Santo Domingo de Guzmán nació en Caleruega (Burgos, España) en el año 1171. Tuvo dos hermanos, Antonio y Manés. Los tres aprendieron de su madre, Juana de Aza, a tener una intensa vida de piedad y un gran amor a la Eucaristía. Tanto Juana como Manés han sido declarados beatos.
A los 14 años, Domingo se fue a vivir con un tío sacerdote en Palencia. Estudiaba, trabajaba y destacaba por su madurez y su buen humor. Leía libros de espiritualidad y hacía muchas obras de caridad. Sus libros preferidos serían más tarde el evangelio de san Mateo y las Cartas de san Pablo.
Llegó a vender sus libros para dar de comer a los pobres.
Acompañó al obispo del Burgo de Osma al sur de Francia. Al ver que los misioneros no eran ejemplares, se removió y decidió entregarse a Dios en la oración y la predicación para convertir a las personas alejadas. Era un momento especialmente difícil en la Iglesia a causa de la herejía cátara. Para ello, debía ser penitente, rezar y dedicar muchas horas a la atención de la gente.
Al ver también que algunos empleaban la amenaza como método para convencer a los herejes, santo Domingo repuso: “Es inútil tratar de convertir a la gente con la violencia. La oración hace más efecto que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes se van a conmover y a volver mejores porque nos ven muy elegantemente vestidos. En cambio, con la humildad sí se ganan los corazones.”
En agosto de 1216 fundó una comunidad que sería el origen de la Orden de Predicadores. Eran 16 hombres: ocho franceses, siete españoles y uno inglés. En muy poco tiempo, la orden se extendió y se fundó un gran número de conventos. Se les llamaba también “dominicos” porque santo Domingo era su fundador.
Pronto alcanzaron prestigio en las mejores Universidades europeas, entre ellas París y Bolonia. Siempre su objetivo prioritario era catequizar allá donde estuvieran.
Falleció el 6 de agosto de 1221, exhausto y después de que le prestaran un colchón porque dormía sin él.
Mientras quienes lo acompañaban en sus últimos momentos rezaban «que todos los ángeles y santos salgan a recibirte», él dijo: «¡qué hermoso, qué hermoso!». Así murió.
Aunque santo Domingo no fue el creador de la devoción del santo rosario, sí fueron él y la Orden de Predicadores sus grandes difusores en toda la Iglesia Universal.
Que tu Iglesia, Señor, encuentre siempre luz en las enseñanzas de Santo Domingo de Guzmán y protección en sus méritos: que él, que durante su vida fue predicador insigne de la verdad, sea ahora para nosotros un eficaz intercesor ante ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén.