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Por qué al actuar debes mirar a Dios y no tanto a los demás

Mujer decidida

© ruurmo / Flickr / CC

Mujer

Carlos Padilla Esteban - publicado el 14/04/15

A veces nos importan más las expectativas que tienen, que ser fieles a la voz que grita en nuestro corazón

Hay proyectos que no emprendemos por miedo al fracaso. Cosas que no decimos por miedo al rechazo. Gestos que no hacemos por miedo al desprecio. Nos asusta demasiado la reacción de los demás ante nuestras decisiones. Queremos que todos las compartan.

A veces imponemos nuestras decisiones pretendiendo que sean aprobadas por todos por decreto. Cuando no es así, nos hundimos. Esperamos que todos asientan, aplaudan, alaben nuestras decisiones, nuestros gestos y actitudes. En vano.

Por eso muchas veces no estamos dispuestos a hacer algo que no tenga la aceptación de las personas a las que queremos. Preferimos quedarnos quietos para no llamar la atención, para no desentonar.

No queremos que nos juzguen por lo que hacemos o decimos. Fácilmente nos sentimos juzgados. Y nos importa más el juicio de los otros que la verdad de nuestra vida. Nos importan más las expectativas que tienen, que ser fieles a la voz que grita en nuestro corazón.

Quiero aprender a mirar a través de la ventana de mi alma que da al ancho mar de Dios y no a las personas que aprueban o rechazan.

Quiero ahondar en la ventana de mi alma que me lleva a Dios y me muestra, como lo hace la ventana del santuario, el rostro de María.

Me gusta mirar el mar de Dios, su inmensidad. Entonces dejan de tener tanta importancia el lugar exacto en el que me encuentro, mis decisiones y los pasos que doy. Entonces mis acciones no son tan relevantes.

Mirando el mar de Dios, su misericordia infinita, la vida se vuelve pequeña, y Dios a su vez inmenso. Los miedos, a su lado, se vuelven pequeños, y los problemas y las preocupaciones.

Tomado de su mano soy capaz de lo más grande, porque no espero que otros aprueben lo que hago. Y entonces soy capaz de más, porque me da menos miedo el fracaso.

A veces, desde la tierra de mi vanidad, los miedos se agrandan. Con las puertas cerradas la vida se hace pequeña y las angustias muy grandes. Mirando a Dios los miedos casi desaparecen, y las angustias mueren.

Pero con las alegrías, sucede justo lo contrario. Uno ríe con más fuerza mirando el mar en el alma. Aprendo a reír de la vida, de mí mismo. Mi rostro se ilumina y me parezco, no sé bien cómo, un poco más a Jesús. Se ensancha el horizonte y amo más y mejor, más profundo.

Mirando en lo profundo de mi alma me vuelvo más niño y sueño con imposibles. Mirando el mar de Dios en mi alma me parece que mi vida es más vasta, más infinita y mis sueños no tiene límite ni final. Soy capaz de todo.

No me da miedo el fracaso. Las puertas se rompen. Salgo de mí mismo. Me doy desde mi verdad más honda, desde mi ser que sueña con ser de Dios.

Me doy sin buscar la aprobación de nadie, acogiendo la misericordia de Dios. Sin miedo a ser juzgado ni condenado, porque sólo anhelo la paz de Dios.

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