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¿Qué es la Cábala?

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Jose Luis Vázquez Borau - publicado el 20/07/15
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Una forma de gnosis de origen judío que atrajo a muchos, especialmente en la Edad MediaEl término hebreo kabbalah o Cábala, significa “tradición” o “recepción de un don”. Es la Tora oral que Moisés recibió en el Sinaí, al mismo tiempo que la Ley escrita en las Tablas. En la actualidad se utiliza el término para dar nombre a una doctrina esotérica especial de la tradición judía a la que se considera como el auténtico contenido de la Torá.

La cábala es una forma judía de la gnosis y que apunta a penetrar en el conocimiento de los misterios de la divinidad. Tradición mística judía que floreció en la enseñanza de dos escuelas: la escuela práctica con sede en Alemania, que se concentró en la oración y en la meditación y la escuela especulativa de la Provenza y la España de los siglos XII y XIV.

El libro de la creación o Sefer Yetsirah

El Sefer Yetzirah o “Libro de la Creación” es uno de los más viejos tratados rabínicos de filosofía cabalística que han llegado hasta nosotros. Trata del origen del universo y de la humanidad. Es importante precisar que en la lengua hebraica y en el contexto del Sefer Yatzirah se asocian letras y números. Cada letra sugiere un número y cada grupo de letras posee una significación numérica vital.

En el Sefer Yetzirah el dios celeste Elhoim crea el universo a través de 32 vías de la sabiduría, que corresponden a los 10 números que en el lenguaje cabalístico se traducen en 10 esferas o sefirot, y las 22 letras del alfabeto Hebreo divididas en tres grupos, madres, dobles y simples: Tres letras “Madres” (אמש). Siete letras “Dobles” (בגדכפרת). Doce letras “Simples” (הוזחטילנסעצק). Los si no son números ordinarios, sino “principios”, números identificados como las diez dimensiones infinitas del cosmos, a saber, las dos del tiempo (el comienzo y el fin), los dos valores morales (el bien y el mal) y las seis dimensiones de espacio este, oeste, norte, sur, arriba, abajo).

Los tratados cabalísticos representan a menudo los 10 sefirot bajo, la forma de un Árbol de la vida, que es una especie de esquema de la creación del Universo. El primer Sefira es el “pneuma” divino (soplo o aliento divino). De él proviene el segundo Sefira, el aire… Del aire proviene el agua y el fuego. Los últimos seis sefirot representan las seis direcciones del espacio. Ellos son sellados por medio de seis permutaciones del gran nombre de Dios YHW. Los sefirot también son las energías fundamentales del alma.

La obra más importante de especulación cabalista es el  Zohar o el Libro del Esplendor

La cábala hispanojudía medieval, la forma más importante del misticismo judío, está menos relacionada con la experiencia extática que con el conocimiento esotérico de la naturaleza del mundo divino y sus recónditas conexiones con el Universo. La cábala medieval es un sistema teosófico que se basa en el neoplatonismo y el gnosticismo y se expresa a través de un lenguaje simbólico. Gracias a ella el mundo entero puede ser recorrido de una sola mirada. Para estos, los estudios no conducen al saber, sino a la conciencia de la propia ignorancia.

El Zohar o el Libro del Esplendor, escrito entre los años 1280 y 1286 por el cabalista español Moisés de León, pero atribuido en el siglo II al rabí Shimon bar Yojai. de donde derivan todos los movimientos religiosos posteriores en el judaísmo, recomienda la introducción al no-saber. La persona de la Cábala llega, a través de la búsqueda intelectual, al grado de la simplicidad, pues lo verdadero es simple. Y así, la simplicidad de la ciencia trae consigo la simplicidad del comportamiento. La Cábala ha sido llamada “ciencia de la verdad”.

La Cábala descompone el Universo en tres planos o mundos: el físico, el celeste o astral, y el espiritual, estableciendo relaciones entre cada plano del macrocosmos con los planos del microcosmos. El empleo constante que se hace del número 3 y de sus múltiplos, sobre todo el 9, ha dado lugar al símbolo 3. 6. 9. que se ha de interpretar de la siguiente manera: El ser humano está compuesto de tres principios, subdivididos entres elementos cada uno: tres físicos, tres psíquicos y tres espirituales.

Por lo tanto para designar a un ser humano físico vivo se utilizará el número 9, por estar constituido por la suma de nueve elementos. Para designar un  ser desencarnado, provisto todavía de los elementos psíquicos, se utilizará el número 6. Finalmente el ser desencarnado que asciende al plano espiritual, librándose de los tres elementos físicos y de los tres elementos psíquicos, será designado por el número 3. Aquí se puede apreciar la gran importancia que se da a los números.

La Cábala cree también que cada judío está destinado  a la realización de una mitzvah, de un mandamiento previsto para él. Lucha por descubrirlo en el cuerpo de seiscientos trece mandamientos. Pero si  bien se aplica  cumplirlos todos, se siente atraído al cumplimiento de uno de ellos de un modo particular. Cuando reconoce su mitzva personal, la persona llega así a las raíces de su alma: comprende lo propio de su personalidad, la naturaleza de sus relaciones con Dios, la esencia de la revelación divina, la justeza de su representación de Dios.

