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Días buenos y días malos

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Nestor Mora - publicado el 23/06/15
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La Iglesia está formada por personas y como personas, tenemos días buenos, regulares y malos. Hay veces que parece que todo carece de interés y que todo lo que hacemos queda a la mitad. Son días en los que podemos aportar poco a los demás, ya que estamos a “mitad de potencia”.

Quizás la tendencia más común es etiquetarnos a nosotros mismos y decir que estamos deprimidos. No digo que no lo estemos, pero a veces parece que ponernos esa etiqueta nos defiende de lo que otras personas puedan pensar. Es como decir que la “culpa” es de otro, cuando no se trata de señalar culpables sino de determinar las causas. Determinar las causas es importante, ya que nos permite conocernos y pedir la ayuda del Señor en aquello que nos hace falta.

Por mucho que progreses, has de esperar en la misericordia. Pues, si se aplica la justicia sin misericordia, en cualquiera parte encontrarás algo que condenar ‪‎San Agustín (Cometario al Salmo 147,12)

Por mucho que queramos aparentar que todo lo podemos, la misericordia de Dios siempre es necesaria. Quizás la palabra misericordia también se esté convirtiendo en una etiqueta defensiva. Nos escondemos detrás de ella para seguir como si nada pasara utilizando la socorrida frase: “no me juzgues” o para echar la “culpa” a circunstancias diversas.

No podemos separar la justicia (juicio) y la misericordia (don), porque la primera nos permite entender lo que sucede, nos da discernimiento y entendimiento. La misericordia nos permite solicitar ayuda a Dios cuando llegamos al límite de lo que somos por nosotros mismos.

Si se aplica la justicia sin misericordia, nos quedamos sólo con nuestras fuerzas, que son limitadas y escasas. Si aplicamos la misericordia sin justicia, nos desentendemos de las causas y con convertimos en quietistas postmodernos. Esperamos que Dios nos resuelva todo porque creemos que somos sus “elegidos”. Separar justicia y misericordia es como decir que podemos pagar un artículo con la cara o la cruz de una moneda. Es imposible y creerlo, es engañarnos.

En tiempos pasados, la Iglesia tendió a ser justiciera e inmisericorde, lo que era terrible, ya que cerraba el acceso a la Gracia de Dios a toda la humanidad. Hoy tendemos a la misericordia injusta, que también nos cierra el acceso a la Gracia de Dios porque creemos que no la necesitamos. Nos parece que ya estamos salvados por defecto y que no necesitamos de la justicia para encontrar dónde y cuándo tenemos que pedir que el Señor nos tienda la mano. Unir misericordia y justicia, necesita de mucha humildad. Solicitémosla al Señor, porque estamos escasos de ella.

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