¿No sucede más bien que la gente tiene puesto su corazón no en el corazón, sino en los ojos?… #SanAgustin (Réplica a la carta de Parmeniano 1, 8,1 4)
¿Dónde tenemos puesto nuestro ser? ¿Dónde tenemos puesta nuestra centralidad, nuestro corazón? ¿Cuáles son los ejes alrededor de los cuales nuestra vida da vueltas?
“¿Tú quién eres?” dijo, “Vuestro padre Abraham se regocijó esperando ver mi día; y lo vio y se alegró. Por esto los judíos le dijeron: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciera, yo soy. Entonces tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se ocultó y salió del templo.” (Juan 8:56-58)
El centro de nuestra vida debería ser Cristo, que es quien realmente Es y quien realmente da sentido a nuestra vida. Las apariencias, la política, la ingeniería social, el marketing, se afanan en distraer nuestra atención hacia lo insustancial, hacia lo intrascendente. Los segundos y terceros salvadores abundan, en gran parte porque preferimos delegar nuestra responsabilidad vital en estas personas.
Como seres humanos, las apariencias nos permiten encontrar nuestra zona de confort y olvidarnos del llamado de Cristo. Al final, la vida cristiana y de comunidad, se convierte en un simulacro que nos permite aislarnos de la Verdad que hay dentro de nosotros. Una Verdad que nos incomoda y nos reclama coherencia.
¿Cómo recolocar nuestro corazón sobre la centralidad de Cristo? La oración es la mejor arma de la que disponemos. Si somos capaces de abrir el corazón a Cristo, su Gracia puede actuar en nosotros y limpiar toda la suciedad que llevamos dentro. Si nos encerramos en nosotros y nos colocamos la máscara de la felicidad aparente, nos encerramos en una de las más terribles celdas que puede haber: nosotros mismos. La belleza verdadera, que es Cristo, es la que nos saca de nosotros mismos y nos permite ver a Dios en nuestros semejantes.