Escuela de Ascensos Místicos de la Mercabá (Carro del Trono) del libro de Ezequiel.

El judaísmo esotérico de la Cabala de la Mercabá, el carro que lleva hasta Dios, surgió, de forma lógica, en unos tiempos en los que el judaísmo normativo tendía a centrarse en la religiosidad de la pura Ley. Muchos de sus protagonistas podían ser los rabinos que quizá por la mañana se dedicaban a codificar, letra a letra, tilde a tilde, los principios de la Ley que regula la vida externa de los fieles, pero que después, por la noche, o en grupos secretos, se iban reuniendo con el ansia de contemplar el misterio, de subir hasta la altura, inscribiéndose en la escuela de los ascensos místicos que les permitiría realizar el Gran Viaje. Así, la Cábala se desarrolló en España englobando otras tradiciones anteriores.

Una de estas es la Escuela de Ascensos Místicos de la Merkabá que son textos breves y oscuros, que describen las salas y palacios por los que atraviesa el visionario antes de alcanzar la séptima y última morada donde se halla el trono de la gloria. Para ser admitido en esta escuela, el aspirante debía cumplir ciertas condiciones.

Para comenzar, un novicio tenía que satisfacer ciertos requisitos morales. Ante todo, tenía la obligación estricta de cumplir todos los mandamientos de la Halaká o las reglas de la vida diaria judía. Además de eso, debía someterse a un examen quiromántico (lectura de la palma de la mano) y metoposcópico (lectura del rostro). Conforme a ello, cualquiera que deseara ascender a través de los reinos celestiales debía poseer el carácter exigido que le hiciera capaz de completar con éxito un viaje de ese tipo.

Después que ha superado todas las pruebas, tras un largo y difícil viaje, a través de las regiones celestiales, el viajero místico que “desciende” a la Merkabá alcanza finalmente la meta de su viaje: la visión del Santo sobre el Trono de gloria. Aquí, en el séptimo palacio del séptimo cielo, Dios, el Santo Rey, que ha “descendido” de un lugar que resulta desconocido para la humanidad, ha ocupado su puesto sobre su Trono de gloria. El viajero queda totalmente deslumbrado por la visión de los misterios del Trono divino.

El Santo, revestido con una deslumbrante indumentaria celestial, irradiaba una luz blanca y llevando una corona que destellaba con rayos de luz. Desde el mismo Trono, hecho de cristales centelleantes y de lapislázulis color azul celeste, brotaban ríos de fuego, cruzados aquí y allí por puentes. Sentado sobre su trono, rodeado por ángeles que cantaban sin cesar himnos a Dios y a su reinado, Dios revelaba su gloria escondida ante el alma del místico.

Cuando el místico iba subiendo, había a veces algunos compañeros sentados a su lado, a su derecha o a su izquierda, que escribían rápidamente lo que él iba experimentando en éxtasis. Algunos relatos hablan de una cortina detrás de la cual aparecía representada la figura divina sobre el Trono. Esa cortina separaba a Dios de todos los restantes seres o cosas que pertenecían al Trono-carro. Sobre esta cortina, que era mantenida por ángeles, se encontraban bordados los arquetipos o modelos preexistentes originarios de todo lo que se va desplegando desde el comienzo al fin de la vida sobre el mundo. Cualquiera que mirara estos modelos conocía los secretos de la creación y de la redención del mundo (Cf. J. H. Laenen, La mística judía. Una introducción, Trotta, Madrid 2006).

El cenit del movimiento cabalista

La Cábala, condicionada por la expulsión de los judíos de España en 1492 y por la terrible presión de los sufrimientos, adquiere ahora, de forma creciente, rasgos mesiánicos, tomando especulaciones escatológicas que desde España se difunden en los guetos de toda la diáspora judía. lsaac Luria (1534-1572), desarrolló un nuevo método de meditación en Palestina, concretamente en Safed, al norte de Galilea, lugar donde, según la cábala, aparecerá el Mesías.

Se trata de concentrarse en cada una de las letras de la Torá que para él es también  el libro sagrado de la naturaleza, para llegar así a la unión con lo divino. Al mismo tiempo presenta una doctrina especulativa altamente influyente acerca de Dios, del nacimiento del mundo, del origen del mal y sobre el Mesías. Para éste místico, las chispas de luz y vida divinas están dispersas por todo el mundo y, en su exilio, anhelan que la actividad del ser humano las eleve de nuevo a su lugar de origen, a la armonía divina de todo ser.

Según este místico, el Ein Sof se ensimisma  al principio de la creación, dejando espacio para el mundo, pero también para el mal. Una catástrofe cósmica ocurre cuando las emanaciones de la luz divina estallan y las chispas quedan prisioneras en el mundo como fragmentos del mal. La tarea humana, a través de la oración y el cumplimiento de los mandamientos, se convierte en nada menos que la redención del mundo y la reunificación con la esencia de Dios.

