Aprendemos a amar sin ponernos nosotros en el centro, abriendo nuestra vida para que otros descansen, desde la humildad, desde la debilidad
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Aprendemos a amar en el ritual de la vida. En los gestos sencillos, en la rutina llena de pasión.
Aprendemos a amar negándonos y afirmando al tú al que amamos.
Aprendemos a amar sin ponernos nosotros en el centro. Abriendo nuestra vida para que otros descansen.
Aprendemos a amar desde la humildad, desde la debilidad de la semilla que se entierra y muere. Desde las ramas poderosas del árbol que cobijan al otro. En nuestra pequeñez se hace más poderoso el amor de Dios en nosotros.
¡Cuánto nos cuesta amar bien a los que nos aman! ¡Qué egoístas somos! ¡Cuánto nos cuesta amar a los que no nos quieren! Más todavía. El amor crece en la fidelidad diaria. En la fidelidad ante la vida.
Decía el Padre José Kentenich: “Fidelidad: preservar intachablemente, acrisolar y templar con vigor y mantener invicto el primer amor”[7].
Es muy importante cuidar el primer amor. ¿Cómo cuido mi primer amor a Dios, a las personas a las que quiero? Volver al comienzo. Cuidar lo sagrado. Cuidar Nazaret para vivir con más paz el Calvario. Así suele ser en la vida. De Nazaret al Calvario. De la mesa familiar a la entrega del amor crucificado.
Hoy miramos los corazones de Jesús y de su Madre. Unidos al pie de la cruz. Unidos desde Nazaret. Unidos desde el vientre de María. Unidos en la familia que comparte la vida.
Esos corazones nos recuerdan nuestro camino de vida, aquello a lo que estamos llamados. Vivir el uno en el otro, para el otro.
Decía el Papa Francisco: “María nos enseña a amar a Dios en los hermanos y a amar a los hermanos en Dios”[8]. María nos enseña a amar bien. A amar con el cuerpo y el alma. A amar sufriendo. A amar desde la rutina de cada día. A amar en esos días en los que tenemos que darlo todo al pie de la cruz.
Queremos aprender a amar. Queremos amar desde nuestra verdad, acogiendo la verdad de aquel a quien amamos.