Jorge Bergoglio se ilusionaba con visitar anualmente para confesar peregrinos
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El 8 de mayo se celebra el día de Nuestra Señora de Luján, patrona de la Argentina. Con un nuevo manto, y en su templo que luce como nuevo si ningún lugar en obra tras años de restauración por fuera y por dentro, la insigne advocación mariana se prepara para recibir el peregrinar de decenas de miles.
Desde que fue erigido su primer santuario, el 8 de diciembre de 1763, a ella se encomendaron algunas de las figuras más importantes de la historia argentina, como Manuel Belgrano, José de San Martín y Cornelio Saavedra. También rezaron a sus pies, entre otros santos, los beatos Pío IX y Álvaro del Portillo, y los santos Luis Orione, Juan Pablo II, y Josemaría Escrivá. Este último llegó a decir incluso: “Cuando me vaya, me quedaré a los pies de Santa María de Luján; ahí dejo mi corazón”.
La imagen original de María, que desde las alturas y sobre el altar recibe la piadosa mirada de cientos de peregrinos a diario, mide 38 centímetros. Está hecha de terracota y representa a la Inmaculada Concepción. De pie sobre un nimbo de nubes donde aparecen cuatro cabezas de ángeles, presenta a ambos lados de la figura las puntas de la luna en cuarto creciente. Tiene las manos juntas sobre el pecho en señal de oración y un manto azul cubierto de estrellas. Se la cubre con un manto exterior celeste que se renueva anualmente antes de esta gran fiesta.
El negrito Manuel, su primer protector
La imagen llegó a la Argentina en mayo de 1630. El hacendado portugués Antonio Farías Sáa vivía en Sumampa, Santiago del Estero, y quería colocar en su estancia una capilla en honor a la Virgen. Con ese cometido, le pidió a un amigo que le enviara desde Brasil una imagen que representara a la Inmaculada Concepción de María. El amigo le envió dos imágenes, la encargada y otra de la Virgen con el Niño Jesús.
Cuando las imágenes llegaron a Buenos Aires, las colocaron en un carruaje y luego de tres días de viaje pararon en la ciudad de Luján a descansar. Al día, siguiente cuando quisieron continuar viaje, los encargados del traslado no consiguieron que los bueyes se movieran. Intentaron de todas formas, bajaron la mercadería, colocaron más bueyes, pero estos no se movían. Sólo cuando bajaron uno de los cajones la carreta avanzó. Estaba allí la imagen de la Inmaculada Concepción. Así comprendieron que no era casualidad sino un acto providencial, y entregaron la imagen para su custodia a Don Rosendo de Oramas, quien edificó una primera ermita de la Virgen.
Otra señora, Ana Mattos, al tiempo asumió la custodia de la imagen, no sin antes tener que organizar una solemne procesión desde la capilla original, ya que la imagen misteriosamente regresaba a su ermita original. Custodiándola desde un primer momento, mientras las peregrinaciones iban haciéndose más frecuentes, estaba el esclavo Manuel, testigo del acontecimiento de la carroza y cariñosamente conocido en la Argentina como el Negrito Manuel.
El negrito Manuel dedicó toda su vida al cuidado de Nuestra Señora de Luján. Tan afectuoso era el celo con el que Manuel cuidaba a la Virgen, que se cuenta que éste le regañaba a la imagen por las mañanas, ya que advertía que sus pies estaban mojados de rocío, cosa que el siervo creía se debía a las salidas de la Virgen para estar cerca de sus hijos. “¿Cómo es que sos tan amiga de los pecadores, que salís en busca de ellos, cuando ves que te tratan tan mal?”, le decía.
En 1677, Ana Mattos donó el terreno para realizar un nuevo templo para la Virgen, donde hoy se emplaza la actual Basílica de Luján. Durante todo el año miles de argentinos peregrinan a los pies de María que desde allí, como dice la oración por la Patria, pide “Argentina canta y camina”. Son especialmente numerosas y sentidas las distintas peregrinaciones parroquiales y diocesanas provenientes de todo el país. Se destaca entre todas la peregrinación juvenil de octubre, para lo que caminan anualmente decenas de kilómetros más de un millón de jóvenes. La caminata concluye siempre con una Misa a las puertas del templo.
Nuestra Señora de Luján y los Papas
En 1982, y como inmortaliza una placa en las escalinatas, en ese templo celebró por primera vez en suelo argentino un Sumo Pontífice, Juan Pablo II. Fue en 1982 en la efímera visita al país por la Guerra de Malvinas. Se espera que en 2016 se añada una placa similar a un templo al que, de no haber sido elegido Papa Francisco, Jorge Bergoglio se ilusionaba con visitar anualmente para confesar peregrinos. Cada octubre, en horas de la madrugada, se le podía ver sentado en un confesionario recibiendo a los jóvenes de la peregrinación juvenil.