La cábala como movimiento popular mesiánico

La Cábala se convierte en un movimiento mesiánico, que hace surgir, en el siglo XVIII, el hasidismo, gracias al taumaturgo Israel de Medzibob, llamado Bal Sem Tov, abreviado Best (1700-1760), extendiéndose luego entre los judíos del este de Europa, subsistiendo hasta la Primera Guerra Mundial, y conservando cierto número de seguidores entre los guetos polacos en 1943, donde la agotadora explicación de la Torá y el sesgo filosófico de la Cábala son sustituidos por la vida, las virtudes y la conducta del piadoso, convirtiéndose en un movimiento social.

Sus adeptos, llamados hasidim o “los piadosos”, vestidos según un severo ritual, viven en comunidades bajo la autoridad de sucesivos rebbes, “los jefes”, el primero de los cuales fue su fundador. Contrariamente a los rabinos, los líderes de los grupos hasídicos son más guías espirituales que estudiosos. Su palabra no se discute: sus seguidores abandonan a sus familias para estar con él e incluso tienen a gala participar de la comida que él ha probado. Diversos jefes crearon las diferentes ramas del hasidismo moderno.

La espiritualidad cabalística se concentró en el hasidismo siendo el organizador de este movimiento el rabino Najmán de Bratzlaw (1772-1811). El centro del hasidismo es la comunión con Dios, pero reinterpretando en clave moral las especulaciones gnósticas sobre los misterios de Dios: en aseveraciones sobre el ser humano y su camino hacia Dios, a quien se le puede encontrar en todos los momentos de la vida cotidiana, incluso en las conversaciones que sostiene en la plaza del mercado. La oración y la contemplación del Nombre divino son más importantes que el estudio de la
Torá.

Pero el judaísmo rabínico, los llamados mitnaqqedim, combatieron duramente este hasidismo cabalista por sus ideas panteístas, dedicándose a una estricta y más formalista observancia. El movimiento hasídico encuentra una fuerte oposición por parte de los dirigentes de las comunidades judías. Hubo una especie de lucha de clases a medida que los líderes fueron marginando a los ricos y a los ilustrados.

Sus enemigos se sirvieron de la excomunión como un arma arrojadiza contra ellos. Uno de los más hostiles y ciertamente el más influyente fue Elías ben Salomon (1720-1797). Las verdades afirmadas por el hasidismo eran una herejía para su intelectualismo de corte ascético, y en esta época los excomulgados eran denunciados a las autoridades hostiles. Fue Shneur Zalman (1745-1813), el filósofo del hasidismo, el que logró que el movimiento fuera aceptado. Por su influencia, el hasidismo, o al menos una de sus ramas, se ha reconciliado con el estudio talmúdico.

Dentro del hasidismo ocupan un lugar importante las historias. No son cuentos sin más. Nacen de la conciencia de que Dios es un contador de historias. Así se ve en la Sagrada Escritura. De hecho también la vida de cada persona es una historia. Además, la historia, conforme se va contando, no es ya sólo algo antiguo sino que nos incluye también a nosotros.

Las historias que se narran, referidas a los antiguos maestros hasidim, no son necesariamente históricas en el sentido científico del término, pero sí verdaderas. Ese es el sentido de contarlas. Estos cuentos, además de la función de servir para nuestro alimento espiritual, nos ayudan a entender porque hubo hasidim que entraron cantando y bailando en las cámaras de gas, en la segunda guerra mundial. La conciencia de la bondad de Dios y de su cercanía amorosa a todas las cosas se refleja en estas bellas e instructivas historias, nacidas para ser contadas e interiorizadas.

El símbolo cabalístico

En su aspecto práctico, la cábala es un conjunto de operaciones hermenéuticas y criptográficas que intenta una aproximación directa a Dios a través del minucioso estudio de las letras que componen el Pentateuco, o la Torá, puesto que el lenguaje, de acuerdo con la tradición judía de la creación, precede a ésta, al haberse valido Dios de la palabra para llevar a cabo su obra: “Y Dios dijo ‘Hágase la luz’, y la luz se hizo” (Gn 1, 3). De este modo, los cabalistas intentaron a través de un método exegético llamado Gematria una interpretación de las Escrituras basada en cálculos numéricos, combinatorios, permutativos, etc. de las letras hebreas que la componen.

En una capilla de la iglesia de San Francisco, en Palma de Mallorca, reposan los restos de Ramón Llull, el “Doctor iluminado”, llamado así por sus contemporáneos. En la base de su tumba, catorce ángeles sostienen siete coronas que lleva cada una el nombre de un arte. Y, grabado en un cilindro de mármol blanco, el símbolo cabalístico 1. 2. 3. – 4. 5. 6. – 7- 8. 9. – 10, que sintetiza el secreto de la tumba del gran filósofo.

Se trata del símbolo cabalístico del “ascesis a la perfección”: Los diez números se refieren a los diez sefirot, o los diez atributos de Dios. Estos atributos son perfecciones, y su conjunto resumen la idea de Dios. El ser humano, al adquirir las diez perfecciones se vuelve perfecto. En el plano material, esos números se aplican al perfeccionamiento de los metales para llegar a su transformación en oro (alquímia).

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