Todo lo que atenta contra la vida humana está contra la voluntad de DiosTodo lo que atenta contra la vida humana está contra la voluntad de Dios. Jesús dijo que vino “para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Nuestro cuerpo es templo de la Santísima Trinidad. San Pablo dijo: “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario (1Co 3,16-17).
Hay muchas formas de destruir el cuerpo y la vida, como consecuencia, las drogas, la violencia, los deportes peligrosos y absurdos, y las drogas como la marihuana, cocaína, crack LSD, alcoholismo…
Todo eso es pecado porque ofende al autor de la vida, que nos la dio como un gran don y regalo para ser vivida para los demás. La vida no es nuestra, es de Dios; no sabíamos el día en que naceríamos y no sabemos el día en que moriremos. Ésta está en nosotros, pero no nos pertenece. Somos administradores de la vida y daremos cuentas de ella al Creador.
El alcoholismo destruye a la persona radicalmente. Su cerebro se va “cociendo” por el alcohol y todo el organismo se va muriendo, especialmente el hígado. Da pena ver cuántos hombres y mujeres jóvenes son dominados por el alcohol. Además de eso, la familia sufre las terribles consecuencias de un padre o una madre embriagados, el matrimonio perece, los hijos sufren.. “El salario del pecado es la muerte” (Rm 3, 23).
Las razones por las cuales la persona navega en el alcohol, compulsivamente, son muchas. La pieza musical “O Ébrio” (El borracho), de Vicente Celestino, retrata bien eso. En muchos se vuelve una enfermedad, y esto disminuye de cierta forma la culpa.
Todo cristiano tiene que luchar contra la bebida. No debe buscar en ella un escape para los problemas de la vida. Es una actitud de debilidad y cobardía. San Pablo dice: “No os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu” (Ef 5,18). El Apóstol no está prohibiendo beber vino moderadamente, sino emborracharse. Él recomendaba a Timoteo “No bebas ya agua sola. Toma un poco de vino a causa de tu estómago y de tus frecuentes indisposiciones” (1Tm 5,23).
El cristiano rige su vida por la “vigilancia y oración” y coloca todas sus preocupaciones en los brazos del Padre y confía en Él, sin buscar en los escapes soluciones equivocadas a sus males. Es en la oración, en la Palabra de Dios, en la Eucaristía y en la Confesión, en el Santo Tercio, que buscamos la fuerza para vencer nuestras desgracias, pero jamás en el alcohol.
Aquellos que por ventura se entregaran al vicio, deben luchar con las armas de la fe, mencionadas arriba, y las armas de la terapia: acompañamiento médico, particiapando en Alcohólicos Anónimos, buscar un buen Centro de Rehabilitación, como las casas de Bethânia, fundadas por el padre Léo, etc.