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Por qué la telenovela “Esperanza Mía” es inverosímil

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Esteban Pittaro - publicado el 28/08/15
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¿Qué ocurriría si ciertas caricaturizaciones se diesen con otras religiones?

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El Padre Martín, que ahora es monseñor Martín, quiere a Esperanza trabajando en su Fundación, porque ahora que es obispo de Santa Rosa. La parroquia convento en la que conoció a Esperanza no tiene tanto tiempo. Ella, que era novicia pero en realidad nunca lo fue porque ingresó en el convento para huir de quienes querían matarla, acepta.

Se enamoraron entre encuentro y encuentro en el convento, algunos en pijamas en noches de desvelo. Es que el padre Tomás repartía su tiempo entre la casa de su hermano y el convento colegio de Santa Rosa, al que ayuda con su millonaria herencia.

Cuando las dudas vocacionales se acrecientan, y con Esperanza ya afuera del Convento, el padre Tomás corre a su amada y le da uno de esos besos cinematográficos junto al río, con cuellito sacerdotal y todo, que parecían definir el rumbo de la telenovela.

Pero el bueno del padre Tomás, que ha de reconocerse reza, al menos más que las religiosas del convento, no se decide por Esperanza y retorna a, como le plantean los obispos, la carrera eclesial. Quién sabe -le cuestiona uno en un momento-: con sus talentos podría llegar alguna vez a Papa.

Y en una curiosa y poco concurrida ordenación episcopal, casi espontánea, Tomás parece alejarse nuevamente de su amada.

En eso está la historia de Esperanza MíaEclesialmente es inverosímil y bien podría estar basada en otra religión y no la católica: la vida sacerdotal no es baladí y está incardinada en alguna familia religiosa o diócesis, la vida conventual tiene más momentos de oración que la ocasional ,isa, la consagración episcopal no se concede a una suerte de vicario parroquial y confesor de un convento para que acompañe eventos sociales y tiene algunos requisitos más que la aparente inteligencia y bondad del sacerdote… entre otros muchos temas.

El rating acompaña a una trama inverosímil desde el punto de vista religioso –qué ocurriría si ciertas caricaturizaciones se diesen con otras religiones es una pregunta que en foros críticos no deja de surgir-, pero con personajes bien interpretados, en especial las agradables monjitas del convento, y una música muy pegadiza.

“Para saber si es amor, tendrías que renunciar a tu fe, a Dios, por ganar tu libertad”, canta la enamorada Esperanza, heroína de la espera, a su amor prohibido. Un estribillo que encierra los peligros de esta telenovela, sobre los que el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, reflexionó al presidir una profesión solemne de una religiosa carmelita.

Nos farandulizan

“En la Argentina, en nuestra sociedad farandulizada de la modernidad líquida nos farandulizan, también a nosotros, los católicos… El Señor nos advirtió que todas las naciones nos odiarían a causa de su nombre. Pero en esta Argentina líquida ni siquiera eso… ¡nos toman en solfa!”, aseguró el arzobispo al presidir en el monasterio carmelita Regina Martyrum y San José la profesión de una religiosa, citando al sociólogo Zygmunt Bauman.

“En estos días hace furor en sus versiones teatral y televisiva una novela titulada Esperanza mía, que presenta el amorío de un curita y una monjita -así en diminutivo, así de infantil y adolescente-, y destinada a corromper subrepticiamente a la platea infantil y adolescente”, lamentó el arzobispo, en referencia a la telenovela.

Y continuó: “Para completar el fenómeno de economía de mercado el disfraz de monja es reclamado por las niñas, y por supuesto las mamás se lo compran; hay medidas para las chicas entre tres y trece años, y se venden a un precio triple al de cualquier otro disfraz. He leído que un sociólogo califica así este boom de la moda: hay una reapropiación sarcástica del traje de monja”.

En contraste, la profesión perpetua de la hermana carmelita “es un acto por excelencia de la fe, que la conecta singularmente con la eternidad. Nuestra Hermana elige la eternidad y empieza a vivir en ella”, definió monseñor Aguer.

Como hemos mencionado en otro artículo, ya hay antecedentes en la televisión mundial y argentina de tramas en torno a la vida religiosa y la Iglesia. No es Esperanza mía un caso nuevo. Amable telenovela, especialmente dirigida a un público juvenil y con histriónicas interpretaciones, sin embargo, conlleva varios peligros, como los alertados por monseñor Aguer.

El lanzamiento de la ficción, justo frente a la imponente fachada de la catedral de La Plata, incluso ante los pedidos del arzobispado de que allí no se hiciese, parecería confirmar que detrás de la propuesta de Canal 13 y la productora PolKa, hay una intención provocadora; provocación renovada semana tras semana con distintas referencias poco relacionadas con la elección cotidiana de quienes, en el sacerdocio o en la vida consagrada, entregan su vida a Dios y al prójimo. Sacerdotes y religiosas que, a diferencia de la canción de Esperanza, ganan su libertad sin renunciar a su fe y a Dios.

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