y saludarlo, escuchó de los labios del mendigo cómo había perdido su fe y su vocación. Se quedó profundamente estremecido.

Al día siguiente, el sacerdote llegado de Nueva York tuvo la oportunidad de asistir a la misa privada del Papa Juan Pablo II, a quien podría saludar al final de la celebración, como de costumbre. Al llegar su turno, sintió el deseo de acercarse al Santo Padre y pedir que rezara por su antiguo compañero de seminario, ahora mendigo y le contó la situación al Papa.

Al día siguiente, recibió una invitación del Vaticano para cenar con el Papa, y le solicitaba que llevara con él al sacerdote mendigo. El sacerdote volvió a la parroquia donde había encontrado al padre mendigo y le comentó el deseo del Papa. Una vez que convenció al mendigo, lo llevó al lugar donde se hospedaba, le ofreció ropa y un buen baño.

El Papa después de cenar, le dijo al sacerdote estadounidense que deseaba quedarse a solas con el mendigo, le pidió al sacerdote mendigo que lo oyera en confesión. El hombre, impresionado, le respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa le contestó “una vez sacerdote, siempre sacerdote”. “Pero yo estoy fuera de mis facultades de presbítero”, insistió el mendigo, que recibió como respuesta: “Yo soy el obispo de Roma, puedo encargarme de eso”.

El hombre escuchó al Papa en confesión y le pidió que, a su vez, lo escuchara en confesión también. Después de eso, lloró largamente en los hombros de Juan Pablo II. Al final, Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia él estaba mendigando, y lo designó asistente del párroco en la misma parroquia y encargado de atender a los mendigos.

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