La masonería atrae a muchos católicos, aunque la Iglesia lo prohíba
Al día de hoy la masonería atrae a muchos católicos, desgraciadamente, aunque la Iglesia prohíba que nos volvamos masones. Con todo el respeto que debemos a cada persona, frente a su opción, debemos no obstante, recordarles a los que quieren ser auténticamente católicos, que la afiliación a la masonería está considerada por la Iglesia católica “pecado grave”, ya que las concepciones de Dios y la religión, así como el proceso de iniciación secreta impuesto a los nuevos miembros, no corresponden con las nociones del cristianismo relativas a Dios y a los sacramentos, principalmente.
La Iglesia tiene una posición oficial sobre el asunto, que fue hecha por el pronunciamiento de la Santa Sede el 26/11/1983, con ocasión de la promulgación del actual Código de Derecho Canónico por el Papa Juan Pablo II. Esta es la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que fue firmada por su prefecto, el cardenal Joseph Ratzinger y Fr. Jérome Hamer, su secretario:
“Se ha presentado la pregunta de si ha cambiado el juicio de la Iglesia respecto de la masonería, ya que en el nuevo Código de Derecho Canónico no está mencionada expresamente como lo estaba en el Código anterior.
Esta Sagrada Congregación puede responder que dicha circunstancia es debida a un criterio de redacción, seguido también en el caso de otras asociaciones que tampoco han sido mencionadas por estar comprendidas en categorías más amplias.
Por tanto, no ha cambiado el juicio negativo de la Iglesia respecto de las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia; en consecuencia, la afiliación a las mismas sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión.
No entra en la competencia de las autoridades eclesiásticas locales pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas con un juicio que implique derogación de cuanto se ha establecido más arriba, según el sentido de la Declaración de esta Sagrada Congregación del 17 de febrero de 1981 (cf. AAS 73, 1981, págs. 230-241; L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de marzo de 1981, pág. 4).
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia concedida al cardenal Prefecto abajo firmante, ha aprobado esta Declaración, decidida en la reunión ordinaria de esta Sagrada Congregación, y ha mandado que se publique”.Roma, en la sede de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 26 de noviembre de 1983.
Es importante notar que la Declaración de la Santa Sede afirma que están en estado de pecado grave, y no pueden acercarse a la sagrada comunión. Esto es muy serio para los católicos. Y es la palabra oficial de la Iglesia sobre la cuestión. El número 386 de la Revista “Pregunte y responderemos”, del autor Estevão Bittencourt, en las páginas 323 a 327, aporta un ilustrativo artículo sobre el asunto. En este artículo Bittencourt, de reconocida seriedad y competencia, teólogo renombrado, afirma:
La masonería profesa la concepción de Dios llamada “deísta”, o sea, la que la razón natural puede alcanzar; admite la religión en la que todos los hombres están de acuerdo, dejando a cada cual sus opiniones particulares. Esta noción de Dios y de religión es vaga y no concuerda con el pensamiento cristiano, que reconoce a Jesucristo y las grandes verdades reveladas por Él.
Además de eso, tanto la masonería regular como la irregular tienen su proceso de iniciación secreta. Proponen el perfeccionamiento ético del hombre a través de la revelación de doctrinas reservadas a pocos y recibidas de los grandes iniciados del pasado entre los cuales algunos masones colocan al propio Jesucristo. Celebran también ritos de índole secreta o esotérica, que se manifiestan y aplican a los miembros novatos en la medida en que progresan en los grados de iniciación. Ahora, un proceso tal de formación contrasta con lo que el cristianismo profesa: éste no conoce verdades ni ritos reservados a pocos, no tiene nada de oculto o esotérico.
Otra razón muy seria que Estevão Bittencourt plantea para mostrar al católico que no se haga masón, es esta:
“Además, quien se afilia a una sociedad secreta, no puede preveer lo que le sucederá, lo que se le pedirá o impondrá; no sabe si le será fácil mantener su libertad en sus opciones personales. Aunque pretenda mantener fidelidad a sus principios íntimos, se puede ver en encrucijadas vergonzosas”.
Por otro lado, es necesario recordarle a los católicos que la fe y la doctrina de la Iglesia es insuperable y completa:
heredada de los profetas y los apóstoles; revelada por Dios, confirmada por la tradición de los Santos Padres, Doctores y Santos; confesada por la sangre de los mártires y preservada por el sagrado Magisterio. No es necesario buscar cosas nuevas para alimentar el espíritu, una vez que el propio Señor nos ofrece su Palabra y su Cuerpo en la Eucaristía.
El Santo Padre nos otorgó el Catecismo de la Iglesia Católica, de riqueza inefable, capaz de prepararnos para cumplir aquello que san Pedro nos pide:
“Siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1P 3,15).
Antes de buscar cosas nuevas, y peligrosas para nuestra vida espiritual, o que pongan en riesgo nuestra propia salvación eterna, vamos antes a aprender lo que debemos, en el sello sagrado y puro de nuestra Santa Madre Iglesia.
Además es necesario recordar que la principal virtud del católico es la obediencia a la Santa Iglesia, llamada por el Papa Juan XXIII, Mater et Magistra (madre y maestra).
Quien desee comprender mejor las razones por las cuales la Iglesia, como madre cautelosa, prohíbe a sus hijos asociarse a las logias masónicas, puede leer el libro del obispo de Nuevo Hamburgo, Don Boaventura Kloppenburg, Iglesia Masonería, Ed. Vozes, 2ª edición, 1995, o el libro del obispo auxiliar de Brasilia, Don João Evangelista Martins Terra, sobre el mismo asunto.
Desgraciadamente, en desobediencia a la Iglesia, algunos en el pasado, hasta del mismo clero, se asociaron a la masonería, a fin de poder, a veces, ser útiles a la sociedad, pero esto nunca ha sido permitido por la Iglesia.